El senador Sebastián da Silva replicó en redes la consigna “Un Uruguay sin izquierda”. Muchos partidarios de la coalición de gobierno, como Pedro Bordaberry, adoptaron el vistoso eslogan. Da Silva dijo después que no había leído esa frase antes de reenviarla, aclaración irrelevante.

La frase tuvo un interesante viraje a un genérico “mi patria” sin izquierda, sin mencionar a Uruguay, lo que puede ser indicio de su origen extranjero. Luis Costa Bonino comentó que el eslogan es un crimen, por querer suprimir a parte de la población (“Mi patria sin judíos” conducía a Auschwitz, y ni siquiera los racistas del apartheid se animaron a proponer “Mi patria sin negros”). Pero, además, acotó que es una estupidez, “porque una elección de segunda vuelta penaliza a los extremos. La deriva neonazi o neofascista de la coalición reduce sus posibilidades de ganar”.

Estúpida o no, interesa no dejar pasar este exabrupto, porque no es inocente. A primera lectura, nos sugiere dos líneas de argumentación: el arraigo de la izquierda en nuestro país y los esfuerzos de internacionales de ultraderecha por cooptar a la derecha tradicional liberal conservadora, para lograr transformarse en un nuevo sentido común general.

Más tradicional de lo que se cree

Cuando el líder comunista Rodney Arismendi volvió al país en 1984, a la caída de la dictadura, poco antes de las elecciones, fue entrevistado en televisión por Néber Araújo. Una de las preguntas tocó la distinción entre “partidos fundadores” (blancos y colorados) y los más recientes. Arismendi recordó que los partidos tradicionales reconocen haber nacido en la batalla de Carpintería en 1836. Al año siguiente, Esteban Echeverría formó la Asociación de Mayo ―junto a algún uruguayo― con las ideas que publicaría luego en Montevideo bajo el título Dogma socialista.

Podemos saltarnos una incursión en la época artiguista, pero pocos negarían que fue el ala izquierda de la revolución latinoamericana, con inspiración en Thomas Paine ―ala izquierda de la revolución estadounidense― y tintes jacobinos, que dio pie a la leyenda negra.

Echeverría no era un socialista tal como se entendió la palabra en décadas siguientes, pero se inspiraba en el socialismo de Henri de Saint-Simon, con el que promovió el romanticismo en América del Sur, en materia estética y social, como una superación de las corrientes españolas que predominaban.

El argentino Horacio Tarcus mostró cómo el socialismo saintsimoniano fue la base del liberalismo del Río de la Plata, tanto del unitarismo argentino como del núcleo de intelectuales y políticos colorados de la defensa; por ende, de las ideas coloradas. Arturo Ardao menciona entre los saintsimonianos vinculados con Echeverría a los argentinos Juan Bautista Alberdi, que luego redactó la Constitución argentina, y Miguel Cané, entre otros. Y a los orientales Andrés Lamas, Adolfo Berro, Juan Carlos Gómez y Alejandro Magariños Cervantes, entre otros. Es decir, el coloradismo tiene, en sus orígenes, una pata socialista.

Además, ya había socialistas propiamente modernos, incluso quienes se adelantaron a Karl Marx. Antes de la Guerra Grande (1839-1851) llegó a Montevideo Eugenio Tandonnet, un destacado discípulo del socialista utópico Charles Fourier, cuyos partidarios habían iniciado una campaña propagandística internacional. Hacia 1840 lo encontramos dirigiendo Le Messager Français, órgano de la numerosa colonia de sus nacionales en el Montevideo sitiado. Allí publicaba cosas como: “En tanto que los principios de asociación, del trabajo, garantía de trabajo para todos y del reparto más equitativo de sus productos no hayan comenzado a introducirse en las sociedades actuales, todos los desarrollos de la civilización, todos los descubrimientos, todos los progresos de la ciencia y de la industria, no tendrán otros resultados, en el presente, que enriquecer a un pequeño número de privilegiados, de crear una nueva tiranía pecuniaria más opresiva que la tiranía feudal, y de reducir la clase más numerosa, la de los trabajadores, a la más horrible miseria, a la esclavitud más absoluta y más cruel”. Eso es claramente de izquierda; Arturo Ardao conjetura sobre la influencia que puede haber tenido en los intelectuales del Río de la Plata, y no la descarta.

La fundación de Vox en España resultó fundamental para ingresar a América Latina, donde lo que había eran moribundas ligas de nostálgicos de las dictaduras.

Saco estos datos de Filosofía pre-universitaria en el Uruguay, de Ardao, de 1945. No tengo a mano los tomos de historia de la izquierda uruguaya de Fernando López D’Alesandro, agotados hace tiempo. Más reciente es Del círculo al club, de Clarel de los Santos. Presentado en la última Feria del Libro, es una historia de las agrupaciones que fueron conformando los partidos uruguayos, que no considera organizados como tales hasta la década de 1850. El Colorado y el Nacional tampoco son tan viejos.

Un nuevo sentido común antihumano

Las nuevas ultraderechas abarcan muchas tendencias contradictorias. Pero parte de lo nuevo es que se han convencido de que tienen que actuar en el marco de las constituciones vigentes ―al menos al principio― y que “se reconocen” un aire de familia incluso entre tendencias que tienen fundamentos opuestos.

Hay una serie de temas que impulsan con fuerza. Por ejemplo, primero, la libertad, como si fuera una idea exclusiva de ellos, como si consistiera solamente en eliminar regulaciones económicas, de salud pública o ambientales, como si ser libre se limitara a que ninguna prohibición nos afecte ―libertad negativa―, en lugar de ser la libertad la capacidad de desarrollar la vida a la que tenemos derecho. Una propuesta es, por ejemplo, que las ciudades no tengan autoridades municipales, que sean sociedades anónimas.

En segundo lugar, impulsan la guerra contra las mujeres, rechazada por sus primeros ideólogos, que se sumaron para no dividir el movimiento y así lo escribieron. La prohibición del aborto, la familia tradicional, los roles de los sexos fueron impulsadas por fanáticos religiosos, pero también por quienes temen “el gran reemplazo” de los blancos por inmigrantes o minorías nativas si sus mujeres disminuyen su fecundidad. Un problema que no afecta más que a algunos países, pero sirve de caballito de batalla.

Los ataques se centran en lo que llaman “ideología de género”. Es cierto que hay feministas y sus rivales queer que proponen cosas que, publicadas adecuadamente, son fácilmente caricaturizables, siempre que se eluda el debate filosófico.

En tercer lugar, se caracterizan por el nacionalismo xenófobo. Para compatibilizar los chovinismos de países con rivalidades históricas, inventaron la fórmula de apoyar a quienes son “de algún lugar” en contraposición a los internacionalistas o cosmopolitas “de ningún lugar”.

En fin. Lo que importa aquí es, primero, el método de acción política en marcos democráticos: fomentar grietas, odios, corte de puentes, demonizar a cualquier opositor. Aquí entra el “Mi país sin izquierda”. Hay que erradicar el mal. Si nazis y partidarios del apartheid mataron personas, estos quieren matar ideas. Ya se ha intentado, claro. Y no es que crean que de la peor carnicería no va a sobrevivir algo que esté más a la izquierda que el resto de lo que sobreviva. Viene a la cabeza la frase atribuida a Domingo Faustino Sarmiento: “Bárbaros, las ideas no se matan”.

Importa el proceso en que se naturalizan estas expresiones, que son un crimen y una estupidez. A escala general, las derechas tradicionales no tienen un pensamiento muy definido, ni a nivel popular ni en sus dirigencias políticas. Por lo tanto, no extraña que algunos de estos temas de libertad negativa, roles familiares tradicionales, xenofobia, nacionalismo de opereta y otros puedan sonar aceptables.

Vemos en redes que expresiones que suenan vagamente a izquierda son transmitidas por frenteamplistas sin mayor crítica. No extraña que un Da Silva haya transmitido las suyas sin querer queriendo.

El neoliberalismo era mal visto por el establishment, pero terminó siendo la ideología oficial de los conservadores. Y lo peor es que siguió pareciendo algo a lo que “no hay alternativa”, y la socialdemocracia europea y de otros lados se pasó a él con armas y bagajes. Lo que se llamó “pensamiento único”.

Cuando alguien opinó que los filósofos iluministas no pueden haber tenido el peso que se les atribuye en la Revolución Francesa, dado el pequeño tiraje de sus libros, otro especuló sobre “el volterianismo de quienes no leyeron a Voltaire”. Ahora podemos hablar de quienes no leyeron a Murray N Rothbard o a Agustín Laje.

El éxito del neoliberalismo se debió mucho a fundaciones que invirtieron millones en divulgar el nuevo testamento en intelectuales, universidades, prensa, partidos y gobiernos. Las nuevas ultraderechas, o su frente amplio, tienen igual cantidad de dinero invertido, no trabajan enviando a tandonnets a predicar. Tras el gobierno de Donald Trump, Steve Bannon fue a unificar la ultraderecha europea ―con suerte diversa, claro―. La fundación de Vox en España resultó fundamental para ingresar a América Latina, donde lo que había eran moribundas ligas de nostálgicos de las dictaduras. Congresos, cursos, libros, campañas profesionales de difusión y redes.

En Uruguay hay dirigentes blancos que asistieron a esos cursos. El envío desde Buenos Aires de un experiodista español ―expulsado por inventar entrevistas― a montar una frustrada provocación contra Yamandú Orsi indica que aquí su influencia y apoyo institucional es bajo, pero diseminan el perfume con éxito.

Jaime Secco es periodista, integrante de Banderas de Liber.