Las bases programáticas del Frente Amplio emergen como producto de una masiva y esforzada labor militante, haciendo caudal de una intensa participación que aúna tanto los saberes expertos como los anhelos y reivindicaciones del sustrato popular de la fuerza política. Son el resultado de un obrar trabajoso de construcción de consensos, de escuchas atentas y elaboraciones conceptuales especialmente cuidadosas. Más que una elaboración propagandística elaborada por expertos en persuasión electoral, constituyen un producto político de singular valor por su confección participativa, por la gestión social organizada de su discusión y su cuidadosa redacción final.

En esta oportunidad se ha querido superar el ritual analítico de tipo arborescente que opera subdividiendo la intención política en temas y subtemas hasta una dispersa precisión específica de cada punto tratado. Se ha intentado que el texto del documento resultante abunde en transversalidades significativas, en donde el programa es algo distinto, más interesante y más significativo que el mero agregado de sus especificaciones. Pero lo más importante, para una fuerza política plural, es que reúne diversas sensibilidades ideológicas, y que constituye un contrato político unificador, síntoma de una cultura política proveniente de las entrañas más hondas del movimiento político de los cambios.

En el contexto de la fuerza política, el contenido programático constituye un activo de cultura política que supera y desborda incluso todo aquello que cada uno de sus militantes puede elucubrar a solas con su conciencia. Es una construcción unitaria, síntesis superior y plataforma de acción. No sólo merece ser leído con atención, sino que demanda una cuidadosa labor interpretativa nada menos porque constituye una voz genuina del pueblo organizado. En esta ocasión, se buscará aportar a la necesaria labor interpretativa de un muy significativo encadenamiento temático transversal que hilvana los conceptos de desarrollo, bienestar y, en particular, las necesarias operaciones políticas en torno a la vivienda, el hábitat y el territorio.

Una concepción de desarrollo

El concepto específico de desarrollo aparece, en las bases programáticas, como un marco general de acción política, social y económica: “El Frente Amplio impulsa un desarrollo del país que garantice el pleno ejercicio de los derechos humanos en su más amplia acepción, y asegure las condiciones sociales, materiales y culturales que permitan la expansión de la libertad y las capacidades de las personas y la sociedad”. Se trata de una opción clara y distinta, que constituye un desmentido categórico a la idea que intenta hacer prevalecer el pensamiento hegemónico, al afirmar que existiría poco margen para la innovación en lo que a la política económica se refiere. Ante los presuntos realistas resignados al mantenimiento del statu quo, la fuerza política enuncia, en negro sobre blanco y de manera clara e inequívoca su opción de desarrollo, ya no propio de una “economía”, sino de un país y de su sociedad, ya no propio del impulso empresario, sino de todo un complejo entramado social que confiere sentido a todo aquello que promueva y satisfaga la pública y generalizada felicidad.

Se trata de una concepción integral de desarrollo que aúna las dimensiones sociales, políticas, económicas, culturales y ambientales. En esto se diferencia de los encuadres hegemónicos en la actualidad, que preconizan crecimientos de la “economía” con pérdidas generalizadas de niveles de ingreso, empleo formal y de calidad, e incremento de la desigualdad y la marginación. Para la fuerza política, a diferencia de las concepciones neoliberales, la justicia social, el desarrollo sostenible, la soberanía y la solidaridad son requisitos intrínsecos de un desarrollo por el que luchar. Y no se trata de apenas expresiones literarias de deseo: el Frente Amplio ha demostrado con hechos constatables y medibles que se puede crecer con distribución social de beneficios. Pero no se trata de volver a recobrar unas sendas virtuosas ya recorridas, sino de aprender de la experiencia histórica. Y redoblar en el esfuerzo.

Poco se habría avanzado si esta expresión política del desarrollo terminara simplemente como una instancia puramente declarativa, que oficia de vestíbulo meramente prometedor de las mejores y más manidas formas de la corrección política. Si se ha de hacer honor al esfuerzo militante, a la seriedad y madurez política de la base popular de la fuerza política, entonces no cabe otra posibilidad de entender esta formulación conceptual como un marco efectivo de una positiva y comprometida acción política. Se trata, entonces, de asumir esta transversalidad en lo que vale, esto es, como producto del esfuerzo de elaboración participante y entender que existe un designio superior en la intención política caracterizado, de forma clara e inequívoca por una distintiva concepción del desarrollo social, político y económico.

Acerca del bienestar

El punto del horizonte hacia el que dirigir el esfuerzo de desarrollo es el bienestar social integral, inclusivo y generalizado. Esto es un desarrollo que abarque el conjunto exhaustivo de las variables de calidad de vida, que se difunda con justicia social por el largo y ancho del entramado social de la nación y que permita el acceso universal a los derechos humanos fundamentales de cada sujeto. El compromiso mayor del esfuerzo político se dirige, pues, a la consecución del bienestar como bien público. Sostienen las bases programáticas: “Concebimos el futuro en términos de desarrollo sostenible, entendido como un proceso sociopolítico basado en la distribución equitativa de los recursos entre todas las personas de la sociedad, promoviendo la expansión de sus capacidades, enfrentando las injusticias persistentes, velando por una relación armónica con la biodiversidad y el ambiente, preservándolo para las próximas generaciones”.

Allí donde la ciudad del capitalismo tardío prolifera en exclusiones y segregaciones, es el contexto y la oportunidad política para formular verdaderas y sustentables alternativas de integración orgánica.

Mientras que la concepción de desarrollo opera como marco intencional, el señalamiento de bienestar social generalizado como objetivo implica señalar con toda precisión cómo es que se concibe, en términos conceptuales, un distintivo programa de acción de desarrollo orientado a la consecución de la satisfacción integral e inclusiva de derechos humanos. Allí donde se reconozca toda insuficiencia en el ejercicio de un derecho humano, se podrá señalar, con la atención crítica y con el compromiso político sustantivo, hacia dónde dirigir el esfuerzo político, social y económico.

Políticas de vivienda y hábitat

El acceso a la vivienda, el uso y goce de un hábitat articulado en los territorios y una locación adecuada, digna y decorosa constituyen un derecho humano de habitar esta tierra. Este derecho humano fundamental es mucho más que disponer de cuatro paredes y un techo. Es disponer de un punto seguro desde donde partir cada día a luchar por la vida, es un reducto para la construcción de una intimidad de afectos y es un ámbito de crianza y cuidados para quienes van naciendo. Este derecho humano fundamental no se contenta con la provisión frugal de un modesto refugio, sino que implica un complejo asentamiento en un vecindario, en una comunidad barrial, en una estructura territorial en donde se articulan las demandas sociales con los servicios propios de la vida gregaria.

“El desarrollo territorial con equidad implica extender las coberturas de redes de infraestructura, equipamientos y servicios y será consistente con la política de vivienda y hábitat. Las políticas de vivienda y hábitat serán consistentes con los lineamientos y directrices de ordenamiento territorial y urbano y atenderán estas prioridades. Es necesario desplegar políticas públicas de vivienda y hábitat para llegar prioritariamente, con herramientas adaptadas a cada una de las diferentes realidades territoriales, a todos aquellos sectores sociales y hogares que no acceden por la vía del mercado”, señalan las bases programáticas.

Esta formulación exige, para su consecución, un decidido impulso a la inversión social, pública y privada en el desarrollo integral del hábitat. Por ello, ya no bastan, por cierto, con los gestos de desprendimiento noble y solidario que no movieron la aguja, sino que se trata de asegurar un sólido aporte de cuantiosas inversiones sostenibles, incrementales y seguras para impulsar un sustancial desarrollo del bienestar en la habitación de los territorios. Ya no basta, por otra parte, con dejarse seducir por los cantos de sirena empresariales que consiguieron asegurarse márgenes sólidos de rentabilidad para desarrollar sus negocios puramente especulativo-rentísticos, sino de escuchar con atención y consecuencia al movimiento social organizado, que tiene, por cierto, mucho que aportar al respecto.

Lo que queda claro es que se ha conformado un explícito compromiso político con el desarrollo social específico en lo que toca a la habitación de vivienda, hábitat y territorios, orientado a la transformación productiva que consiga llegar efectivamente a todos y cada uno de los destinatarios, así como a la población asentada en su conjunto orgánico. No se circunscribe a la pura provisión de viviendas para la emergencia más aguda, sino que pretende una inclusiva inserción social de las personas en los territorios. Esto significa que, sin desatender los casos de vulnerabilidades más críticas, el objetivo ahora es el desarrollo alternativo al inmobiliario hegemónico, en donde se integre el hábitat popular en su conjunto orgánico. Allí donde la ciudad del capitalismo tardío prolifera en exclusiones y segregaciones, es el contexto y la oportunidad política para formular verdaderas y sustentables alternativas de integración orgánica.

El eje estructurador desarrollo-bienestar-políticas de vivienda y hábitat

Leído con cierto detenimiento, el documento programático enuncia importantes novedades, moviliza esperanzas y genera expectativas. Sería una lástima que quedara reducido a una pura literatura del deseo. Pero para ello debe ser discutido en la serenidad apasionada de la discusión fraterna que no teme el ejercicio del rigor autocrítico. Si la fuerza política ha sido capaz de elaborar estas líneas, debe comprometerse con la lucha política por volverlas carne, hueso y sueños.

Habrá que ver el modo concreto e histórico en que esta madurez programática se ve correspondida con una congruente madurez política en la acción. No se trata sólo de que la fuerza política y sus dirigentes se reconozcan esclavos de sus formulaciones conceptuales, sino de descubrir, en el áspero territorio de la política real, cómo se abre paso la forma de una esperanza. Una esperanza que quizá no tenga mucho de utopía, es cierto, pero que contiene dosis explícitas de sensatez. ¿Es posible que caminemos, como sociedad políticamente organizada, hacia una alternativa real de cambio o nos conformaremos con expresar, cada vez con mejor precisión, la extensión mesurada de nuestro deseo de alternativa?

Néstor Casanova es arquitecto.