Construyamos un modelo educativo propio de primer nivel. Tenemos las bases, la historia, las condiciones políticas y las necesidades para hacerlo. Dediquemos diez puntos del PIB, hagamos del sistema educativo la gran herramienta para la redistribución de la riqueza y el desarrollo social y cultural.

Construyamos una formación que nos prepare para los cambios vertiginosos de esta época e incluya la capacidad de aprendizaje diverso. Una educación que apueste al desarrollo de competencias, pero que no pierda contenidos; una formación que nos hable del pasado para poder entender el presente, que nos traiga desafíos actuales y nos proponga la búsqueda de nuevas soluciones para superar nuestros desafíos futuros. Una educación -como dice Melina Furman- que nos permita generar aprendizajes significativos, profundos y no conocimiento inerte; aprendizajes que después nos permitan desarrollarnos de la mejor manera en el área profesional que elijamos y en nuestra vida cotidiana. Porque, como plantea Edgar Morin, la misión de la enseñanza no es transmitir un saber puro, sino una cultura que permita comprender nuestra condición y ayudarnos a vivir, favoreciendo una manera de pensar abierta y libre.

En la era del “capital cognitivo”, buena parte de las “posibilidades” de Uruguay en el futuro se juegan en el conocimiento que tengan sus ciudadanos. Procesar una revolución educativa es, ante todo, un gesto de responsabilidad y solidaridad con las generaciones futuras.

Uruguay no puede permitir que su población sea parte de la “humanidad descartable” que se constituirá en los próximos años con aquellas personas que no sean capaces de interactuar fluidamente con el lenguaje y las herramientas de la tecnología, asuntos cada vez más presentes en la vida cotidiana.

Existen algunas condiciones atípicas y muy oportunas para procesar una profunda modificación de las estructuras educativas de nuestro país. Algunas de ellas son: un acuerdo amplio sobre la necesidad de un cambio y superación de la actual situación, un acuerdo sobre la necesidad de que la población adquiera los conocimientos necesarios para el desarrollo de las actividades del país, una crisis educativa agudizada por el rutilante fracaso del actual gobierno, que a su vez dejó claro que es imprescindible una gran mesa de diálogo, sin exclusiones ni silencios, para procesar los cambios necesarios.

Visualicemos una lista posible de elementos relevantes para revolucionar la educación de nuestro país. Necesitamos:

  • Comprender a las instituciones educativas como espacios de encuentro y referencia para la comunidad y su construcción.
  • Reducir significativamente la burocracia.
  • Asumir que el desarrollo de capacidades cognitivas, sociales y emocionales requiere necesidades básicas cubiertas, una base de cuidado y seguridad y un entorno tranquilo.
  • Integrar en los alrededores del espacio físico educativo los distintos servicios y niveles de atención públicos a los ciudadanos, que permitan también tender redes y brindar apoyos esenciales a la comunidad y a los docentes.
  • Constituir espacios de intercambio multidisciplinarios para la toma de decisiones en las instituciones, con direcciones comprensivas, flexibles (desburocratizantes), que sean mediadoras y constructoras de acuerdos.
  • Avanzar hacia la universalización de los jardines de infantes y escuelas de tiempo completo; consolidar comunidades de referencia estables en las instituciones.
  • Revertir la masificación de los grupos para optimizar la calidad educativa, pero sobre todo por la eficiencia en los cuidados, en el acompañamiento y en el sostén de cada situación singular, así como en la construcción de un espacio compartido y de pertenencia.
  • Revertir el “trágico” nivel de egreso en bachillerato, apostando a dos estrategias: un ambicioso plan de becas y un sistema de actualización y acreditación para jóvenes con actividad laboral.
  • Es necesaria la creación de una Universidad de la Educación. La formación docente es el cimiento de todo y Uruguay tiene profundos problemas en los antiguos Institutos Normales tanto por la metodología como por los contenidos. En la formación de docentes de secundaria existen también problemas metodológicos. Es necesario que el cuerpo docente se forme en ambientes universitarios. Hay que romper la endogamia y los vicios de instituciones que no han sido atravesadas por los avances del tiempo. La complementariedad institucional y las acciones coordinadas de investigación y extensión requieren cierta dotación de recursos y estrategias de cooperación interinstitucional.
  • Es imprescindible actualizar los programas y generar una institucionalidad que permita su permanente sincronización y actualización mediante un proceso flexible y participativo. El compromiso docente con nuevas propuestas curriculares debe estar presente desde el proceso de construcción, asegurando los debidos plazos y acciones que fortalezcan los cambios. Un abordaje interdisciplinario a nivel universitario requiere un soporte logístico con medidas de gestión que viabilicen las construcciones colectivas. La noción de relevancia -que hace referencia a lo que tiene sentido aprender para los desafíos de la vida- debería estar presente y atravesar la planificación de todos los procesos educativos. También es necesaria una síntesis teórico-práctica, unir el lápiz con la pala y el software con el tractor. Tenemos que juntar la idea con la herramienta para contribuir con formaciones integrales.

Construyamos un modelo educativo propio de primer nivel. Tenemos las bases, la historia, las condiciones políticas y las necesidades para hacerlo.

No habrá revolución sin presupuesto para más infraestructura, más personas al servicio de las comunidades, mejores servicios e instrumentos y una política de becas. Las teorías de la economía de la educación proponen asumir que la persona y su familia invierten cuando dedican tiempo a la formación. Esto tiene sentido para Uruguay, porque todas las estadísticas marcan que la deserción se da al inicio de la edad laboral, sobre todo en familias que necesitan aumentar sus ingresos. A la vez se observa una baja expectativa de los individuos sobre la tasa de retorno de esa inversión. Por lo tanto, tenemos la obligación como sociedad de becar a los estudiantes de la educación pública y hacer posible que la educación sea una inversión que valga la pena -tanto para las familias como para el país- y así poder reducir la desigualdad hasta eliminarla.

A nivel terciario parece relevante que el Estado promueva la generación de ámbitos de encuentro entre los estudiantes con sus proyectos y el sector productivo interesado en la investigación, el desarrollo y la tecnología. Esta unión es necesaria para mitigar la fuga de cerebros, potenciar la producción nacional, fomentar la inversión en ciencia y tecnología y marcar un aumento de patentes nacionales.

El cambio de época está marcado por el aumento de las inseguridades, incertidumbres y crisis de todo tipo. Nuestra sociedad tiene miedo sobre su futuro. El único elemento de largo plazo para abordar esta situación es una buena caja de herramientas cognitivas y prácticas para adaptarnos, entender y solucionar los desafíos del mañana. Esa es la educación que tenemos que construir.

Uruguay tiene, con el Plan Ceibal, el hardware necesario para una revolución educativa y puede convertirse en un modelo global de educación pública de primer nivel. Hay condiciones políticas para alcanzar un gran acuerdo nacional por el futuro cognitivo del país. Hagamos una revolución educativa, redistribuyamos la riqueza, cambiemos el presente, construyamos un futuro distinto con justicia y libertad.

Alanis Pena es maestra en primera infancia, dirigente de la Asociación Cristiana de Jóvenes y militante de Rumbo de Izquierda. Juan Erosa es militante de Rumbo de Izquierda.