Los uruguayos estamos asistiendo a una campaña electoral sin precedentes en la rica historia política de nuestro país. Los candidatos oficialistas, preocupados por las encuestas, acuden a todo tipo de artimaña, sin presentar un plan de gobierno común y anunciando medidas que no tomaron a pesar de ser gobierno desde hace cuatro años.
Un tono indisimulable hace que esos dirigentes políticos –al margen de sus promesas siempre cuestionables– tengan un tinte de odio o desprecio hacia el adversario. Se inventan epítetos y se tilda de inapropiada la consigna del candidato de la oposición, que sueña con la honestidad.
¿Dónde estamos? ¿Alguien se dio por aludido? ¿Quien aspira a un cargo público no tiene la autocrítica suficiente para hacer propuestas y también para proteger la tolerancia, base de nuestro sistema de partidos políticos, que ha sido objeto de innumerables elogios en el mundo? ¿Quieren construir una grieta?
No han comprendido datos de la realidad: hace 25 años que el Frente Amplio (FA) es la fuerza política mayoritaria y hace 35 que gobierna la capital del país. Todo fruto de la soberanía popular, emergente de comicios intachables que nos deben enorgullecer. Han sumado los votos de cinco partidos para lograr un empate técnico con el FA.
Respetar las mayorías es no ofender la inteligencia de los uruguayos y la vocación democrática de todos.
La campaña por la negativa no tiene límites. Todo lo que está mal hoy es herencia y culpa de los gobiernos del FA.
¿Cuáles son las propuestas en materia de desarrollo sustentable y de distribución del ingreso de los candidatos oficialistas? ¿Cómo salimos de la desigualdad, de la pobreza infantil, del fracaso de la protección de menores y adolescentes?
No han comprendido datos de la realidad: hace 25 años que el Frente Amplio es la fuerza política mayoritaria y hace 35 que gobierna la capital del país. Todo fruto de la soberanía popular.
En su desenfrenada carrera, el Presidente de la República se mete en la contienda, atacan a los fiscales, les sobran planes para combatir la inseguridad y ofrecen dólares a los más pobres para culminar los estudios secundarios. Parecería más honorable asegurar la inserción laboral de los jóvenes siguiendo la vieja máxima “si le das pescado a un hombre comerá un día, si le enseñas a pescar comerá toda la vida”.
Conviene recordar que los indicadores en los 15 años de gobierno frenteamplista indicaron crecimiento económico y aumento del salario real ininterrumpidos y un descenso importante de la desigualdad (baja del índice de Gini).
Pero hay también diagnósticos del propio gobierno. Los uruguayos tenemos memoria, y no olvidamos que en junio de 2020 el Ministerio de Economía y Finanzas del gobierno actual publicó un documento de 29 páginas “para los inversores”, que circuló por todo el mundo y en la página 9 plantea un estado de situación muy positivo en materia de estabilidad, adhesión al estado de Derecho, conflictividad social y percepción de corrupción, bajo el título “Uruguay sigue siendo un bastión de estabilidad institucional, política y social en América Latina”.
El gobierno actual asumió en marzo de 2020, y la publicación apareció tres meses después, en junio de 2020. Esa era –según el gobierno– la realidad que heredó de los gobiernos del FA: primero en calidad democrática, primero en máxima adhesión al Estado de derecho, primero en menor conflictividad social. Y último en percepción de corrupción. El país más avanzado de América Latina.
¿Cómo serán los indicadores en 2024? Uno se pregunta quién mintió, y si lo hizo en 2020 o en la actual campaña electoral.
Julio Vidal Amodeo es doctor en Derecho y Ciencias Sociales.