En su edición del 6 de diciembre de 2024, bajo el título “La estafa del reciclaje”, la diaria publicó un artículo que Mohamed Larbi Bouguerra elaboró para Le Monde diplomatique. Allí –entre varios aspectos ambientales que se analizan– se señala que “unos 350 millones de toneladas de desechos plásticos se descartan en el mundo cada año” y que “el reciclaje resulta no sólo insuficiente, sino también inviable desde los puntos de vista económico y técnico”. Se trata de un artículo sin desperdicio, que refiere a “la gran estafa del reciclaje”, a que los industriales “saben desde hace mucho, pero juegan con éxito con la corruptibilidad de los poderes y la credibilidad del público”. Debo expresar que todas estas afirmaciones, así de contundentes, me resultan absolutamente compartibles, razón por la cual en este pequeño país deberíamos estar alertas en materia de reciclaje.

En consonancia con Le Monde diplomatique, mencionaré lo que considero algunas trampas en las que Uruguay ha caído y lamentablemente no parece estar saliendo de ellas. Desde ámbitos político-partidarios se insiste con emprendimientos que parecen buenos, pero desde mi punto de vista no han sido debidamente evaluados como para que se siga creyendo en ellos. Y, peor aún, en gran medida se está proponiendo más de lo mismo, se insiste con cosas que arrojan magros resultados con relación a los recursos humanos y financieros gastados.

Trampa 1. La economía circular

Una primera trampa es promover y hasta exigir en determinados proyectos la aplicación del concepto de economía circular, que se presenta como “verdad absoluta”, “varita mágica” que resolverá los problemas que produce la basura ciudadana. Pero la realidad es que esta economía no es otra cosa, incluso así se la llamaba hace unas cuatro décadas atrás, que la “economía cerrada”, que no fue pensada para resolver el problema de la basura en las ciudades. Si bien ese problema existía en ese momento, fue para dar respuesta a otro problema, derivado del crecimiento de la producción industrial, la que contaminaba salvajemente aire, tierra y agua, sin límite alguno, sin la existencia de normas de control. La idea generalizada, socialmente aceptada, era que el ambiente por sí solo se haría cargo, lo que sin duda fue un grave error. La crisis ambiental por contaminación de residuos sólidos, líquidos y gaseosos que se potenció desde la revolución industrial se fue dando bajo la ignorancia colectiva de las secuelas que iba dejando en las poblaciones y los pasivos ambientales que se generaban en el planeta, contaminando agua y tierra con desechos líquidos y sólidos, y también el aire, con las emisiones de gases de efecto invernadero y otros más letales aún, originados en la quema de diferentes combustibles. Viene al caso recordar la gran niebla de 1952 en Londres, cuando se tuvo que quemar carbón de baja calidad en condiciones inadecuadas, lo que causó una tragedia de salud pública que implicó miles de muertes, y que terminó en gran medida dando origen a innumerables movimientos ambientales.

Controlar los residuos que produce un emprendimiento productivo es algo muy acotado en lo espacial y por lo tanto relativamente sencillo de manejar, pero no así aquellos que se desechan en una ciudad a toda hora, todos los días, por cientos de miles de personas. En el primer caso la economía circular es viable, pero no así en el segundo.

Está muy bien reciclar, y que las intendencias en cierta medida participen en esta tarea, pero siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones y se garantice que la recuperación de objetos y materiales tengan un destino útil.

Trampa 2. Clasificar sin analizar previamente la relación costo-beneficio

La segunda trampa del reciclaje que señalo es la de pensar que toda iniciativa de recuperar, ya sea envases, colillas de cigarrillo o boletos de ómnibus, debe ser bienvenida, como si todo sumara a la mejora ambiental y disminuyera lo que va al ambiente o, en el mejor de los casos, a los sitios de disposición final. Esto no es así, porque para empezar hay que estudiar la relación costo-beneficio de estos emprendimientos, es decir, cuánto dinero se gasta, qué valor tiene lo que recupero, si es que lo tiene, medir la huella ambiental de recuperar, y si quien está a cargo de la tarea es el responsable legal del residuo. No está bien que las intendencias se hagan cargo de costos que no le corresponden, menos cuando no se genera un comprobado beneficio económico, social o ambiental para el departamento.

Trampa 3. Clasificar algo que sabemos que irá a la basura

La tercera y última trampa, aunque dejamos constancia de que hay más, es clasificar lo que luego se sabe que irá a la basura. Analicemos lo que pasa aquí con las botellas de vidrio, señalando en paralelo que son muchos los envases plásticos y de otros materiales que tienen el mismo camino, por ejemplo, casi todos los envases usados por las industrias lácteas. Los envases de vidrio son casi todos descartables, y por más que se trate de un material reciclable, hoy su destino es la disposición final. Sin embargo, este material podría ser acondicionado, acopiado y exportado, por ejemplo, a Argentina, donde hay fábricas que demandan esta materia prima. Si esto no se hace, resulta claro que la población está siendo engañada con que se va a reciclar algo que separó, cuando esto no sucederá. Se está gastando en un circuito que junta cosas que los clasificadores en las plantas tendrán que separar y enviar a la basura, o sea que se los condena a un trabajo ineficiente. Eso pasa con el vidrio en todo el país, salvo quizás en algún departamento fronterizo, donde el destino puede ser –contrabando mediante– un estado limítrofe.

Si bien este no es un artículo para desarrollar propuestas, dejamos planteado que el gobierno nacional y los departamentales deberían –antes de embarcarse en pedirle a la población que clasifique ciertos objetos y materiales– asegurarse de contar con un destino que permita la comercialización de lo recuperado. Si el residuo no tiene mercado, entonces hay dos caminos: no clasificarlos o crear un emprendimiento (negocio) que permita su valorización.

Para finalizar, expresar claramente que está muy bien reciclar y que las intendencias en cierta medida participen en esta tarea, pero siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones, se garantice –como se señaló– que la recuperación de objetos y materiales tengan un destino útil, y que se haga a través de circuitos limpios, eficientes, seguros, inclusivos y solidarios. Esto en gran medida no ocurre, por eso se debe rever todo lo existente en materia de reciclaje, para gastar bien los recursos, que, como se sabe, son siempre escasos. La economía circular es válida, pero hay poderosos intereses que empujan con un fuerte lobby y dinero a caer en trampas de las que después es difícil o casi imposible poder salir.

Jorge Solari es edil departamental de Montevideo por El Abrazo 949, Frente Amplio.