El resultado electoral argentino del domingo pasado fue sorprendente y difícil de comprender, incluso desde el oficialismo triunfante. En Uruguay pareció aún más inexplicable, y esto sugiere que sus causas tuvieron que ver sobre todo con las diferencias actuales entre ambos países.

En Uruguay, como en la mayor parte del resto del mundo, se puede apostar con tranquilidad por la derrota de un gobierno con los resultados que ha tenido en sus primeros dos años el de Javier Milei: agravamiento de la crisis social, grandes recortes de las políticas públicas, denuncias de corrupción, represión y, sin completar la larga lista, un estilo de gobierno exasperado y exasperante. Sin embargo, el pronóstico depende de que la mayoría crea en una alternativa capaz de mejorar la situación, o por lo menos de no agravarla.

Mi voto no es positivo

Con los datos a la vista, Milei sostuvo que “dos de cada tres argentinos no quieren volver al pasado”, en alusión a que cerca del 70% de los votantes le negó su apoyo a listas del peronismo. El gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, afirmó por su parte que “seis de cada diez argentinos no están de acuerdo” con el “modelo” de Milei. Ambos exageraron, porque no se expresaron “los argentinos”, sino menos de un 68% de las personas habilitadas para votar, pero los datos de referencia son tan ciertos como preocupantes.

Parece muy probable que gran parte de quienes votaron al peronismo lo hayan hecho para manifestar su rechazo al mileísmo y su voluntad de ponerle freno. Y que, a su vez, gran parte de quienes votaron al mileísmo lo hayan hecho para expresar su rechazo al peronismo y su deseo de que no vuelva al gobierno nacional. En los dos casos, no por algo, sino contra algo.

Esta hipótesis se refuerza si asumimos que lo mismo pasó en las elecciones provinciales adelantadas de Buenos Aires, el 7 de setiembre, y que ante la victoria peronista en aquellos comicios aumentó, en todo el país, la cantidad de personas temerosas de que “los K” volvieran al gobierno, de que la impotencia de Milei trajera dos años de caos aún peor que el actual, o de ambas cosas.

Sea como fuere, entre quienes participaron en una competencia fuertemente polarizada, catastrófica para los intentos de proponer un camino del medio, hubo mayorías contra las dos opciones enfrentadas.

Pese a las graves consecuencias que ha tenido la primera mitad de este período de gobierno, el peronismo no logró que confiara en él la mayoría, o por lo menos la minoría mayor, y una proporción muy importante de la ciudadanía prefirió darle más tiempo al presidente sin dejarlo a la deriva. Según los datos disponibles, gran parte de la remontada mileísta se debió a gente que en setiembre había votado en blanco.

Tierra quemada

Ahora Milei puede impedir que se levanten sus vetos, pero sigue sin mayoría parlamentaria propia para aprobar leyes, y aunque llegó a estar en una posición de fuerza para lograr apoyo de quienes representan a los gobernadores en el Congreso, nada asegura que la mantenga durante dos años. Quedó mejor parado que antes, pero esto no significa que pueda impulsar con éxito cualquiera de las reformas que ambiciona (tal vez esa limitación sea conveniente para Argentina).

Aun si el presidente estuviera en condiciones de hacer todo lo que desea, sus planes tienen mucho de fantasía, dependen en alta medida de que conserve el apoyo de Donald Trump e implican riesgos gravísimos. Él sabe que necesita pactar con fuerzas no peronistas, y si no lo sabe acepta, por lo menos, las directivas estadounidenses en ese sentido. De ahí que el domingo por la noche haya hecho un discurso muy moderado en relación con sus antecedentes, con exhortaciones a “dejar de lado los intereses partidarios y pensar como país”.

Ese mensaje fue para dirigentes políticos; el problema es que la sociedad sea capaz de pensar o de sentir como país. Que se active como ciudadanía esa población castigada desde mucho antes del mandato de Milei, hecha pedazos y con crecientes bolsones de desesperanza disimulados, porque los sectores que se movilizan conservan una gran potencia. Esa gente que no fue a votar o votó por miedo, y que a menudo, como cantaba Dino en “Milonga de pelo largo”, “ya no se queja”. Gente que, como cantaba en el mismo año 1972 el brasileño Jards Macalé, “ya comió demasiado de la harina del desprecio”.

Después de las anticipadas de Buenos Aires, las redes sociales se llenaron de mensajes derechistas contra las personas presuntamente irrecuperables que seguían votando al peronismo. Desde el domingo, abundan las condenas al voto antiperonista “gorila” y “desclasado”, sin reparar en que quizá, por ejemplo, las denuncias de corrupción contra el mileísmo no causaron la esperada indignación masiva porque, a esta altura, la deshonestidad de los gobernantes ya es asumida por demasiada gente como algo inevitable. Con ese abono sólo crece el autoritarismo.

La sociedad uruguaya es diferente de la argentina (no siempre mejor), pero es posible que nos asemejemos en lo peor si no nos esforzamos por evitarlo.