No es la primera vez que escribo sobre este tema. Y vuelvo a hacerlo porque la preocupación no se disipa: se profundiza. En un momento político que exige lectura fina de la realidad y capacidad de construcción, parte de la izquierda parece atrapada en una lógica que privilegia el comentario diario por sobre el análisis de los procesos en curso.
En estos meses se repite una escena conocida: buena parte de quienes se identifican como de izquierda –e incluso de la “izquierda de la izquierda”– dedica una energía desmedida a desmenuzar lo que el presidente dijo ese día. Se analiza cada palabra, cada gesto, cada entonación; se discute si comunicó bien o mal, si estuvo firme o dubitativo, si respondió con habilidad o dejó “un vacío”.
Mientras tanto, las decisiones concretas de gobierno, las políticas que efectivamente se están implementando y los cambios que empiezan a verse apenas nueve meses después quedan relegados del centro de la conversación pública.
Ese énfasis casi obsesivo en la comunicación presidencial termina, muchas veces sin advertirlo, amplificando la agenda que la derecha instala con eficacia: frases recortadas, polémicas menores, ruido. En lugar de disputar sentido, se reproduce la distracción.
La paradoja es evidente. Venimos de años que dejaron un país empobrecido, y los datos lo confirman. Sin embargo, parte de la izquierda parece más concentrada en señalar imperfecciones comunicacionales que en explicar los avances, las dificultades reales y los desafíos políticos y económicos en curso. En menos de un año ya hay señales de cambio, pero quedan opacadas por la espuma del día a día.
La izquierda desde la silla
Buena parte del debate que se autodefine “radical” ocurre desde la comodidad de una silla y un Whatsapp. Hay poca calle, escaso contacto con la gente y débil construcción de marcos interpretativos para disputar sentido. En cambio, abunda la crítica instantánea que, muchas veces sin intención, replica el guion opositor y desgasta la posibilidad de que cualquier proyecto transformador avance.
Ese énfasis casi obsesivo en la comunicación presidencial termina, muchas veces sin advertirlo, amplificando la agenda que la derecha instala con eficacia: frases recortadas, polémicas menores, ruido.
La comunicación importa, claro. Pero cuando el debate queda reducido a evaluar la performance presidencial, se pierde de vista lo esencial: qué se está construyendo, qué se está discutiendo, qué se intenta transformar. Allí la derecha vuelve a ganar, porque domina la capacidad de desviar la atención hacia lo accesorio.
Este no es un llamado a dejar de criticar ni a aceptar sin cuestionar. Es una invitación a recuperar perspectiva: mirar la realidad material, analizar políticas concretas y pensar procesos, no sólo titulares. Si la izquierda quiere tener incidencia real, necesita construir relato propio, no comentar el ajeno.
Los próximos meses estarán marcados por disputas intensas: reformas, tensiones económicas, intentos de deslegitimación y la necesidad de recomponer consensos básicos. En ese escenario, quedar atrapados en el “comentario del día” es un lujo que no podemos darnos.
Lo que viene exige recuperar la conversación pública desde el territorio; explicar con claridad lo que se hace y lo que falta; disputar agenda, no sólo responderla; involucrarse de manera activa, no sólo opinante; entender que el proceso recién empieza.
Sumar no es aplaudir ni dinamitar desde adentro. Sumar es comprender el momento histórico, elegir las batallas y poner la energía en lo que realmente transforma. Porque la política, la de verdad, no se juega en la pantalla. Se juega en la realidad.
Fernanda Blanco es docente y educadora en Derechos Humanos. Fue edila por el Frente Amplio en Montevideo.