En los últimos años, la posibilidad de encontrar yacimientos de petróleo en Uruguay ha abierto un debate que va más allá del impacto ambiental inmediato. Aunque la exploración sísmica ya plantea desafíos, la verdadera pregunta es qué sucedería si se descubren reservas significativas y se decide explotarlas.

Por un lado, el impacto climático es innegable: más petróleo significa más emisiones de carbono, lo que agrava el cambio climático global. Por otro lado, los riesgos sociales y políticos no son menores. Países pequeños que de repente encuentran riqueza petrolera pueden enfrentar lo que se conoce como la maldición de los recursos o enfermedad holandesa. Un caso clásico fue el de Países Bajos en los años 1960, donde el auge del gas natural impulsó el crecimiento económico, pero también debilitó otros sectores productivos y aumentó la vulnerabilidad estructural de la economía. Como señaló el economista Richard Auty, este fenómeno se ha repetido en distintos contextos y constituye una advertencia histórica relevante.

Además, no podemos ignorar la gran contradicción ideológica que esto representaría. Uruguay ha sido reconocido por la prensa internacional como un país modelo en la adopción de energías renovables y en su compromiso con la acción climática. Apostar por la explotación petrolera iría en contra de esos logros y pondría en cuestión la coherencia de su liderazgo en materia de sostenibilidad.

En un país de apenas tres millones y medio de habitantes, el hallazgo de petróleo podría además alterar la dinámica social, generar desigualdades internas o atraer presiones geopolíticas que comprometan su soberanía.

A esto se suma una tensión directa con los compromisos asumidos por Uruguay al adherir al Acuerdo de París. Dicho acuerdo busca limitar el calentamiento global muy por debajo de los 2 °C y avanzar hacia economías progresivamente descarbonizadas. La explotación de nuevos yacimientos petroleros no sólo implica mayores emisiones futuras de dióxido de carbono, sino que también consolida infraestructuras y dependencias que van en sentido contrario a esos objetivos. Para un país reconocido internacionalmente por su liderazgo en energías renovables, esta decisión pondría en cuestión la coherencia entre sus compromisos climáticos, su política energética y su proyección internacional.

En un país de apenas tres millones y medio de habitantes, el hallazgo de petróleo podría además alterar la dinámica social, generar desigualdades internas o atraer presiones geopolíticas que comprometan su soberanía y su estabilidad democrática. Si bien el pasado no determina necesariamente el futuro, ignorar estas lecciones sería un riesgo innecesario. Uruguay tiene hoy la oportunidad de dar un debate profundo, informado y estratégico, que evalúe no sólo los beneficios económicos de corto plazo, sino también las consecuencias climáticas, sociales y políticas de largo plazo.

Martín Medina Elizalde es profesor asociado en el Departamento de Ciencias de la Tierra, Geografía y Clima de la Universidad de Massachusetts, Amherst. Es doctor en Ciencias Marinas.