El gobierno quiere finalizar su gestión, si es posible expresarlo en términos futboleros, dando una vuelta olímpica. Así pretenden irse. Quieren bajar el telón de la obra mostrándose exitosos en las áreas más importantes de la administración, principalmente en economía y seguridad. Recientemente el ministro del Interior, Nicolás Martinelli, exhibió orgulloso el triunfo del gobierno sobre el delito, ostentando incluso la baja de los homicidios en 1%. Y aunque parezca absurdo mostrar como significativo una cifra de tal insignificancia, y que además es muy cuestionable, ese número llegó a ser tapa de un diario que publicó el informe. Sobre seguridad, hicieron la lista del éxito (los delitos elegidos para mostrar fueron selectivos) pero nada dijeron de lo que muchos han señalado es lo que ocurrió realmente: un fuerte corrimiento del delito que ha explicado las bajas en rapiñas y hurtos (al menos de las denuncias), porque para muchos, en estos últimos años se ha vuelto mucho más rentable dedicarse a los llamados ciberdelitos, que incluyen penas mucho más bajas, o directamente vincularse al negocio del tráfico de drogas.

Espejito, espejito

En la previa del premio José Pedro Ramírez, el 6 de enero, el presidente Luis Lacalle Pou, nos regaló una de sus últimas apariciones públicas. Centro de todas las miradas, y apareciendo como el campeón que llega a la pelea, ante el grupo de periodistas que lo aguardaba, hizo extensas declaraciones en el mismo estilo comunicativo de siempre, el que, es justo decirlo, siempre le ha dado buenos réditos. Respondió múltiples preguntas, algunas que lo incomodaron, especialmente la que hizo referencia a si su gobierno fracasó en seguridad pública, también acerca de la pobre información que los miembros del gobierno entrante anunciaron que el saliente les ha brindado, mayormente datos que cualquiera podría sacar de internet.

Afirmó que no quería compararse, que es algo que no le gustaba hacer, pero inmediatamente cedió a la tentación de hacerlo y afirmó que “si este gobierno fracasó en seguridad, ¿el del Frente Amplio qué?”. También agregó, ante los cuestionamientos que ha recibido su equipo económico acerca del déficit, que cuando se termine el gobierno será menor que el que le dejó el Frente Amplio (FA), y al final agregó que la información brindada por su gobierno será mayor que la que le brindó al suyo el del FA. Para alguien que no admitía las comparaciones, metió tres al hilo, y siempre con el FA en la boca.

Pero había otro tema que se mostraba urticante, el del proyecto millonario Neptuno, que el gobierno saliente quiere dejar pronto y aprobado antes de su ocaso, a pesar de que es un paquete importante que le deja a la nueva administración, que ha recibido desaprobación unánime de la academia, de organizaciones de ambientalistas y de los vecinos de la zona donde se pretende hacer la obra. A pesar de todo esto, ha sido promocionado como la resolución definitiva de la crisis del agua, y ha sido argumentado y muy defendido principalmente por los empresarios que lo llevarán a cabo. El razonamiento que esgrimió el presidente para fundamentar su aprobación es que le estaría fallando a quienes lo votaron si él no gobierna hasta el último día, y lo que parece un negocio de dimensiones históricas para el país, que tiene varias sombras y que requeriría otros análisis, lo exhibe casi como un acto de obligación y responsabilidad.

En esta aparición pública, que no olvidemos fue en una fiesta que es muy importante para ciertos sectores del país (apariciones en las que ya sabemos se siente extremadamente cómodo), se ocupó de cuatro temas muy importantes y que le garantizaban recibir críticas y cuestionamientos. Al otro día de haber realizado estas declaraciones, estaba pronta la encuesta de opinión pública que revelaba una vez más un aumento del presidente en el nivel de aprobación en su gestión, teniendo increíbles niveles de popularidad. Y como vivimos en un tiempo de un verdadero fetichismo de las encuestas, aparecen como la verdad revelada del sentir y el pensar popular. Las encuestas han acompañado el recorrido de la obra de gobierno y al presidente mismo y en estos cinco años han estado presentes en cada momento importante y decisivo, cumpliendo un doble papel: primero, amparan al presidente de recibir cuestionamientos, ya que es muy difícil articularle críticas a alguien con tanto apoyo popular y, segundo, legitiman cualquier cosa que argumenta y propone. Al mismo tiempo, es inocultable la contradicción y podría ser difícil de explicar, de que la gente acaba de votar ponerle fin a este gobierno.

La estrategia es despegar al presidente del fracaso electoral, y ubicarlo más allá del chiquitaje del vaivén político.

Nadie como tú

Se trata de mostrar que el que se termina es, en todos los ámbitos, un gobierno exitoso, acumulador de méritos y logros. Se autoperciben así, lo repitieron en la campaña, se trataba de uno de los mejores gobiernos de la historia, dominador del problema de la inseguridad pública, exitoso a todo nivel en política económica, inversor récord en infraestructura pública, creador de la reforma educativa, que fue mucho menos una verdadera transformación que una simplona modificación de la currícula. La gestión de la pandemia es patognomónica: se definieron como el mejor país en su gestión, a pesar de que las vacunas llegaron muy tardíamente y tuvimos en determinado momento el más alto índice de mortalidad en términos mundiales. Todas esas exhibiciones de éxito fueron cuestionadas y la amplia derrota electoral debió haberle bajado el copete a un gobierno que seguramente no esperaba ser derrotado en las urnas. Pero no, la autocrítica del gobierno faltó a la cita, y continuó este show del éxito, transfiriendo responsabilidades lejos del líder. Rumbo a las elecciones municipales, apelaron a la lógica del siga siga, y han continuado con un método que evidentemente les resultó un fracaso.

Debe decirse que la comparación que elige el gobierno para erigirse exitoso frente al modelo de la izquierda es recurrentemente con el año 2019, el peor año de las administraciones frenteamplistas. Selectivamente dejan fuera el resto de los 14 años de su gobierno, y también los ataca una profunda amnesia acerca de los anteriores gobiernos de la coalición que condujeron a la peor crisis económica vivida por el país allá por el año 2002.

El gobierno y su líder han elegido mostrarse exitosos y triunfantes. Se van, pero el presidente ha elegido hacerlo dando una vuelta de honor, como el campeón que baja del ring, pero se prepara para retomar su éxito.

Pero hay que decirlo, esa teatralidad no es únicamente una escena que se ajusta a las necesidades del personaje, ni una autopercepción equivocada, sino que este gobierno que llega a su fin, el acumulador de logros y conducido por un líder de características sin igual, hará que las críticas se orienten a otro lugar, y lo protejan de cualquier golpe, pues desde que asumió, hay una corte de actores que han estado allí para recibir los golpes que deberían estar dirigidos al presidente, que, sin embargo, siempre ha sido protegido y ha salido airoso de los cuestionamientos.

La estrategia es despegar al presidente del fracaso electoral y ubicarlo más allá del chiquitaje del vaivén político, porque las mismas encuestas que lo elevan al cielo de la popularidad afirmaron que un alto porcentaje de frenteamplistas habrían respondido en términos de apoyo al presidente, lo que parece algo difícil de creer. A Luis parece que su partido le quedó chico, incluso la coalición misma le quedó chica.

El gobierno blanco se parece al Brasil de Maracaná: eran los mejores, eran los campeones, prometieron hacernos vivir los cinco mejores años de nuestras vidas, pero perdieron, y feo, y el voto popular los mandó para su casa. Ese pronunciamiento parece estar más allá de todo relato, de toda encuesta y del marketing. Porque el imaginario de la careta del éxito no puede ocultar la obra que es muy real: el aumento del déficit fiscal y la deuda pública, la pérdida de salario durante cuatro años, la inoperancia total en las reformas planteadas en educación, la crisis de seguridad pública que es inocultable, el fracaso absoluto en resolver el problema de la población en situación de calle que, peor aún, se multiplicó, y los hechos más escandalosos de corrupción que acompañaron cada momento de este gobierno.

Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.