Los anuncios aluvionales de Donald Trump desde que asumió la presidencia de Estados Unidos han sido rechazados y criticados por la casi unanimidad de los países del mundo, con la sola excepción del gobierno del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Todos sus anuncios han sido formulados en desconocimiento del derecho internacional, amenazando con el uso de la fuerza en muchos de ellos y despreciando el orden mundial basado en reglas.

Su desatada guerra comercial, pretendiendo sepultar la globalización, o sustituyéndola por una neoglobalización de tipo imperial monárquico pero formalmente presidencial, desconociendo a la ONU y sus normas, ha generado una incertidumbre mayor aún a la que ya estaba presente antes de su asunción. Las amenazas son dirigidas a aliados y competidores en esta lucha actual por el nuevo orden mundial.

Resulta complejo descifrar qué es lo que espera lograr con esta política. No parece claro si efectivamente cumplirá parte, alguna o muchas de sus amenazas. Uno de los últimos anuncios, formulado ante Netanyahu en la propia Casa Blanca, sobre la expulsión de los palestinos de la Franja de Gaza y Cisjordania, fue repudiado por casi todo el planeta.

Todos sus anuncios han sido formulados en desconocimiento del derecho internacional, amenazando con el uso de la fuerza en muchos de ellos y despreciando el orden mundial basado en reglas.

Esta iniciativa se formula después de una salvaje y despiadada masacre del pueblo palestino por parte del gobierno de Netanyahu como respuesta al ataque terrorista de Hamas. El gobierno de Israel ha cometido todo tipo de violaciones al derecho internacional, ha destruido literalmente Gaza y ha asesinado a decenas de miles de palestinos, mujeres, niños, ancianos, en una guerra repudiable y condenable.

La propuesta de Trump es incalificable. El presidente de un país que ha apoyado el exterminio –durante la administración de Joe Biden y continuada por él– formula este anuncio ante un criminal de guerra, que lo celebra en una patética puesta en escena que demuestra un cinismo amoral y supera cualquier reacción de los humanistas del mundo.

Hay respuestas políticas, diplomáticas y económicas posibles. Pero lo primero que debe haber es una condena de los seres humanos y de todos los gobiernos que representen valores y principios de respeto a estos, más allá de estrategias de inserción en este panorama de incertidumbres crecientes.

El silencio ante estas atrocidades es complicidad pura y dura. No expresar la indignación ante propuestas de estas características excede cualquier consideración. La reacción ha sido generalizada, pero restan muchos pronunciamientos por realizar. Entre ellos, el del gobierno de nuestro país, uno de los miembros de la comisión redactora de la ONU que resolvieron el derecho de palestinos e israelíes a vivir en la tierra palestina repartiendo su territorio y conformando dos estados independientes para vivir en paz.

Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.