En los últimos días, el Sr. Carlos Montossi -aspirante a integrar la Junta Departamental de Montevideo por la lista 99.000- ha desplegado una campaña de inusual intensidad para difundir su candidatura. Esta consiste en pintar -pintarrajear sería un término más adecuado- columnas del alumbrado público a lo largo de avenidas y rutas del departamento, con su nombre, lista y colores partidarios.

El método no es novedoso: barrabravas, entre otros, suelen marcar presencia de sus clubes y odio a sus rivales de esta forma. Lo llamativo, lo escandaloso si se quiere, de este caso es la escala y la intensidad del mecanismo predatorio: al momento de escribir esta nota es seguro que se debe haber sobrepasado las 1.000 columnas intervenidas y, si el ritmo y los recursos del candidato se sostienen, es previsible un impacto más que significativo sobre el espacio público montevideano.

Pues bien, ya en su actual dimensión, este despliegue me ha provocado, en mi condición de frenteamplista y sobre todo de ciudadano, una irritación difícil de medir y un cúmulo de preguntas. Enumero algunas de las que se pueden transcribir de forma respetuosa:

¿Es esta la idea de ciudad, de espacio público que el Sr. Montossi tiene y en la que piensa basar su actuación como legislador?

¿Está enterado de que el espacio público es el ámbito democrático por excelencia, que a todos pertenece por igual sin distinción de ningún tipo?

¿Es esta la idea de ciudad, de espacio público que el Sr. Montossi tiene y en la que piensa basar su actuación como legislador?

¿Sabe que el equipamiento que daña en lo que él supone su propio beneficio es pagado por todos, incluidos aquellos que apoyan otras opciones?

¿Está enterado de que, más allá de ser limpia, eficiente y segura, una ciudad tiene la chance de ser bella, y que esa belleza impregna la cultura de sus habitantes, haciendo de su vida una experiencia mejor? ¿Y que, por el contrario, su degradación, su deterioro, a todos nos empobrece, a todos nos embrutece?

Ahora bien, más allá del protagonista, ¿qué vamos a hacer los demás? ¿Aceptar pasivamente, consentir y naturalizar estas y otras acciones como si fuesen legítimas formas de comunicación? ¿Nadie hará nada para detener esto en nuestra fuerza política: el líder de su fracción, la candidata a la que apoya y los otros dos aspirantes, las autoridades partidarias?

¿La intendencia?

¿No hemos aprendido en 35 años que a la ciudad se la defiende palmo a palmo y todos los días? ¿Que además de administrarla, se la puede querer?

¿Tan poco nos ha durado el recuerdo, el ejemplo de Mariano?

Conrado Pintos es arquitecto y profesor emérito de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República.