Cada invierno mueren personas en situación de calle en Uruguay. El Estado omite reconocerlo, la prensa retuerce los hechos, la sociedad reacciona una y otra vez con sorpresa inicial y rápida indiferencia.
La muerte de un alguien en la calle es la punta de un iceberg que da cuenta de un crimen cotidiano que soportan los cuerpos día a día y noche a noche. El colectivo Ni Todo Está Perdido (Nitep), integrado por personas en situación de calle, se conformó en Montevideo en 2018 y uno de sus primeros temas de trabajo fue la muerte en calle.
En 2020 el contexto de alerta sanitaria sensibilizaba a la población con relación a la muerte: estaba a la vuelta de la esquina y se respiraba de manera masiva el miedo a fallecer en soledad. Una experiencia nueva para quienes viven en condiciones dignas, pero cotidiana para quienes se encuentran en la pobreza extrema. Ese año el colectivo fundó un ritual como respuesta a las muertes de personas en situación de desamparo social. Se elaboran comunicados cada vez que se anuncia el fallecimiento de una persona. Se comienza a indagar el nombre de cada una y se reconoce como compañere, exigiendo identidad y justicia.
Traemos aquí, a conversar con ustedes, cuatro muertes, cuatro situaciones, cuatro compañeres, para plantear algunos asuntos: la culpabilización sobre la propia muerte, las difamaciones, la soledad y el abandono. Podrían ser muchos ejemplos más.
Gustavo murió a la vuelta de la esquina, literalmente. Su cuerpo falleció expuesto en la vereda de la casa donde se reunía Nitep en ese momento. Esa noche de invierno de julio de 2020 no había cupo para él ni para otras 45 personas. Cuando le dijeron que no había lugar en esa noche de lluvia, se desacató. Llamaron al 911, fue reducido y conducido a la comisaría. El fiscal no encontró méritos para procesarlo. El juez determinó la puesta en libertad en medio de la tormenta y la noche. Murió a pocas cuadras de la sede judicial. Fue encontrado por vecines en la madrugada.
Sandra murió en una casilla policial, en el invierno de 2021. El ministerio se resiste a aceptar las muertes en situación de calle. Insistió públicamente en que “no murió en la calle porque estaba adentro de una garita abandonada”; que “tenía sangre, que podría indicar que murió por causas violentas y no por estar en la calle”. La prensa especuló sobre las causas, relató en forma morbosa. Pero la persona no fue asistida en tiempo y forma y por eso murió. Vecines llamaron insistentemente para alertar, solicitaron asistencia y no llegó nadie.
Mónica también murió. Como solución habitacional el Estado contrató hace unos años hoteles para madres con hijos en situación de calle. El hotel Aramaya no tenía habilitación de bomberos. Las personas tenían un régimen de salida muy controlado y vivían en condiciones de hacinamiento. Desde Nitep habíamos denunciado estas situaciones varias veces. El hotel se incendió. Mónica murió antes de poder salir, encerrada tras una puerta que no funcionaba. Sus hijos estuvieron en el hospital, muy graves. La discusión se volvió un motivo de pugna partidaria. Justificar lo injustificable, cuando hay una persona que murió y niños que ahora están solos.
Vamos a contar también, y homenajear, a nuestro amigo y participante de Nitep Julito. La historia comienza con la travesía que hay que pasar sólo para que te diagnostiquen, aunque sepas hace meses que estás enfermo. Negligencia y diagnósticos a la ligera. Luego, la institución de salud pública no estaba preparada para que personas que no estaban vinculadas en sangre o judicialmente sobre esa persona quisieran acompañar, abogar por ella y cuidarla. Había una expectativa obvia, una trayectoria que parecía marcada, sin embargo, también hubo un querer acompañar, desde el colectivo, diariamente, esa vida que estaba terminando, acompañar ese final. Julito tenía un cáncer devastador. Es clara la distinción entre la indiferencia a nivel individual con la gente en las calles y la diferencia que puede hacer un colectivo.
No existe un conteo oficial de muertes en situación de calle. No se registran. Las narraciones de las autoridades y los medios son groseras. Los gobiernos y la prensa se afanan por encontrar culpable al muerto, convirtiendo a la persona en doblemente víctima, por los resultados y las explicaciones. Se configuran discursos irrespetuosos buscando causas; colocan en una misma frase palabras cercanas para generar una idea capciosa: violencia, calle, sustancias, fracaso, sangre, muerte. El espacio público es de todos hasta que alguien muere. Y en ese momento parece que no es de nadie. Nadie se hace cargo.
No existe un conteo oficial de muertes en situación de calle. No se registran. Las narraciones de las autoridades y los medios son groseras. Los gobiernos y la prensa se afanan por encontrar culpable al muerto.
Es una injusticia que se ejerce sobre los cuerpos: cuando sos pobre estás mucho más expuesto a los diagnósticos tardíos; la falta de cuidado y resguardo se incrementa cuando estás en la calle. Se implementan a través de políticas públicas programas de sufrimientos: largas esperas, malos tratos, violencias sistemáticas, armando el escenario perfecto para una muerte, solo, sin reconocimiento y sin responsables. Pero son muertes políticas. Suceden en lo público, por un fracaso de lo político. Matan por omisión, y en otros casos con los métodos de exclusión o de inestabilidad o violencia implícita que hay que soportar para poder dormir bajo techo una noche.
El método es un ejemplo claro de un sistema creador de muertes, una “necropolítica”, la exposición regulada de ciertas personas a la muerte. El sistema genera condiciones para que haya siempre desplazados, chivos expiatorios, fracasos de la sociedad. Sirve como oposición ficcional de la manera correcta de vivir. La muerte anónima en la calle (y su negación) evidencia cómo el Estado se lava las manos y es el mayor extremo de violencia simbólica contra personas en la calle.
Mónica y Sandra representan además una dimensión de género. Evidencia de lo que es ser mujer en la calle. Sandra se intenta representar como una mujer culpable de su situación. Mónica sufría la amenaza de lo que podría suceder, de destierro, si denunciaba. Era dependiente, aceptó condiciones indignas por hacerse cargo de la vida.
Si no se recuerda el nombre, si el Estado no identifica, son personas desaparecidas, sin que haya mayor protesta. Una desaparición social. Hacen aparecer y desaparecer a las personas en calle según las conveniencias o las actitudes. Colocan a personas en una niebla, que luego dibujan forzadamente.
Si alguien vive y muere en situación de calle parecería que es por culpa propia y no por una estructura que conduce a una situación en la que quita todos los medios de sustento. Son historias que dejan ver un cúmulo de vulneraciones, dan cuenta de una estructura que arrastra a personas. No hay otro hecho como la muerte en calle, en soledad y abandono, que muestre de manera tan radical el fracaso de la vida social. Un muerto en la calle está expresando un abandono, el destierro de la sociedad a la que pertenece el individuo. Se generan las condiciones de empobrecimiento y después se culpabiliza a la persona por haber caído en situación de pobreza. Son muertes por omisión de asistencia. Por omisión de derechos. Son muertes por discriminación social. Que la gente esté viviendo en la calle es una muerte anunciada, el inicio de un calvario. El fin de la dignidad, la promesa de una muerte. Nuestra sociedad acepta que algunas personas pueden morir así. Es un linchamiento público.
Hay una pérdida de sentido de la vida, también de la muerte; si no, no sería posible que alguien pudiera dormir en la calle. Sin embargo, encontrar la muerte en compañía de un colectivo cuando tu trazabilidad esperada era la soledad fue revolucionario.
Juan Correa, Sergio Correa, Sebastián Aguiar, Susana Fernández, Sofía Lans, Gustavo de Pena y Eduardo Cabrera son integrantes del colectivo Nitep. Este documento fue preparado para el congreso de Ciscal en Buenos Aires en 2022. Aún, lamentablemente, continúa vigente. Lo traemos en esta oportunidad a modo de homenaje y protesta porque hace unos días un compañero cuya identidad se desconoce falleció frente a la puerta de un hospital, sin recibir la atención que, como cualquier ser humano, habría merecido.