El siglo XXI a nivel global comenzó el 11 de setiembre de 2001 con un acontecimiento que fue un quiebre mundial: la caída de las Torres Gemelas en el centro financiero de la capital imperial. Nos parece lejano en el tiempo, pero ese acontecimiento desató una oleada de represión a escala planetaria.
En aquel amanecer del siglo XXI el presidente de Estados Unidos era George Bush, quien no dudó en desatar una invasión en Afganistán y en Irak impulsó acciones militares en zonas donde pensaban que estaban los “terroristas” que habían hecho el desastre en la gran manzana. Pero el accionar de las tropas pasó a ser una amenaza para cualquier parte del planeta; nadie ni ningún lugar estaban a salvo de un ataque “terrorista”.
El mundo a partir de ese día comenzó a virar a la derecha y las fuerzas conservadoras se harían cada vez más robustas. El gobierno estadounidense y sus aliados de la OTAN hicieron desaparecer cualquier rasgo de democracia ante una supuesta o imaginada amenaza.
Las detenciones, traslados y la aparición de “cárceles” en cualquier lugar fueron una constante durante al menos cuatro años. Seres humanos eran trasladados de un país a otro en aviones “fantasmas” que nadie sabía dónde estaban ni de dónde habían salido. Los gobiernos autorizaban los vuelos ilegales y todo estaba permitido: era un asunto de seguridad nacional, se decía, y la alerta se instaló a nivel global. Los aeropuertos se llenaron de fuerzas represivas antiterroristas, aumentaron sus presupuestos y ensancharon sus atribuciones. El miedo se instaló en el mundo entero.
Los sectores neoconservadores estadounidenses empezaron a vivir su primavera y salieron de las cavernas en las que estaban disimulados. Ante la amenaza inminente de células terroristas que podían estar presentes en cualquier lado, los neoconservadores tuvieron la oportunidad de ser los protagonistas en ese nuevo momento a nivel mundial. En política aprovechar los momentos es un punto clave para triunfar, y estos sectores estaban esperando el momento apropiado para pasar a la ofensiva. En sintonía con esa postura política, el sheriff imperial declaró que no “atacar preventivamente” era “suicida”, así justificó la invasión a Afganistán y las acciones militares en Irak y las miles de detenciones ilegales.
A partir de ese acontecimiento la democracia fue golpeada a nivel global. Las decisiones de las fuerzas militares quedaban por encima de las leyes y las constituciones, y los acuerdos internacionales eran desestimados sistemáticamente. Quedó muy claro que la fuerza era la que tenía el control sobre las leyes. Se detenían sospechosos de pertenecer a grupos terroristas de forma indefinida y nadie sabía dónde estaban y hasta cuándo estarían detenidos. Fueron desaparecidos y chupados como los presos políticos de las dictaduras de los 70 del Cono Sur o Centroamérica.
El miedo, la angustia y la rabia se apoderaron de la población mundial, que veía todo este espectáculo a través de los grandes medios. Esa sensación de miedo generalizado llegó y fue replicada con la aparición de las redes sociales (en 2004 aparece Facebook y se difunde rápidamente en Estados Unidos). Este hecho fue clave para que se difundiera rápidamente este nerviosismo colectivo global. Esa realidad fue un combo perfecto para los grupos de derecha patriotas que desplegaron su discurso de odio a los que piensan distinto a los norteamericanos “típicos”: hombres blancos, religiosos y heterosexuales.
La democracia fue desmantelada en los hechos y se comenzó a instalar la idea de que la solución a la problemática global era la represión y el control de la población. Había que aumentar la vigilancia a nivel global, fue así que en los años posteriores se votaron leyes antiterroristas en casi todos los países. Los discursos de derecha permearon a nivel social y se plasmaron en protocolos y en la forma de entender el mundo. Este pensamiento se unió a los valores neoliberales de la meritocracia y el emprendedurismo empresarial.
En la región: terroristas/narcotraficantes
La investigadora argentina Pilar Calveiro hace una interpretación que puede ser esclarecedora para leer ese momento de la historia reciente del globo y cómo fue un punto de partida para el avance que existe hoy de las derechas: “El fin de la Guerra Fría, a la vez que abrió el camino para una nueva fase del capitalismo, representó también un obstáculo. Con la desaparición del ‘enemigo’ comunista se diluyó la legitimidad de la intervención armada en el ámbito internacional. Fue necesario, por lo tanto, fijar un nuevo enemigo, construir la figura de un oponente peligroso, de localización imprecisa y potencia indefinida, que justificara las acciones bélicas necesarias para imponer la expansión global”.
La investigadora plantea que estos enemigos eran los terroristas a nivel global y en la región latinoamericana eran los integrantes de las bandas de narcotráfico. En estos dos enemigos las derechas se van a apoyar para aumentar su poderío social. En la región las propuestas de las derechas se entroncan con la represión a la delincuencia y específicamente con la centralidad de la “guerra contra las drogas”, ofreciendo grandes sumas en los presupuestos para las fuerzas de seguridad. Las poblaciones sufren esa guerra en forma cotidiana y piden más represión, llevando a una situación en la que se profundiza la violencia de todo tipo.
Brasil es uno de los principales países en donde las nuevas derechas se desarrollaron en las últimas décadas. Es así que varios publicistas colocaron a la izquierda y al comunismo como centro de sus críticas desde mediados de la década del 90 del siglo XX y se convirtieron en autores muy leídos luego de hacer compilaciones de sus notas de diversos medios de comunicación. Los autores en cuestión son Olavo de Carvalho, Reinaldo Azevedo, Diogo Mainardi y Rodrigo Constantino.
Argentina es hoy la punta de lanza de las derechas internacionales. En ese país se ataca frontalmente la democracia y se desconocen las bases de las discusiones colectivas que se habían construido durante décadas.
Una de las críticas más fuertes que se hicieron fue contra el Partido de los Trabajadores: lo responsabilizan de ser uno de los organizadores del Foro de San Pablo. Para estas posturas derechistas estas reuniones y encuentros serían la semilla de los gobiernos de izquierda de la región que llegarían a principios de los años 2000. “Para los publicistas de derecha, el Foro de San Pablo fue una conspiración internacional para establecer dictaduras comunistas en América Latina (...) El aspecto más agudo de este ataque fue asociar al PT con narcotraficantes de las FARC”, apunta Patto Sá Motta en su obra Anticomunismo y antipetismo en la derecha contemporánea brasileña. En nuestro país existe una senadora que sigue repitiendo este mensaje, pero con otros actores como protagonistas.
Como vemos, las derechas identifican el narcotráfico con la izquierda. El miedo juega un papel clave para ganar adeptos y seguidores a sus propuestas. La crispación que se desarrolla a partir de las redes sociales de este tópico es otro punto central que le ha permitido una llegada muy importante con los sectores populares. El manejo de estas redes es profesional y estudiado por parte de laboratorios-usinas de investigación sobre las sociedades, financiados por proyectos de iglesias pentecostales y evangelistas, con fondos que no se sabe muchas veces de dónde salen pues son fundaciones que no declaran sus fuentes de financiamiento.
En esta dirección, señala Steven Forti en su obra Fascismo: ¿un fantasma que recorre el mundo?, “las nuevas tecnologías han revolucionado nuestras sociedades (...) la propaganda política ha mutado en los últimos 20 años. [Las derechas] han demostrado saber aprovechar más y mejor que los partidos tradicionales estas nuevas tecnologías, empezando por las redes sociales y continuando con la perfilación de datos, obtenidos legal o ilegalmente”. Con esos datos se puede presentar a un usuario de las redes sociales (cualquier persona) un mundo a su medida, a sus gustos, sueños y miedos. Si las personas no tienen intereses, gustos, prácticas y experiencias variadas, es muy sencillo para las empresas construir ese mundo a medida. De aquí la importancia de la educación y la cultura: esta debe presentar un amplio abanico de propuestas y no reducirlas a “lo que el mundo necesita”.
Otro elemento clave en los discursos de las derechas fue la acusación de corrupción a los gobiernos progresistas. Cualquier política que apuntara a fortalecer derechos era asociada a “curros”: derechos humanos, diversidad, memoria, fortalecer la cultura crítica, etcétera. Este discurso fue parte de la batalla que dieron Javier Milei y la derecha argentina de manera sistemática durante años. Sin embargo, también hay que tener presente que esas políticas progresistas no fueron hegemónicas, sino, como sostiene Pablo Semán en Están entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?, “la oficialización del punto de vista de grupos militantes. Poco de lo sostenido desde esas instancias arraigó en los corazones y cabezas de las personas con la extensión y la intensidad que requiere la producción de una posibilidad hegemónica”.
La batalla cultural internacionalizada
Como ocurrió en Brasil, la “batalla cultural” llegó a Argentina. En este caso de la mano del influencer y activista Agustín Laje como figura estelar y acicateador profesional formado en universidades norteamericanas próximas al Pentágono. Sus intervenciones en redes y espacios en línea fueron clave para la asunción del gobierno libertario.
No es novedoso pero sí efectivo el planteo de su libro La batalla cultural. Ya en Brasil y en Estados Unidos se hablaba hace más de dos décadas sobre esta batalla y se daba la lucha con este sentido. La novedad consiste en que es un argentino que habla español y eso le hace llegar a millones en América Latina. La disputa por la cultura es básicamente denunciar el avance de las izquierdas a partir de la “guerra de posiciones” elaborada por Antonio Gramsci, y que, según estas posiciones derechistas, le permitió al “marxismo cultural” hegemonizar la cultura, la educación, la política, la memoria, la familia. Para esta visión del mundo –defendida por muchas personas que pertenecen a sectores populares– las izquierdas llevan a Occidente al derrumbe total de la vida como se la conoce.
Esta batalla no se queda en los papeles, y es por eso que existe, advierte Semán, “la convergencia de eventos, libros, redes, textos, tecnologías e ideas que existen online y offline y vincula a ideólogos, influencers, editores, libreros, mediadores y jóvenes activistas o simpatizantes; [estos procesos] deben ser tenidos en cuenta a la hora de pensar la subjetivación política contemporánea”. Uno de estos grandes eventos llegó hace muy poco a nuestro país, algo nuevo para nosotros pero, como vemos, nada nuevo para la región.
Argentina es hoy la punta de lanza de las derechas internacionales. En ese país se ataca frontalmente a la democracia, se desconocen las bases de las discusiones colectivas que se habían construido durante décadas y con decretos se intenta borrar todos esos procesos. Esta misma dinámica llevó al gobierno de la coalición conservadora en Uruguay a presentar un proyecto de ley de urgente consideración que cambió la institucionalidad de varias áreas del Estado: educación, puerto, salud, etcétera. Estas lógicas derechistas son nostálgicas de los gobiernos oligárquicos en los cuales participaban exclusivamente los sectores acomodados de la sociedad y la plebe quedaba por fuera de las decisiones. Esta es la amenaza que sufre la democracia en estos tiempos y que, al parecer, seguirá pesando en el mundo entero.
Héctor Altamirano es docente de Historia.