“Lo que la gente quisiera es vivir como la gente”: “denle línea al presidente”, cantaba Jaime Roos. La izquierda es una fuerza histórica por el bienestar de las personas, el socialismo es un movimiento de igualdad y libertad y durante el siglo clásico jamás se definió como un sistema, sino como aspiración de autogobierno social. Molestar élites calmando culpas es para el diván. El cambio es el desarrollo humano. Pero ¿cuál es la cuestión moral de la izquierda?

Lo justo como política moral

Estoy de acuerdo con el árbol del impuesto a los ricos dentro del bosque de ingresos y egresos del Estado ante los desafíos de la pobreza, la desigualdad y el crecimiento sostenible. El bosque es una carga fiscal alta de Uruguay, baja eficiencia del Estado, baja calidad del gasto público, productividad mediocre y falta de mercados más competitivos. La igualdad y el bienestar nacen del cruce entre ingresos (impuestos) y egresos (gasto) del Estado que se apoyan en la inversión, políticas públicas y regulación de la calidad de los mercados. El debate debe ser amplio, sin prejuicios.

En mi opinión como ciudadano, la promesa presidencial de no aumentar impuestos no supone inmovilidad impositiva.

Hay dos enfoques complementarios pero distintos sobre los impuestos. Un especialista muy calificado, Gustavo Viñales, plantea un enfoque general sobre problemas de carga fiscal en un reciente artículo del Centro de Investigaciones Económicas (Cinve), mientras que el economista Mauricio de Rosa defiende el impuesto a los ricos.

Estonia tiene un sistema impositivo neutral y simple, sin impuestos progresivos ni a los ricos, con una tasa de 22% a las empresas que no aplica a la reinversión. Pero tiene menos desigualdad que Uruguay: Gini de 0,31 y 1% más rico con 21% de riqueza comparado con 0,397 y 1% con 37-40%% de riqueza según Inter-American Development Bank (IDB, 2024) y De Rosa, Gandelman y Lluberas (2023). Estonia tiene menos desigualdad que Uruguay y más protección de los pobres porque gasta mejor, tiene más eficiencia y sistemas públicos de excelencia en educación dentro de una economía de crecimiento veloz y tasas elevadas de inversión. La justicia no depende sólo de los ingresos, sino también de los egresos y del modelo de desarrollo.

Las mejoras de igualdad y bienestar no se logran a priori ni con impuestos ni con gasto público. Pero a la vez, el problema moral de la desigualdad y el problema moral del bienestar deben plantearse dentro del problema moral de lo justo, es decir, dentro del problema general del desarrollo humano y, al decir de Alberto Methol Ferré, dentro de un pequeño país como problema. Para eso es relevante la determinación más amplia de lo justo dentro de la determinación de lo posible sobre lo deseable, recuerda Alejandro Baroni.

Ni igualdad por derrame ni reparto de la pobreza: inversión e igualdad

Una mentalidad en la izquierda asume que el desarrollo consiste en repartir bien lo que hay. Pero el bienestar, la igualdad y el desarrollo humano no nacen de un juego suma cero –tomo riqueza a los que tienen y la distribuyo–, nace de inversión que crea riqueza sostenible junto a distribución por gasto eficiente e impuestos. El populismo económico propone distribuir sin crecer: ni recaudación, ni gasto eficiente, ni incentivos de inversión.

Esperar crecer para distribuir se llama derrame y no funciona. Repartir lo existente sin crecer se llama repartir la pobreza y no funciona. Se necesita fuerte inversión, impuestos justos y gasto eficiente dentro de modelos de desarrollo que promuevan la innovación, la educación y el desarrollo científico técnico para mejorar el bienestar y la igualdad.

El desarrollo humano supone inversión. Es un error reducir las tareas de la izquierda a la lucha contra la desigualdad separada de la inversión o concebir la distribución de la riqueza disociada de la acumulación de capital. La igualdad y la inversión son interdependientes en la visión de desarrollo humano centrada en ampliar capacidades y oportunidades de las personas para vivir una vida plena. Durante los últimos 150 años las fuerzas de izquierda lideraron la modernización emancipatoria más avanzada del mundo mediante estados profesionales aliados en redes de innovación científico-tecnológica con empresarios y sostenidos en coaliciones sociales de trabajadores y actores emancipatorios. Alianzas desarrollistas cumplieron un papel similar en Asia. Las fuerzas conservadoras que defendían estamentos tradicionales o derechas radicales promercado fueron espectadoras o resistieron los cambios. La izquierda de Uruguay ha liderado el proceso de cambios dentro de una matriz institucional sólida.

La tarea de la izquierda es construir la capacidad de crecer, invertir, conducir la cuarta revolución industrial con el nuevo empleo, promoviendo mercados genuinos, Estado eficiente y poder social. Son tareas de liberación nacional que asumen China, Vietnam, Noruega, Corea o Finlandia, para la igualdad y el bienestar.

Variedades de capitalismos

La izquierda o las alianzas desarrollistas exitosas de Asia del Este no han sido movimientos puramente distributivos. Hugo Chávez lo intentó nuevamente y cuando los precios del petróleo cayeron el modelo se derrumbó, porque antes había terminado con las reglas para la inversión.

Una parte de la izquierda habla de China como modelo de referencia. Pero no es una economía distributiva ni basada en la magia del Estado ni, menos, en altos impuestos. El rasgo central de cualquier economía capitalista es que el beneficio económico y la propiedad están predominantemente en manos privadas. Según la Federación de Industria y Comercio de China y otras fuentes académicas, el sector privado aporta entre 70% y 80% del PIB urbano en China. Un informe de 2024 de Xinhuanet destaca que el sector privado genera más del 50% de los ingresos fiscales, 60% del PIB, 70% de la innovación tecnológica y 80% del empleo urbano. China es una economía de mercado coordinado, como lo son otras economías capitalistas. Entre otros rasgos originales del capitalismo chino se destacan el peso y la alianza entre la élite tecnoburocrática-política del PCCH con accionistas y líderes privados para promover la economía. Hacia 2024 había 57 millones de empresas privadas de un total de 62 millones de entidades, y en las áreas urbanas las empresas privadas representan el 90-95% del total de empresas.

El problema del país pequeño: mirando el bosque

Uruguay presenta problemas específicos de un país pequeño del sur y oportunidades notables que sólo dependen de nuestro esfuerzo y estrategia. En primer lugar, la posición del país en cadenas globales de valor es comparativamente marginal si consideramos países pequeños como los nórdicos, bálticos o de Asia del Este. En segundo lugar, pesan las economías de escala y el tamaño determina ciertas restricciones y costos elevados. En tercer lugar, está ubicado entre Brasil, con una población 62 veces mayor y un territorio 48 veces mayor, y Argentina, con una población 13 veces mayor y una superficie 16 veces mayor.

Si bien Uruguay aprende resiliencia y capitaliza espacios abiertos por las políticas de los vecinos, es vulnerable a cada uno de sus males económicos, institucionales o culturales.

Recientemente Andrés Malamud recordaba que la geografía y la geopolítica importan y que las dos olas de países de industrialización reciente y alto desarrollo en Europa nórdica o Asia del Este, por ejemplo, o la formación de la Unión Europea entre la amenaza soviética y el Plan Marshall, son inseparables de la competencia geopolítica. En los procesos de desarrollo siempre se podrá discutir el equilibrio entre presiones y condicionamientos externos y capacidades endógenas y domésticas institucionales, sociopolíticas, culturales o económicas. Pero la interacción es relevante.

Además, muchos países pequeños exitosos han combinado una dotación de recursos naturales privilegiada y oportuna para cada momento del desarrollo tecnológico, como el hierro y el acero de Suecia luego de 1932 o la explotación de combustibles fósiles por Noruega desde los años 70 del siglo XX. Uruguay no. Dispone de stocks intangibles de reglas, confianza e instituciones macro o micro de convivencia, pero también presenta debilidades internas críticas.

¿Siguen siendo relevantes el efecto distancia y la aglomeración en la cuarta revolución industrial? Depende de la digitalización y políticas de I+D. La automatización facilita la relocalización (nearshoring) de la producción hacia mercados más cercanos a los consumidores, y puede mantener cierta relevancia del efecto distancia en bienes físicos. La economía de bienes aún depende de cadenas logísticas y costos de transporte. Pero las oportunidades de la revolución tecnológica ahora trasladan las economías de aglomeración al capital humano y tecnológico como ecosistemas de investigación, ciencia y startups que atraen talento e inversión.

El economista Albert Hirschman mostró que el problema del desarrollo no es de escasez de capital como excedente potencialmente invertible, sino la capacidad empresarial, o sea, la voluntad de arriesgar el excedente disponible invirtiéndolo en actividades productivas, o “la percepción de las oportunidades de inversión y su transformación en inversiones reales”. Es decir, el desarrollo es un problema de incentivos de las decisiones de inversión. El foco en el árbol de los impuestos progresivos no debe sustituir todo el bosque ni de incentivos de inversión ni de políticas de igualdad. Plantea incertidumbres para la vulnerabilidad de Uruguay como país pequeño: ¿el miedo de inversores, señal errada en el momento menos indicado? ¿Qué árboles hay en el bosque?

El foco en el árbol de los impuestos progresivos no debe sustituir todo el bosque ni de incentivos de inversión ni de políticas de igualdad.

Carga fiscal y coyuntura fiscal mundial: los ricos esquivos

Uruguay está en el tope de la carga fiscal de América Latina con 35% de presión fiscal equivalente (PFE), incluyendo los aportes a la seguridad social, aunque se reconocen problemas de medición para Brasil y Argentina, que con subestimación de carga fiscal aparecen detrás de Uruguay, Brasil con 31,2% y Argentina con 30,5%, mientras que Cuba con 42,4% queda delante de toda la región. La PFE es mayor que la de Chile (24,8%) y la de México (22,7%). Si tomamos la presión fiscal tradicional según el Banco Mundial, en 2024 Uruguay estaba tercero con 26,6%, detrás de Argentina con 34% y Brasil con 32% del PIB, y muy por delante de México con 16,8% del PIB y Chile con 20,2%, así como del promedio regional (23,9%).

En primer lugar, la tendencia de avance hacia impuestos globales directos o a corporaciones capitalistas y gravámenes internacionales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se frenó por la política y, sobre todo, por la prédica del presidente estadounidense, Donald Trump, de rebaja de impuestos en Estados Unidos, aunque Uruguay podría avanzar hacia el cobro en el país de impuestos que hoy las multinacionales pagan en sus países de origen. También podría avanzar en la imposición de los activos en el exterior de los residentes.

Las batallas de impuestos son batallas de clase y de poder, pero, como vimos, no son las únicas batallas para mejorar la posición de las clases subalternas. La educación es el factor estratégico para reducir la desigualdad. También son árboles del nuevo bosque del desarrollo humano. Se elige el momento.

En 2022, el gobierno noruego aumentó el impuesto sobre el patrimonio en 55%, elevando la tasa máxima del 0,7% al 1,1% para patrimonios netos superiores a 1,7 millones de coronas noruegas, y el impuesto sobre dividendos pasó de 31,68% a 37,84%, y amplificó la presión fiscal sobre los ricos. Las fuentes técnicas e imparciales (World Inequality Lab, Statistics Norway, OCDE) confirman que el aumento del impuesto sobre el patrimonio y dividendos incentivó la emigración de al menos 82 superricos con riqueza combinada de 4.000 millones de euros, principalmente a Suiza. Contra los 146 millones de dólares esperados como nuevos ingresos al Estado, lo que hubo fue un déficit fiscal neto de 594 millones de dólares.

En 2024, la reforma de Rachel Reeves en Reino Unido exigiendo el pago del impuesto sobre sucesiones tras diez años de residencia, según Oxford Economics, habría provocado la fuga de dos tercios de los 74.000 no domiciliados en 2023 hacia destinos como Francia, Grecia, Chipre, Italia, Malta, España o Portugal.

En segundo lugar, la comparación de la carga fiscal de Uruguay con la carga fiscal de la Unión Europea, en 39-40%, no puede eludir ni el tipo de estructura productiva ni las ventajas de la economía de aglomeración de cadenas globales de valor, pero también de capital humano y densa digitalización, ni el tipo de estados de alta profesionalidad –en todos los países nórdicos el reclutamiento y ascenso en el Estado es meritocrático–.

Los países nórdicos tienen la carga fiscal más alta de la Unión Europea y los impuestos progresivos directos como impuestos a la renta más altos. Pero los impuestos a las empresas son también los más bajos de la Unión Europea. Cuando miramos a los países nórdicos desde el ángulo del gasto, su calidad e impactos, vemos que son también los países de mayor nivel educativo –junto con China y Corea– y productividad más alta, mientras que Uruguay presenta una productividad mediocre. Los países nórdicos disponen de una institucionalidad laboral de negociación centralizada que incluye la productividad, el empleo y el salario no monetario junto al cambio tecnológico, mientras que en Uruguay y Argentina el centro de la negociación centralizada es el salario y en el primero la propensión al conflicto fuerte es muy alta.

Es dudosa la eficiencia del Estado uruguayo en negocios como el cemento portland de Ancap, en lugar de fortalecer la empresa, y cabe preguntarse si es racional sostener el déficit de 500 millones de dólares en 2024 de la caja militar hasta 2043, en vez de modernizar nuestras Fuerzas Armadas. Para lograr lealtad contributiva subiendo impuestos es necesario terminar con las pérdidas en negocios que no son medulares.

¿Queremos vivir en Europa? Sí. Pero ¿estamos dispuestos a realizar las reformas necesarias para alcanzar los altísimos niveles de productividad de las economías europeas de mayor bienestar, los modelos de relaciones laborales, excelencia universal educativa, la racionalización de gastos corporativos y la profesionalidad de las carreras públicas basadas en el mérito? El impuesto no debe funcionar como coartada para dejar todo esto, que es la avenida del desarrollo humano, tal como está hoy.

Podemos avanzar. Si acometemos la reforma integral del gasto y del Estado –educación, reforma laboral, reformas de eficiencia pública–, la mejora de la calidad de los mercados y la productividad, entonces asumir el aumento de la carga fiscal sobre el 1% más rico, dentro del impuesto a la renta, para un fondo directo para la infancia con un plan adecuado puede ser la noticia revolucionaria de la izquierda en este siglo.

Eduardo de León es sociólogo.