“He tratado de prestar atención al hecho de que las personas, los acontecimientos y las fuerzas descritas en este libro llevaran en ellos las semillas de otros futuros tal vez menos terribles”. Esta cita de Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914, de Christopher Clark, la encontré en El águila y los cuervos. La caída del Imperio romano (de Occidente), de José Soto Chica. Ambos historiadores argumentan que las catástrofes que estudiaban no fueron inevitables.
Enseguida me recordaron a una estrategia propuesta por Jean-Pierre Dupuy, que conocí en el libro de 2023 Demasiado tarde para despertar. Qué nos espera cuando no hay futuro, de Slavoj Žižek. Dupuy propone que la lógica del “punto fijo” que atrae la mente a catástrofes presuntamente inevitables, “necesarias”, como una guerra nuclear o una hecatombe climática, nos lleva a que no hay un “porvenir” en el futuro.
Abrir futuros diferentes
Expone Žižek: “Si consideramos que nuestro destino es la catástrofe, algo inevitable, y luego nos proyectamos en ese futuro, adoptando su punto de vista, insertaremos retroactivamente en su pasado (el pasado del futuro) posibilidades contrafácticas (si hubiéramos hecho eso y aquello, esta catástrofe no habría ocurrido). A partir de ahí, podemos actuar hoy en función de esas posibilidades”. “Así pues –explica–, deberíamos invertir el lugar común según el cual percibimos el presente como lleno de posibilidades y a nosotros mismos como agentes libres para elegir entre ellas, mientras que, retrospectivamente, nuestras elecciones nos parecen totalmente determinadas y necesarias (necesariamente determinadas). Son, por el contrario, los agentes implicados en el presente los que se perciben a sí mismos como atrapados en el destino, mientras que, desde el punto de vista de la observación posterior, podemos discernir alternativas en el pasado, la posibilidad de que los acontecimientos tomen otra senda. Dicho de otro modo, el pasado está abierto a la reinterpretación retroactiva, mientras que el futuro está cerrado. Esto no significa que no podamos cambiar el futuro; sólo significa que, para hacerlo, primero deberíamos (no “comprender”, sino) cambiar nuestro pasado, reinterpretándolo de manera que se abra hacia un futuro diferente”.
Y agrega: “Dupuy afirma: 'Si se produce un acontecimiento excepcional, una catástrofe, por ejemplo, no podría no haberse producido; sin embargo, en la medida en que no se ha producido, no es inevitable. Así pues, es la realidad del acontecimiento –el hecho de que tenga lugar– lo que crea retroactivamente su necesidad'. Una vez que haya estallado un conflicto militar en toda regla (entre Estados Unidos e Irán, entre China y Taiwán, entre Rusia y la OTAN, a todos nos parecerá necesario, es decir, leeremos automáticamente el pasado que condujo a él como una secuencia de acontecimientos que provocaron necesariamente el estallido. Si no se produce, lo leeremos como leemos hoy la Guerra Fría: como una serie de momentos peligrosos en los que se evitó la catástrofe porque ambas partes eran conscientes de las consecuencias mortales de un conflicto mundial”.
“No es que tengamos dos posibilidades, o catástrofe militar, ecológica y social, o recuperación –prosigue–. Esta fórmula es demasiado fácil. Lo que tenemos son dos 'necesidades superpuestas'. En nuestra situación, es necesario que se produzca una catástrofe global y que toda la historia contemporánea avance hacia ella, y al mismo tiempo es necesario que actuemos para evitarla. Cuando estas dos necesidades superpuestas se derrumben, sólo se dará una de ellas, por lo que en cualquiera de los dos casos nuestra historia habrá sido necesaria”, inevitable.
La izquierda, en el mundo, carece de una propuesta de futuro que entusiasme. Se ha transformado en el partido del orden y de una juiciosa administración.
Futuros modificables
El libro de Žižek es una acumulación de temas y es increíble lo mal que ha envejecido en estos pocos años. Pero debe agradecerse la breve transmisión de las ideas de Dupuy.
Soto Chica muestra que, contra los mitos habituales, el Imperio romano no venía de siglos de decadencia, sino que era próspero, eficientemente administrado, con población creciente, ciudades espléndidas, fábricas gigantescas, comercio a enorme escala, superávit fiscal, inflación casi cero, índices de pobreza mucho menores que los españoles de hoy y ejércitos casi imbatibles. Claro, tenía debilidades, como todo; pero el derrumbe de su parte occidental no era algo necesario, es decir, inevitable.
No leí el libro de Clark, pero sé que argumenta que las potencias europeas ya habían corrido riesgos similares al de julio de 1914 sin que hubiera habido desenlaces catastróficos. Hay, claro, muchos otros ejemplos de resultados evitables. Aunque las catástrofes llaman más la atención, mencionan que si la Guerra Fría hubiera escalado a una guerra atómica, hoy, si quedara alguien vivo, lo consideraría un desenlace inevitable.
Fin de los futuros asegurados
Pero evitar catástrofes no es lo único que se nos plantea. La izquierda, en el mundo, carece de una propuesta de futuro que entusiasme. Se ha transformado en el partido del orden y de una juiciosa administración que quizá traiga crecimiento económico; aunque este resultado tampoco puede considerarse inevitable con alguna seriedad.
Es que ya no es posible creer en los futuros inevitables. Si en el siglo XVIII el paradigma de la filosofía eran los artefactos mecánicos, en el XIX pasaron a ser las autorregulaciones biológicas: la dialéctica. Hoy por hoy, el caos determinístico nos muestra que procesos que parten con diferencias infinitesimales muestran divergencias abismales en unos pocos ciclos.
La disminución de la tasa media de ganancia, la concentración y otras realidades no tienen que llevarnos necesariamente a una sociedad de pan y rosas.
Eso no nos exime de expresar principios de una sociedad deseable y luchar por ella. De combatir la deleznable crueldad de las ideas y políticas de la ultraderecha y su guerra contra los más débiles. De encontrar caminos para seguir avanzando, en propuestas, en conquistas sociales y en la conquista de corazones. Pero era la proyección del pasado hacia el futuro la que le daba una fuerza poderosa a la izquierda; las luchas anteriores se vinculaban a un porvenir, más o menos cercano, pero cierto.
La estrategia de cambiar el punto de vista y mirar el presente desde futuros no inevitables pero posibles y ver mejor qué tenemos que hacer hoy bien vale que nos ocupe algún par de horas. Y quizá pueda hacernos detectar algún proceso marginal que pueda transformarse en decisivo y pueda ayudar a que se comprenda qué camino estaremos proponiendo.
Jaime Secco es periodista, integrante de Banderas de Liber.