Yamaguchi no fue una de las 140.000 personas que murieron por la explosión de la bomba atómica en Hiroshima. Tampoco fue una de las 74.000 que fallecieron en Nagasaki, ni una de las 260.000 que, se estima, perecieron después a consecuencia de esos dos ataques. Sobrevivió para contarlo. Hasta la madrugada del lunes 4 de enero, cuando murió por un cáncer de estómago, bajo los cuidados del gobierno japonés. Era la única persona con certificado oficial de nijuhibakusha, como se denomina en su país a los sobrevivientes de las dos bombas atómicas, a los que el Estado garantiza una compensación mensual, consultas médicas y costos de funeral.

Según los datos del ayuntamiento de Nagasaki, recogidos por la agencia de noticias EFE, son 34 los nijuhibakushas, pero Yamaguchi era el único certificado oficialmente, primero por Nagasaki, y desde marzo por Hiroshima, aunque el doble reconocimiento no significó un aumento en las compensaciones.

Yamaguchi trabajaba como ingeniero naval para Mitsubishi Heavy Industries cuando fue en viaje de negocios a Hiroshima, a 300 kilómetros de su ciudad. Allí se encontraba el 6 de agosto de 1945, a las 8:15, a dos kilómetros del punto cero, la zona en que la bomba atómica Little Boy, lanzada por el bombardero estadounidense B-29, Enola Gay, cayó en forma directa sobre la ciudad.

Cuando logró escapar de la desolada Hiroshima regresó a Nagasaki, con quemaduras graves. Mientras contaba su terrible anécdota en su oficina, a tres kilómetros cayó Fat Man, la segunda bomba atómica, lanzada desde el Bockscar, también por orden del presidente estadounidense de entonces, Harry Truman.

El día de la explosión en Hiroshima “era un día claro” contó Yamaguchi en una entrevista en 2005, citada por el diario español El País. “Oí el ruido de un avión, uno solo. Lo vi en el cielo, lanzó dos paracaídas. Los observé descender y de repente fue como un flash de magnesio, un gran flash en el cielo, y luego salté por los aires. Cuando abrí los ojos, todo estaba oscuro. Pensé que había muerto, pero la oscuridad se abrió y comprendí que estaba vivo” continuó.

Otra de las víctimas le dijo que tenía quemaduras graves en su cabeza y sus brazos. Él intentó buscar un lugar seguro y vio cómo empezaba a caer una lluvia negra sobre Hiroshima, que estaba “completamente destruida, oscura y llena de aceite, sangre y sudor”, relató por escrito a EFE en agosto, porque no le gusta hablar por teléfono por su baja audición. “Pensé que había caído el sol a la Tierra”, añadió.

Aquel día recibió atención en un hospital y pasó la noche en vela. Más tarde se subió a un tren con centenares de personas con las que llegó a Nagasaki. Cuando llegó a su oficina su jefe le dijo que a pesar de las quemaduras “debería estar loco para pensar que una sola bomba había causado toda la destrucción que le estaba describiendo, ya que Tokio no había comunicado nada oficialmente”, recogió el diario peruano El Comercio. “En ese preciso momento, por la ventana de la oficina volví a ver la luz cegadora”, las ventanas reventaron, “volví a respirar el mismo aire caliente” y “pensé que la nube en forma de champiñón me había seguido hasta aquí”, dijo.

Producto de la radiación, Yamaguchi sufrió una importante reducción de glóbulos blancos y la pérdida del oído izquierdo, tuvo que operarse de cataratas y perdió la vesícula. Su mujer murió envenenada por la lluvia negra posterior a la explosión.

Pero Yamaguchi no comenzó de inmediato su lucha pública ni solía comentar su experiencia. “Me sentía incapaz de explicar todo aquello”, explicó a EFE. Así fue hasta que murió su hijo mayor, Katsutoshi, que tenía seis meses cuando sobrevivió a Nagasaki, y murió, en 2005, por un cáncer, consecuencia de la radiación. En ese momento, se sintió responsable. “He muerto dos veces y nací dos veces en esta vida, tengo que contar ese hecho de la historia antes de morirme”, dijo un Yamaguchi de 89 años. Hay que “contar a las generaciones más jóvenes la horrible historia de Hiroshima y Nagasaki”, añadió. Decía que era un testimonio viviente de que las bombas nucleares “no tienen justificación, ni siquiera para acabar una guerra”.

Para dejar su “lección de vida”, como le gustaba denominarla, para las nuevas generaciones, quiso obtener el doble certificado oficial de sobreviviente. Escribió La vida regalada y participó en el documental Niju Hibaku (doble irradiación) donde él y otras siete víctimas reviven la experiencia de las dos bombas.

Cuando el documental fue proyectado en un cuartel de Naciones Unidas en Nueva York, sacó el pasaporte para brindar una conferencia allí, costumbre que continuó durante algunos años, tanto en Estados Unidos como en Japón.

Ya con 93 años, recibió la visita en el hospital del director de cine James Cameron, que tiene en sus planes realizar un documental sobre la atrocidad de los efectos de los bombardeos nucleares.

Su última conferencia fue brindada en junio, en Nagasaki, donde Yamaguchi afirmó que era su última oportunidad para hacer un llamado público a favor de la paz y en contra de las armas nucleares. También dijo que le había escrito una carta al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, porque se había sentido conmovido por su discurso en Praga sobre un mundo sin armas nucleares. Dijo que quiso “creer profundamente en sus palabras [las de Obama] y en la idea de abolir todas las armas nucleares”, aunque le parecía “prácticamente imposible” que el presidente pudiera lograr eso en los años que dura un mandato.

En Japón siguen muriendo personas por consecuencias derivadas de los ataques atómicos por los que Estados Unidos nunca pidió perdón. El alcalde de Nagasaki señaló: “Hemos perdido a uno de los testigos más importantes de esta historia”, al igual que los más de 5.000 hibakusha, víctimas de alguna de las dos bombas, que murieron en el último año.