Divididos

A 90 días del referéndum que debe establecer si el sur de Sudán se convertirá en un Estado africano más, el presidente sudanés, Omar al Bachir, que llegó al poder con un golpe de Estado en 1989, dijo ayer ante el Parlamento que no ve “otra opción que la unidad”. Sudán es el país más grande de África y también es un país fracturado. Lo que más resalta son las divisiones religiosas. La mayoría de la población del norte es musulmana, y en el sur predominan los cristianos y animistas. El clima también separa esas dos regiones: el norte, donde se eleva la gigantesca urbanización de Jartum, la capital, es desértico; el sur es tropical. Con estos datos ya se comienza a vislumbrar una convivencia difícil, y a entender por qué la gran parte de la población del sur, que goza de un clima más favorable para subsistir y es minoritaria, desea separarse de la del norte, por más que desde allí se argumente que los abundantes recursos de la zona tropical servirán de poco sin la infraestructura centralizada en la capital. Cuando el gobierno de Jartum impuso la ley islámica a todo el país, en 1983, estalló una guerra civil. Ambos bandos se enfrentaron hasta que en 2005, cuando el conflicto había causado más de dos millones de muertes, se firmó un acuerdo de paz. El texto estableció entre otros puntos que la ley islámica no debía aplicarse a los no musulmanes y que el sur (llamado “Sur Sudán”) sería semiautónomo, con un plazo de seis años para organizar un referendo en el cual se decidirá si pasa a ser independiente. Ese plazo vencerá el 9 de enero del año próximo, y en esa fecha está previsto realizar la consulta popular, pero aún quedan unos cuantos puntos de importancia por resolver. El más delicado quizá sea el de definir la eventual frontera de separación. Al respecto, Al Bachir dijo ayer que la comisión encargada del tema ya realizó 80% de su tarea: el caso es que, además de determinar si desean que su país se divida en dos, los ciudadanos de Ebey, la región petrolera situada en el límite entre el norte y el sur, deberán votar para decidir qué parte integran. Por ahora, la codiciada zona está bajo un gobierno conjunto de ambos bandos. Además, las partes siguen sin lograr un acuerdo para definir quiénes estarán habilitados para votar en Ebey cuando se realice esa consulta. Está prevista para fines de octubre otra reunión en Adis Abeba, la capital de Etiopía, a fin de seguir negociando, informó la agencia AFP. La tensión va en aumento a medida que se aproxima el referendo, y el sábado las fuerzas de seguridad dispersaron a bastonazos una manifestación a favor de la independencia del sur, que se enfrentaba a manifestantes partidarios de mantener la unidad. La semana pasada el gobernante de Sur Sudán, Salva Kiir, solicitó a la Organización de las Naciones Unidas que desplegara cascos azules en la frontera interna. En este contexto, Al Bachir dijo ayer ante el Parlamento: “Estamos convencidos del éxito de la alternativa de la unidad para nuestro pueblo en el sur, si tiene la oportunidad de expresar su opción”. Y agregó: “No vemos otra opción que la unidad para proteger a nuestro país de la división”, recordando que el acuerdo de paz de 2005 se refiere a la unidad de Sudán. Cabe señalar que la Corte Penal Internacional emitió en 2009 una orden de arresto contra Al Bachir, por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en la región de Darfur, al oeste del país, cometidos en el marco de un conflicto que estalló en 2003 y causó unas 300 muertes, según Naciones Unidas.

Volvió a Jartum, la capital de su país, después de haberla dejado a los cinco años cuando sus padres viajaron a Francia, una decisión que estuvo motivada por el trabajo del padre y por el proceso de islamización iniciado en 1983 con la imposición de la Sharia (ver nota en página 11). Hasta los 16 años, Lamisse Abdel Raman vivió en el que sigue siendo para ella el país de su infancia. De ese período conserva un francés impecable. Luego volvió a emigrar. Se estableció, siempre con su familia, en Davis (California, Estados Unidos), en las afueras de San Francisco. Allí studió ciencias políticas y se especializó en relaciones internacionales.

Hasta hace unos tres años, cuando regresó a Sudán, Lamisse nunca había usado el velo, ni siquiera el “común”, el hijab. Ahora para salir a la calle se pone un pañuelo en la cabeza. En los primeros tiempos pensó que los chicos la molestaban en la calle por no llevarlo. “No me puse realmente un velo, me puse un pañuelo en la cabeza y el cuello, pensando que no me iban a molestar más. Pero, en realidad, molestan a todo el mundo. No tienen trabajo, no tienen qué hacer y molestan a cualquiera”, cuenta Lamisse desde el otro lado del teléfono, con su voz plácida y suave.

Hoy, a los 27 años, continúa cubriéndose “para respetar mi entorno”, explica y aclara que sobre todo pensando en las personas mayores, como su abuela. “Cuando me ve salir a la calle me pide que por lo menos me ponga una bufanda en el cuello para disimular mi pecho”, grafica Lamisse desde Jartum.

La arabista Gema Martín Muñoz, directora de la Casa Árabe española, quien días atrás visitó Montevideo, también estima que se puede “definir el hijab como el velo moderno, que en el fondo traiciona el objetivo patriarcal del velo. Se convierte en una moda de vestimenta para mostrar la identidad musulmana”.

En referencia al pañuelo que usa para salir a la calle, Lamisse dice que “se convirtió en una especie de accesorio”. “No tenemos que pensar que si hacen la opción de ponerse un pañuelo en la cabeza, hacen una vida sumisa. Esas mujeres están viviendo la modernidad y defienden sus derechos. Pero lo hacen con una vestimenta de identidad musulmana que se apropiaron”, había afirmado Martín Muñoz. Para ilustrar la idea y mostrar que el velo no siempre es un símbolo de sumisión, la joven sudanesa recurre al ejemplo de su vecina en Jartum. “Ella usa el niqab [el velo integral que sólo deja ver los ojos] aunque su marido -que es muy religioso- esté en contra. Pero ella lo hace igual porque piensa que es lo adecuado. E incluso hace unos días agregó un velo ante sus ojos. Sus hijas, por su lado, usan el hijab. No las obliga a hacer lo mismo que ella”, explica.

Controlar la sociedad

Desde el punto de vista occidental, el velo es un símbolo de sumisión de la mujer, impuesto por el hombre. Como si quisiera que ella escondiera su feminidad, sus atractivos. Pero Lamisse no lo ve así. Para ella su religión regula la sociedad.

A quienes afirman que la cultura islámica es machista les responde: “No creo que la religión musulmana niegue la feminidad de la mujer. Creo que la religión musulmana apela al pudor tanto para el hombre como para la mujer”. Relata que en su país, la vestimenta de los hombres también está regulada. Llevan turbante en la cabeza -el taqiya- y una túnica blanca que llega a los tobillos -la jalabiya-. Por debajo llevan un pantalón largo y una bufanda. Las prendas son blancas para no sufrir el calor: en el norte, donde se encuentra Jartum, el clima es desértico y las temperaturas rondan los 40 grados.

“Hay mucho pudor ante el cuerpo, a lo carnal que puede representar. Los musulmanes piensan que hay que ejercer un control para asegurar la buena convivencia y evitar escándalos”. En Europa o en los países occidentales muchas veces el hombre no lleva prendas específicas, pero la mujer no deja de usar el velo. Ésa es una impresión errónea, corrige Lamisse; por el contrario, afirma, el hombre musulmán es “cuidadoso con su vestimenta” aunque no sea tan visible como el velo. El caso de la mujer es específico: “En la cultura árabe-musulmana se dice que el cabello de la mujer es su corona. Así se dice en árabe porque se considera que es su belleza”.

En Sudán, la ley islámica prevé 40 latigazos para la persona que se vista de manera “indecente”. Aunque hoy en día no siempre se concreta, desde 2005 y el fin de la guerra civil la ley no se aplica a los no musulmanes. No obstante, el consumo y la venta de alcohol están prohibidos en el norte, que es musulmán, y los sudistas (los del sur) que fabrican su propia bebida van presos si son descubiertos.

En la cultura árabe-islámica el hombre y la mujer deben bajar la mirada y evitan mirarse fijamente. La joven musulmana relata que lo experimentó en la universidad, cuando estudiaba en Davis: “Tenía compañeros musulmanes, muy practicantes. Esos chicos no me miraban a los ojos. Me impactaba. Tienen una actitud normal y natural contigo, pero a la vez establecen un contacto visual mínimo”. Ella considera que “hay un objetivo de regulación de la sociedad”, porque el hombre puede “perder el control si ve algo que le gusta”. Continúa y concede que en la sociedad musulmana “existe cierto control”. “No lo voy a negar. Cada situación tiene un código de conducta”, agrega.

Sometidos a Dios

“En la religión musulmana el ser humano está sometido a Dios. El concepto de libertad es algo muy distinto. Los occidentales pueden decir lo que quieran, que no somos libres y todo eso”, afirma Lamisse, un poco exasperada. En Jartum se ve a muchas mujeres con la cabeza descubierta, también porque 15% de la población es cristiana y 10% es animista; en su mayoría son sudistas. Pero hay además “muchas chicas que se niegan a usar el velo”. “De todos modos, cada situación es distinta, en cada familia, cada región, cada pueblo. No es una regla general”, matiza Lamisse.

Para Martín Muñoz, la obligatoriedad del velo es cuestión de interpretaciones porque “los textos sagrados a veces son complejos y metafóricos. Hay referencias, sobre todo respecto a las mujeres del profeta. Cuando iban visitantes a su casa debían ocultarse detrás de una cortina, por ejemplo”. Lamisse entiende que “en principio, la mujer musulmana tiene que usar velo”. Pero no deja de definirse como musulmana. “Es entre Dios y yo, es algo personal”, afirma. Aunque no es sólo personal, su uso cambia con la sociedad: “Es una cuestión histórica. Cuando nació el Islam, la realidad, el contexto histórico no era el de hoy en día. Como mujer musulmana moderna no veo la importancia de usar un velo e incluso velarse la cara, puede resultar extraño en la realidad de hoy”, dijo Lamisse evocando el velo integral.

Prohibir es excluir

El Parlamento francés adoptó el 14 de setiembre la prohibición del velo integral -burka y nijab- con una norma que impide cubrirse el rostro en lugares públicos. Las personas que infrinjan la ley pagarán una multa de 150 euros y en caso de reincidencia deberán hacer un “curso de ciudadanía”. El Consejo Constitucional falló a favor de esa ley el 7 de octubre. Sólo emitió una reserva: la prohibición no rige en los lugares de culto abiertos al público. La Corte estima que cubrirse la cara “puede representar un peligro y desconoce las exigencias mínimas de la vida en sociedad”.

A Lamisse esa noticia le dolió. “A nivel de la seguridad, entiendo perfectamente. Pero es una minoría. Las musulmanas no van a vestirse todas de burka y a bombardear el país. No es el caso”, aseveró. Martín Muñoz explicó la semana pasada a la diaria que en Francia no son más de 1.000 mujeres las que usan el velo integral. En una población de casi 65 millones de habitantes, según estadísticas de 2010, “es un fenómeno ultraminoritario”. El Ministerio del Interior informó que en Francia viven entre cinco y seis millones de musulmanes.

En el propio Sudán, país de mayoría musulmana y con un gobierno islamista, “el velo integral sigue siendo una minoría e incluso hay gente que lo ve como una expresión del extremismo, un poco como en Occidente, aunque no sea un rechazo tan fuerte”, relata Lamisse. Ella califica la ley francesa como “una movida política” que busca responder a “la aprehensión de la población hacia los musulmanes y los árabes por los atentados, y el terrorismo”, pero que a su vez nace de los “problemas de integración” que sufren los franceses de origen árabe y africano que el gobierno “no logra solucionar”.

La politóloga sudanesa concluye: “No se puede reprimir la religión de una persona, es parte de su identidad. Se va a sentir señalada. Esa gente podría encerrarse en su culto, porque la están excluyendo: [la ley] puede alimentar los extremismos”.