Parece una respuesta obvia, pero no sólo es Dilma Rousseff. En el último tramo de la campaña ganó un estilo de hacer política que evitó la mera acusación personal y superó los fantasmas del autoritarismo. Cuando comenzó la segunda vuelta el ciudadano común asistió en los medios de comunicación a un intento de giro hacia la derecha más conservadora.

Desde la campaña de José Serra se levantaron sospechas sobre el pasado guerrillero de Dilma, sobre denuncias de corrupción y respecto a la postura ante el aborto, buscando simpatías de los sectores más conservadores de la Iglesia, a lo cual se agregaron promesas, entre ellas a los sectores evangélicos sobre la inclusión religiosa en las escuelas con la ilusión de cooptar parte del electorado de Marina Silva.

Sin embargo, todo fue en vano, Serra no consiguió el apoyo de Marina, tampoco de los sectores católicos, que se dividieron entre los conservadores y los que respaldaban a Lula, y las denuncias de corrupción se transformaron en un boomerang cuando se recordaron las irregularidades que hubo en las licitaciones del metro de San Pablo cuando Serra era gobernador. Fracasada la polarización ideológica-personal, la campaña dio lugar a un largo proceso de debate mediático, que progresivamente fue afirmando la ventaja relativa de casi 10 puntos porcentuales para Dilma.

Una segunda respuesta, desde una mirada de más largo plazo, es que triunfaron los partidos que construyeron la democracia brasileña en los últimos 25 años: el Partido Movimiento por la Democracia Brasileña -que administró toda la transición democrática-, el Partido de los Trabajadores, que se consolida como el segundo a nivel nacional, y el Partido por la Social Democracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso. Del otro lado, el gran derrotado fue el principal partido de derecha, Demócratas Somos, heredero del partido del último régimen autoritario. Fue un triunfo claro de una coalición política que le permitirá al nuevo gobierno contar con mayoría en ambas cámaras, así como controlar 17 de los 27 estados de la federación.

La elección fue entre dos estilos de gobierno de ocho años cada uno, el de Cardoso y el de Lula. Los puntos fuertes del primero, como la valorización de la moneda, el control de la inflación y el desempeño de las variables macroeconómicas, fueron superados por su sucesor. Una inflación que bajó de 22% a 12,5% anual en la era Cardoso, el gobierno de Lula logró bajarla a 5,5% en 2010. En lo que refiere al crecimiento económico, de tasas anuales de entre 4,4% y 2,7%, se pasó a tasas de 7,5%.

Otros aspectos del desarrollo económico hacen mayor diferencia, como en materia de empleo y redistribución de la riqueza. En los gobiernos de Cardoso se crearon cinco millones de puestos de trabajo, el salario mínimo varió entre 111 y 83 dólares mensuales y la pobreza alcanzó el 44% de la población, recibiendo atención de los programas sociales 3,6 millones de personas. Con Lula fueron 15 millones los cupos generados y el salario mínimo se elevó a 291 dólares, mientras que la pobreza se redujo a 29% y el programa Bolsa Familia incluyó a 15 millones de familias. La diferencia no sólo está en la disminución de la pobreza sino en que, por primera vez en 35 años, Brasil redujo los altos niveles de concentración de la riqueza.

El resultado del domingo también reafirma la experiencia de la izquierda en el gobierno con un impacto regional destacable por el liderazgo de Brasil como potencia emergente en un mundo multipolar. El triunfo de la primera mujer presidenta en Brasil abre por cierto nuevos desafíos: ejercer el mando a la sombra de un liderazgo carismático de Lula (que abandona el cargo con 83% de aceptación popular); afirmar una forma de inserción internacional que permita beneficiarse de las oportunidades y evitar los costos negativos; mantener y reforzar los círculos virtuosos entre desarrollo económico y social, y atender las crecientes demandas de transparencia en el gobierno. ■

Miguel Serna Sociólogo y doctor en política comparada latinoamericana, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de la República.