Edward Kaufman es un especialista en transformación de conflictos mediante talleres de diplomacia ciudadana. No busca sólo facilitar acuerdos o mediar para que se alcancen, sino que se plantea la meta más ambiciosa de lograr, con técnicas de trabajo grupal, que "socios en conflicto" -personas pertenecientes a la sociedad civil, que tienen algo en común aunque integren colectivos enfrentados- se conviertan en una "comunidad epistémica" al desarrollar juntos un modo de comprender los problemas que los involucran, ideas para solucionarlos y compromisos para implementar esas ideas.

Kaufman nació en Argentina y emigró en su juventud a Israel; su experiencia académica se ha desarrollado básicamente en ese país y en Estados Unidos. Integró la Junta Directiva de Amnistía Internacional y fue director del Instituto Truman para el Progreso de la Paz de la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde impulsó la cooperación y la investigación académica entre israelíes y palestinos. Es miembro del Comité Asesor de Human Rights Watch para Medio Oriente y de la directiva de la Asamblea de Ciudadanos de Medio Oriente. Fue secretario honorario de la Asociación de Amistad Israel-Cuba y presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Movimiento por los Derechos Civiles y la Paz. También ha integrado el Comité para la Libertad Científica y la Responsabilidad de la Asociación Estadounidense para el Progreso de la Ciencia.

Ha facilitado, entre otros, talleres de transformación de conflictos en Medio Oriente, Kazajistán y Lesotho. En América Latina llevó adelante proyectos de diplomacia ciudadana en Bolivia, Galápagos y Chiapas, y también en relación con la llamada Guerra del Cenepa entre Ecuador y Perú. Dictó conferencias en más de 40 países y en 52 universidades. Ha publicado 13 libros y unos 70 artículos académicos, difundidos en siete idiomas.

El miércoles 1º de diciembre fue entrevistado en vivo en el café la diaria por Marcelo Pereira y Cecilia Pérez, ante la presencia de suscriptores y habitués del café. A continuación presentamos pasajes de ese diálogo.

Palestinos, israelíes y colegas

Cuando me nombraron director del Instituto para la Paz en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en 1983, me llamó la atención que no hubiera colegas árabes. Éramos todos judíos cuando en Israel 20% de la población es árabe. No había tampoco ningún contacto con las nuevas universidades palestinas, que se habían creado poco antes, en los años 70, y muy cerca de Jerusalén, en ciudades como Belén o Ramala. Entonces la misión fue tratar de generar relaciones de confianza: al principio, intentar enviar profesores a una conferencia. Ellos no invitaban a israelíes a dar conferencias en universidades palestinas porque no se daban las condiciones. Había un estudiantado muy hostil a que llegara un profesor israelí aunque fuera muy moderado y aunque fuera para tratar el tema de los derechos humanos. Por el mero hecho de ser israelí era problemático.

Nosotros sí les dimos el espacio para visitarnos y se desarrolló una relación muy estrecha, que tuvo su momento de auge con el proceso de paz de Oslo y tuvo su momento de caída en momentos en que hubo violencia. Yo seguí el tema aun cuando dejé de ser director del Instituto para la Paz.

Ahora hace 16 años que doy clases en Washington DC, en la Universidad de Maryland, con un profesor palestino. Desde que comenzamos a trabajar juntos, él se convirtió en decano y luego en rector de la Universidad de Belén, y desde hace cinco años es embajador palestino en Londres. Pero viene todos los veranos a dar clases conmigo en la universidad por seis semanas, que es lo que dura el semestre de verano, y por ese tiempo vivimos en la misma casa. Nadie ha vivido tanto conmigo y mi mujer como él. Yo digo, si quiero hacer propaganda con hechos, ¿por qué no comenzar a nivel personal? Por lo tanto hice del tema de la paz una forma de vida.

Puntos de contacto

Hasta 1991 yo daba clases sólo sobre derechos humanos. El tema de resolución de conflictos es una disciplina nueva ante la cual yo era muy escéptico. Pero me di cuenta de que si uno quiere profesionalizarse y hacer mejor las cosas con el “enemigo”, más vale estudiar, y con el tiempo tuve la suerte de poder proyectarme y trabajar en muchos lugares, incluso ser director del Instituto de Gestión de Conflictos de la Universidad de Maryland. A pesar de que la diplomacia oficial tiene un campo muy importante de acción, la mayor parte de los conflictos violentos actuales no son entre estados sino dentro de estados, donde la diplomacia no tiene un rol fundamental. También han cambiado las víctimas de los conflictos.

Socios entre La Habana y Washington

Una iniciativa de diplomacia ciudadana está en marcha entre académicos de Cuba y Estados Unidos desde hace casi 20 meses. En cada una de las reuniones periódicas que mantienen, estos socios en conflicto trabajan en dos temas: uno en el que resulte fácil detectar puntos en común para ponerse de acuerdo y en otro más difícil. Por ejemplo, en un mismo encuentro buscan acuerdos respecto a un problema medioambiental que los dos países tengan en común por su proximidad geográfica, y también trabajan en uno de los temas más áridos, que enfrentan a los dos gobiernos.

En la Primera Guerra Mundial, el 90% de las víctimas que murieron habían sido soldados. En la Segunda Guerra Mundial, con todo lo horrible que ocurrió a los civiles -el holocausto de los judíos; los gitanos, los homosexuales y los eslavos y los rusos que murieron- 50% de las víctimas fueron civiles y 50% militares. En los últimos 20 años, 80% o 90% de las víctimas de conflictos son civiles. Esto muestra por qué la sociedad civil tiene que interesarse en evitar que haya conflictos violentos y destructivos.

Cada instituto ha generado su propio método de diplomacia ciudadana. El que usamos en la Universidad de Maryland se llama “Socios en conflicto”, que luego se transforman en socios de paz. Al taller y al proceso invitamos a personas que tengan deseos de solucionar el conflicto y que a pesar de estar enfrentadas tengan un denominador común. Por ejemplo, si se trata de israelíes y palestinos, podemos llamar a académicos o periodistas, que comparten un lenguaje y una ética común. O a mujeres, que han sido más activas en el movimiento por la paz y que a pesar de estar enfrentadas tienen un denominador común de género que les hace pensar que quizás ella, siendo mujeres, puedan hacer algo. Ésos son los que llamamos “socios en conflicto”.

En los talleres no se trata de que venga la gente y exponga su posición sino que hay ciertas etapas que cumplir. La primera, aunque parezca superflua, es la de crear relaciones de confianza, relaciones informales, que uno se sienta bien con el otro. Ha habido casos de estudiantes israelíes y palestinos que tuvimos en Maryland que no se sentaban juntos en la misma mesa al comenzar.

Por ejemplo, si hubiéramos trabajado en el conflicto de las papeleras entre Uruguay y Argentina, como hubiéramos querido, habríamos trabajado con los ribereños, con la gente que vive en las ciudades de Fray Bentos y Gualeguaychú. Es a ellos a quienes finalmente les va a doler la solución, con todo respeto a las cancillerías.

A quién no invitar

La representatividad de aquellos que participan en los talleres tiene dos límites. Uno consiste en que cuanto más influyentes son esas personas, mejor. Si tú traes a gente que puede abrir puertas para que nos escuchen, es mejor que si traes a gente que no puede abrir puerta ninguna. El otro límite refiere a la voluntad de buscar una solución. Vamos a tomar el ejemplo de [el movimiento islámico palestino] Hamas y el gobierno de Israel. Nosotros no invitaríamos a los líderes número uno de Hamas, ni tampoco a los representantes del gobierno de Israel. La posición oficial de Hamas es que Israel no existe, entonces pónganse en los zapatos de cualquier gobernante israelí. Además Hamas no quiere negociar con el gobierno de Israel.

Pero, por ejemplo, estamos trabajando en un tema muy serio de negociación que ya tiene años. Se trata de un soldado israelí, Gilad Shalit, que fue capturado por Hamas hace más de tres años. Este movimiento exige la liberación de 1.200 (a cambio de Shalit). En Israel hay más o menos 9.000 prisioneros palestinos, de los cuales una gran parte ha usado la violencia, de los cuales gran parte son de Hamas. En este caso ha habido esfuerzos diplomáticos, pero no una diplomacia ciudadana, por ejemplo entre profesores de Gaza cercanos a Hamas y profesores cercanos al actual gobierno de Israel, que los hay. Yo no veo nada que pueda perder el gobierno en eso. Sólo hay para ganar.

Respecto a este límite, si tú me preguntas si yo puedo tener a gente de Hamas negociando con israelíes, yo creo que sí. No es que se deba traer sólo a los convertidos. Pero si me dices que del otro lado van a estar los judíos de los asentamientos, yo te digo que no, porque la elasticidad de este tipo de proceso depende de la voluntad de buscar una solución. Si tú eres parte del problema y no quieres buscar una solución, no hay fuerza en el mundo que te pueda convencer.

Batalla contra las resistencias

En los talleres, para generar relaciones de confianza y enseñar habilidades para resolver conflictos, tenemos cerca de 40 ejercicios para comunicarse mejor y superar los prejuicios. Hay un ejemplo muy práctico. Muchas veces al principio de los encuentros, cuando vienen árabes y judíos, pedimos que cuenten un poco sobre la historia de su nombre, de dónde vienen, por qué se llaman así. Es un rompehielos muy bonito. Pero además, resulta que un árabe dice “yo me llamo Ibrahim” y un judío dice “yo me llamo Abraham” o descubren que uno se llama Iusef y el otro Yosef. No tengo que ser ningún mago para ver que acá algo pasa con la identidad, y si tenemos el mismo nombre, quizá con una variación lingüística, eso dice que tenemos o tuvimos una identidad común. Somos todos descendientes de Abraham -éstas se llaman las religiones abrahámicas-, entonces recordamos eso, que desde el punto de vista religioso tenemos en común una religión compartida, monoteísta.

Mucho de lo que hacemos antes de abordar el conflicto es buscar identidades compartidas entre quienes participan. Yo tengo muchísimas identidades. Soy ciudadano israelí, también soy ciudadano de Estados Unidos, nací en Argentina y tengo un pasaporte argentino también. ¿Por qué tengo que elegir una? En una democracia la identidad de género es muy importante. Ni que hablar de la identidad de los homosexuales y las lesbianas, que es una identidad tan fuerte que trasciende otras.

Volver a casa como socio del otro

Después del taller se da la etapa más difícil de trabajar para nosotros, por eso nunca hacemos un taller sin tener los fondos para hacer otro seis meses después.

El entusiasmo que tiene la gente, el deseo de hacer algo, siempre está muy alto al terminar los encuentros, pero generalmente, cuando finalizaba el taller, pasaba muy poco más, por temor a no ser popular, a veces a perder el trabajo, ser agredido físicamente o tener conflictos en la propia familia.

Como ésta es una profesión nueva, nos dimos cuenta de que sabíamos mucho sobre el principio del trabajo -hay 101 maneras de romper el hielo entre los participantes- pero poco sobre el final. Ahora estamos empezando a buscar formas de trabajo para el final de este proceso. Tenemos redes que se contactan mutuamente y un plan de acción en el que cada uno se compromete a hacer algo durante los siguientes seis meses, hasta que nos veamos otra vez. También existe un coordinador que trabaja en este sentido en cada grupo. Este seguimiento, o lo que llamamos “el reingreso”, es difícil por razones organizativas, psicológicas y a veces políticas.

Paz y derechos humanos

Todavía hay gran polarización entre el trabajo en derechos humanos por un lado y en resolución de conflictos por el otro. Aun en el ámbito de los intelectuales se creó un problema acerca de cómo hacerlos converger.

En el conflicto en Medio Oriente, las organizaciones de paz dicen “estás prolongando la ocupación al humanizarla” y las organizaciones de derechos humanos dicen: “No, el sufrimiento era muy grande, y de ese modo iba a haber más odio, más resentimiento, iba a ser más difícil hacer la paz”. Es un poco como la discusión acerca de qué estuvo antes, si el huevo o la gallina.

En los conflictos que son muy asimétricos -algo que ocurre en la mayoría de los casos- el lado débil reclama respeto a los derechos humanos. Si no puede vencer al otro lado desde el punto de vista militar, pide “ayuda internacional”, que también refiere a la protección de los derechos humanos. No es un buen punto de partida una asimetría muy fuerte en un conflicto. Sí lo sería llegar a un acuerdo en el que todo el mundo tiene los mismos derechos, porque son un igualador. No se puede empezar como en Medio Oriente, donde se está negociando en términos de cuánto cuesta, cuánto vale, cuánto te doy.

Usar los derechos humanos como vara de medida, como metro, no es una cosa altruista sino pragmática, porque estamos hablando de una paz justa, que va a durar más. Los árabes y los judíos se pusieron de acuerdo en la resolución 242 del Consejo de Seguridad que habla de “una paz justa y duradera”. Pueden imaginarse quién introdujo la palabra “justa” y quién introdujo la palabra “duradera”. Se trata de conflictos en los cuales al que tiene más poder le importa que la paz dure, y el que tiene menos poder reclama la justicia. Pero la combinación de ambos es la ideal.

El ataque suicida es la peor acción que yo me pueda imaginar contra el derecho a la vida, porque no apuntaba a cuarteles militares sino a matar civiles, a las poblaciones más débiles de Israel: escolares, supermercados, pobres. Sin embargo el gobierno israelí es reticente a usar el término “derechos humanos” porque considera que es monopolio de los palestinos. Y Yaser Arafat, cuando hablaba de derechos humanos, sólo hablaba de los derechos del pueblo palestino, no de los derechos universales que también incluyen al pueblo israelí. No abordar estos temas ha sido perjudicial para el acuerdo de paz.

Israel, patria judía o territorio abierto

Hubo un taller en Estambul, hace muchos años, en el que hablamos de esto y llegamos a lo siguiente. El derecho de autodeterminación es un derecho legítimo de todos los pueblos. Por lo tanto, el pueblo judío buscó la autodeterminación en la creación de un Estado que se llama Israel y el pueblo palestino buscó la autodeterminación en un Estado que se llama Palestina. Ambos pueblos tienen un contacto con su diáspora, por así decirlo, o con sus hermanos y hermanas.

El Estado palestino es un Estado árabe-palestino y así está en la constitución que ellos promulgan, que todavía no se aceptó. Dicen incluso que el Islam es la religión oficial y que [el país] es miembro de la Liga Árabe.

Los judíos en Israel quieren relacionarse con el mundo judío, con la diáspora, porque es una unidad que se dispersó. Algunos quisieron volver y otros legítimamente pueden vivir donde quieran vivir en el mundo. Pero tienen mucho en común y no hay nada malo en que los judíos se relacionen con la diáspora y en que los palestinos se relacionen con sus hermanos y hermanas. Nos pusimos de acuerdo en esto.

Los palestinos que viven en Israel se preguntan qué va a pasar con ellos, que no son judíos y viven allí. Lo que decimos es que quienes viven en Israel tienen los mismos derechos o deben tenerlos, porque está escrito que sea así, pero en la práctica hay problemas. Los que son ciudadanos de Israel tienen los mismos derechos, y también ocurrirá esto cuando haya un Estado palestino. Habrá extranjeros que son cristianos o judíos que quieren quedarse a vivir allí.

No ha habido judíos en Jordania ni en Arabia Saudita, pero los palestinos están dispuestos a que si un judío quiere quedarse en la ciudad de Hebrón, pueda hacerlo. Los palestinos que viven en Israel pueden seguir allí, como ciudadanos israelíes o palestinos o tener doble nacionalidad, y lo mismo rige para los judíos en un Estado palestino. Nos pusimos de acuerdo en eso.

Una cosa que es discriminatoria es la ley del retorno. Para quien no es judío es muy difícil llegar a ser ciudadano de Israel. Si uno es judío, tiene derecho al retorno y cuenta con la ciudadanía en seis meses; esto no se aplica a quienes no lo son. Pero los palestinos van a tener la misma ley de retorno al Estado palestino. Si alguien sin esa nacionalidad quiere ir a vivir al Estado palestino, le va a resultar más difícil. Lo mismo si quiere ir a vivir Israel.

Eso no pasa sólo con judíos o palestinos. El ius sanguini (derecho de sangre, por el cual una persona adquiere la nacionalidad de su familia) se aplica en otros países. Así un uruguayo puede ser suizo porque su abuelo lo era. Entonces, uno se puede poner de acuerdo en muchas cosas. Un Estado judío debe respetar a todos los ciudadanos por igual, y al mismo tiempo puede dar preferencia al pueblo mayoritario en cuanto a la inmigración. Y el Estado palestino también. Pero basado en derechos humanos, no en un capricho.