Durante la presidencia del republicano George W Bush comenzó a organizarse en Estados Unidos, bajo el nombre de Tea Party, un movimiento ultraconservador integrado por ciudadanos desencantados del Partido Republicano, al que veían demasiado moderado. Pero el movimiento creció y se hizo más visible luego de la llegada al gobierno del demócrata Barack Obama. Si para ellos Bush no era tan conservador como les hubiera gustado, el gobierno “socialista” y con un discurso “multicultural” de Obama es una razón bastante fuerte para organizarse. Tanto los rescates de empresas automotrices afectadas por la crisis financiera como la propuesta de reforma sanitaria, que consideran muy cara para los contribuyentes, indignaron a los conservadores estadounidenses y sumaron más adherentes al Tea Party.

El otro partido

Mientras los conservadores del Tea Party festejaban su primer encuentro nacional y escuchaban el discurso de Sarah Palin, Obama se dirigía al Comité Nacional Demócrata. Los integrantes de su partido, que acaba de perder la mayoría absoluta en el Senado en enero y se prepara para perder más bancas en las legislativas de noviembre, lo escucharon por algo más de 20 minutos, el sábado, cuando Washington estaba bajo una tormenta de nieve que redujo la cantidad de asistentes al encuentro. “A veces tendremos que avanzar contra el viento. A veces será contra una ventisca. Pero vamos a cumplir nuestra responsabilidad de liderar”, les dijo Obama. Les aseguró que continuará impulsando su reforma sanitaria, incluso con la nueva relación de fuerzas en el Congreso. “Hay algunos que dicen, quizás una mayoría en esta ciudad, que dicen ‘quizás es el momento de dejarlo’”, dijo. Pero recalcó: “No voy a abandonar la reforma del sistema sanitario”. Pero los llamó a buscar la colaboración con “el otro partido”. El lunes Obama anunció que a fin de mes se reunirá con congresistas demócratas y republicanos para hablar del tema. El líder que les decía a los estadounidenses “sí, podemos”, esta vez les dijo a los integrantes de su partido: “No podemos hacerlo todo solos”.

El aumento de gasto público es uno de los principales enemigos de este movimiento, que toma su nombre del Boston Tea Party (algo así como “la fiesta del té de Boston). Se trata de un episodio de los tiempos de la revolución independentista. En 1773, los colonos en Estados Unidos se rebelaron contra los impuestos que establecía desde Londres un gobierno en el que ellos no estaban representados. Como medida de protesta, en el puerto de Boston, en Massachusetts, se subieron a barcos de carga británicos y tiraron al agua cargamentos de té. El Tea Party está convencido de que con Obama en el gobierno, desde Washington, las elites políticas no los representan y les imponen nuevos tributos.

El movimiento ganó visibilidad cuando el año pasado organizó protestas de miles de personas contra las políticas de aumento del gasto público. Las desplegaron el 15 de abril, el día en que los estadounidenses deben presentar su declaración de impuestos, y después, en setiembre, se movilizaron contra la reforma del sistema de salud. Desde entonces, su presencia inquieta a demócratas y republicanos.

A los demócratas no les molestaron tanto las protestas de abril como lo que sucedió en enero, cuando la banca de senador por Massachusetts, que su partido supo retener por décadas y que fue ocupada por más de un Kennedy, pasó a manos republicanas y dejó al partido de gobierno sin la mayoría absoluta que tenía en el Senado. Muchas lecturas atribuyeron ese resultado electoral al respaldo que el Tea Party le dio al republicano Scott Brown.

Aunque los republicanos sintonizan mucho más con el Tea Party, el partido de los Bush no ha tenido buenas experiencias con los conservadores independientes. En 1992, el multimillonario ultraconservador Ross Perot también irrumpió como una nueva fuerza en un sistema bipartidista como el estadounidense, se presentó como un candidato ajeno a la clase política y se llevó 19% de los votos, buena parte de ellos captados de entre el electorado republicano. En esas elecciones ganó el demócrata Bill Clinton.

Tampoco cae bien a los republicanos que el movimiento trabaje para influir en la interna de su partido. El Tea Party declara que no quiere responder a líderes, que es un movimiento de bases, pero sí quiere incidir en las elecciones. Uno de sus objetivos es apoyar a los candidatos más declaradamente derechistas cuando compitan con otros más moderados, por ejemplo aquellos más tolerantes hacia el aborto o el matrimonio homosexual. No importa si el rival es de otro partido o del mismo en elecciones internas.

Al igual que Perot, el Tea Party toma distancia de los políticos profesionales y cree que Washington, con demócratas o republicanos, toma decisiones con una agenda lejana a la gente. A los militantes del Tea Party les importa que no les suban los impuestos y que se preserven los valores más conservadores de los estadounidenses blancos, por ejemplo, su derecho constitucional a portar armas.

Pese a que no tienen un aparato partidario, estos militantes conservadores han demostrado su poder de convocatoria en movilizaciones de miles de personas y sustituyen las estructuras más tradicionales por sus redes de contactos en internet. Además, cuentan con militantes con poder económico, como se puso de manifiesto en su encuentro del fin de semana.

De jueves a sábado, el Tea Party tuvo su primera convención nacional, con 600 participantes, en el hotel Gaylord de Nashville, en el estado de Tennessee. El viernes, los participantes del encuentro anunciaron que en ese estado crearán un comité con la meta de recaudar 10 millones de dólares y destinarlos a apoyar a 20 candidatos conservadores al Congreso en las elecciones de noviembre. Para 2012, su meta es respaldar un presidente de derecha.

La hora del té

“El movimiento está madurando”, dijo a The New York Times Judson Phillips, fundador de Tea Party Nation, una red social que auspició la convención. Al afianzarse, el Tea Party llegó a tener, incluso, alguna disputa interna. Algunos militantes cuestionaron que su convención nacional fuera organizada como un evento con fines de lucro porque entendían que no era lo mejor para la imagen del movimiento, informaron BBC y la agencia de noticias EFE. Llegaron al punto de reunirse en las afueras de la convención a manifestar su descontento. Pero, sobre todo, criticaron que el encuentro se redujera a un evento de recaudación de fondos del Partido Republicano.

Aunque distintas fuentes difieren en informar si cobraban 300 o 550 dólares por asistir a la cena del sábado, que cerró el encuentro, sí coinciden en que la estrella de la noche cobró 100.000 dólares por dar el discurso de cierre. La oradora invitada fue Sarah Palin, candidata republicana a la vicepresidencia en 2008. Ella aseguró que esa plata “volverá a la causa”, aunque no dio detalles.

La ex gobernadora de Alaska, autora del bestseller autobiográfico Going Rogue y comentarista del canal de televisión conservador Fox News, se convirtió durante la campaña electoral de 2008 en una heroína de la derecha cristiana estadounidense. Entonces encantó a su público con su discurso conservador en lo social combinado con sus posiciones a favor del porte de armas, pese a cometer muchos errores al hablar de política internacional y unos cuantos más al referirse a asuntos locales. Desde entonces, la ex compañera de fórmula de John McCain coquetea con la posibilidad de convertirse en la candidata republicana a la Presidencia en 2012. Con esta madre de cuatro hijos ajena a la clase política tradicional simpatiza el Tea Party.

El sábado, Palin predijo en la convención que 2010 será “un gran año” para los conservadores, en referencia a las elecciones legislativas de noviembre, y aseguró que las políticas que impulsa el Partido Demócrata durarán poco. “Si hay esperanza en Massachusetts, hay esperanza en cualquier sitio”, dijo la siempre optimista Palin haciendo alusión a las elecciones en las que los demócratas perdieron su banca por ese estado en el Senado.

“Necesitamos un comandante en jefe de nuestras tropas, no un profesor de Derecho que nos dé lecciones desde un podio”, reclamó en una crítica a Obama. También abogó por reducir el costo del Estado y por regresar a lo que definió como “principios conservadores de sentido común”. Antes que ella, había criticado a Obama el ex congresista Tom Tancredo, quien sintonizó con el público también en otra causa común de la derecha blanca estadounidense: la inmigración. Éste es el tema preferido de Tancredo, quien cuestionó en la convención la presencia en Estados Unidos de inmigrantes y, en particular, que se permita votar a aquellos que no supieran leer en inglés. “Este país es nuestro”, dijo Tancredo. “Recuperémoslo”.

Ése también es el espíritu del Tea Party. Su poder radica en la cantidad de militantes que logre sumar a sus filas pero también en la capacidad que ellos tengan de pagar cientos de dólares por escuchar un discurso en vivo de Palin. Ella insiste en que “hay esperanza”.