Refugio para Battisti

En una de sus últimas decisiones como presidente de Brasil, Lula da Silva anunció su resolución de no extraditar al ex activista de izquierda Cesare Battisti, condenado a cadena perpetua en Italia por cuatro asesinatos cometidos en los años 70 por el grupo Proletarios Armados por el Comunismo, vinculado con la Brigadas Rojas italianas. Battisti vive en Brasil en calidad de refugiado político y la decisión de no extraditarlo se basó en que podría sufrir discriminación o persecución por su actividad política de aquellos años. El ministro de Asuntos Exteriores italiano, Franco Frattini, respondió ayer en el diario italiano Corriere della Sera que su administración envió una carta a la presidenta Dilma Rousseff pidiendo que reconsidere la decisión de Lula. Además, Frattini pidió al Parlamento que no apruebe un acuerdo estratégico binacional que sería ratificado estos días, informó EFE. Por otro lado, el canciller advirtió que su país agotará los recursos legales para lograr la extradición, y citó un eventual recurso ante el Tribunal Superior de La Haya. El asesor para Asuntos Internacionales de la Presidencia brasileña, Marco Aurelio García, respondió que su país “tomó una decisión soberana con una fuerte fundamentación jurídica”, y por lo tanto un recurso ante La Haya “no preocupa”, aunque las relaciones con Italia “pueden sufrir un poco”.

“Nosotros lo conseguimos. Esta asunción muestra que todo lo que pasamos valió la pena”, aseguró Rose Nogueira, una ex compañera de celda de Dilma Rousseff en la prisión Tiradentes, en San Pablo, entre 1970 y 1972, durante la dictadura brasileña. Al igual que otras cinco mujeres que compartieron prisión con Rousseff, Nogueira fue invitada a la ceremonia de investidura de la ahora presidenta de Brasil.

No sólo en las invitaciones se recordó la época de la dictadura; también en su primer discurso como mandataria, Rousseff hizo memoria: “Muchos de mi generación, que cayeron en el camino, no pueden compartir la alegría de este momento. Reparto con ellos esta conquista y les rindo mi homenaje”.

Con unas 30.000 personas que la acompañaron durante la jornada en que se convirtió en presidenta, una Rousseff vestida de falda y chaqueta blanca partió, después del mediodía, de la Granja de Torto, donde residió desde su victoria, rumbo a la Explanada de los Ministerios. Una fuerte lluvia impidió que la capota del Rolls Royce en el que viajaba pudiera levantarse, por lo que Rousseff se limitó a saludar desde el asiento trasero.

En un Cadillac la seguía el vicepresidente, Michel Temer, acompañado por su esposa, Marcela, una joven de 27 años que ganó varios concursos de belleza y se robó las miradas durante la ceremonia. Rousseff, dos veces divorciada, decidió viajar sola en el Rolls Royce, que era resguardado por la Policía Federal, tal como es usual, aunque, esta vez, por seis agentes mujeres.

El viaje prosiguió por el Congreso, donde Rousseff y Temer fueron recibidos por el presidente del Senado, Jose Sarney, y el de la Cámara de Diputados, Marco Maia, y juraron el cargo. A la salida del Congreso, pasó revista a las tropas y, saliéndose del protocolo, se detuvo a besar una bandera de Brasil.

Sí pudo abrirse la capota del Rolls Royce en el tramo del viaje que fue desde el Congreso al Palacio de Planalto, recorrido que hizo acompañada de su hija Paula.

En lo alto de la entrada de la casa de gobierno la esperaba el ahora ex presidente Lula da Silva. Ella subió lentamente -acorde al protocolo- y sonriendo, hasta ser recibida con un apretado abrazo de Lula. Luego del traspaso de la banda presidencial, el mandatario saliente bajó las escaleras de Planalto acompañado por Rousseff y su esposa, Marisa Letícia, y en lugar de subirse al auto oficial -lo que debía hacer, según el protocolo- se acercó llorando hacia donde estaba el público, y fue envuelto en abrazos.

Luego de estos actos públicos, Rousseff se reunió en Itamaraty, la sede de la cancillería, con los 11 mandatarios que fueron a su asunción, así como autoridades de unos 100 países.

Más que palabras

Antes de encontrarse con Lula, Rousseff dijo su primer discurso presidencial en el Congreso, y luego el segundo ya con la banda presidencial. “Vengo para abrir puertas para que muchas otras mujeres también puedan, en el futuro, ser presidentas, y para que, en el día de hoy, todas las brasileñas sientan el orgullo y la alegría de ser mujer [...] Mi compromiso supremo es honrar a las mujeres, proteger a los más frágiles y gobernar para todos”.

En un discurso en el que reiteró varias veces la frase “Queridos brasileños y queridas brasileñas”, hizo referencia a su antecesor y mentor: “Vengo para consolidar la obra transformadora del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, con quien tuve la experiencia política más vigorosa de mi vida y el privilegio de servir al país, a su lado, en estos últimos años”. También tuvo palabras para el ahora ex vicepresidente Jose Alencar, quien continúa internado y, pese a sus intentos, no pudo ir a la investidura.

“Podemos ser, de hecho, una de las naciones más desarrolladas y menos desiguales del mundo, un país de clase media sólida y emprendedora. Una democracia vibrante y moderna, plena de compromiso social, libertad política y creatividad institucional”, aseguró la mandataria.

Para modernizar la democracia de Brasil, Rousseff señaló como tarea indispensable y urgente “una reforma política con cambios en la legislación para hacer avanzar nuestra joven democracia, fortalecer el sentido programático de los partidos y perfeccionar las instituciones, restaurando valores y dando más transparencia a la actividad pública”. También se refirió a la necesidad de implementar “un conjunto de medidas destinadas a modernizar el sistema tributario, orientadas por el principio de simplificación y racionalidad”. Una reforma política y otra tributaria son dos de las prioridades que Lula dejó marcadas en la última reunión con la cúpula del Partido de los Trabajadores.

En lo económico la presidenta señaló como metas “permanentes” valorizar la industria y ampliar su “fuerza exportadora”, incentivar la agricultura familiar y las pequeñas empresas, a las que favorecerá con políticas tributarias y de crédito, según anunció en el discurso. “No haremos la menor concesión a los proteccionismos de los países ricos”, agregó la presidenta, y durante su discurso reiteró que su gobierno hará “un trabajo permanente y continuado para mejorar la calidad del gasto público”.

Un camino de ida

“La inclusión sólo será plenamente alcanzada con la universalización y la mejora de la calidad de los servicios esenciales”, por lo que Rousseff señaló como indispensable “una acción renovada, efectiva e integrada” del gobierno federal con los estaduales y municipales, “en particular en las áreas de salud, educación y seguridad”.

La mandataria señaló que para mejorar la seguridad es fundamental “garantizar la presencia del Estado en todas las regiones”, especialmente en aquellas “más sensibles a la acción de la criminalidad y las drogas”. En este tema destacó la reciente recuperación del conjunto de favelas del Complexo do Alemão en Río de Janeiro, gracias a una acción conjunta entre la Policía federal, la estatal y el Ejército. Señaló que Río “mostró lo importante que es la acción coordinada de las fuerzas de seguridad de los tres niveles de gobierno”.

La presidenta también dijo que peleará para mejorar la salud y la cultura. “La cultura es el alma de un pueblo, esencia de su identidad. Vamos a invertir en cultura, ampliando la producción y el consumo en todas las regiones de nuestros bienes culturales, expandiendo la exportación de nuestra música, cine y literatura”, prometió.

Rousseff también se refirió a la política exterior que llevará a cabo en su gobierno: “Brasil reitera, con vehemencia y firmeza, la decisión de asociar su desarrollo económico, social y político al de nuestro continente. Podemos transformar nuestra región en componente esencial del mundo multipolar que se anuncia dando cada vez más consistencia al Mercosur y la Unasur”.

El alargue

Si bien no formó parte del discurso de la presidenta, durante los primeros meses de su mandato se aprobará en el Congreso la ley que establece la Comisión de la Verdad, que se gestionó durante el gobierno de Lula y que reunirá información sobre la dictadura. Según informó el diario Folha de São Paulo, Rousseff pretende que en unos meses, con la ayuda de la Comisión, se pueda construir una narración oficial y definitiva sobre los hechos de la época, y sobre la muerte de unas 400 personas y la desaparición de entre 130 y 160 opositores el régimen, números oficiales de las víctimas del terrorismo de Estado.

En los próximos dos años Rousseff quiere dar una respuesta oficial del Estado brasileño a los familiares de asesinados y desa-parecidos durante la dictadura, lo que podría incluir un mea culpa del Estado. También se buscaría un pedido de disculpas militar, lo que sería más difícil, según Folha, por ello es esencial para Rousseff el respaldo del ministro de Defensa, Nelson Jobim.