El número dos de la catedral de Saint Paul, el deán Graeme Knowles, renunció ayer a su cargo como consecuencia de las divisiones internas entre las autoridades de la catedral acerca del camino a seguir ante la protesta de cientos de indignados que acampan en las puertas de la iglesia. La suya es la segunda renuncia causada por los indignados: la primera se presentó el jueves, cuando el número tres de la catedral, el canónigo Giles Fraser, argumentó discrepancias internas en la forma de gestionar la protesta.

Fraser se declaró partidario de los activistas y dijo que Jesucristo podría haber participado de sus manifestaciones. En línea con su posición, uno de los carteles que se leían en la protesta preguntaba: “¿Qué haría Jesús?”.

Todo comenzó el 15 de octubre, el día en que se convocó a manifestaciones en todas partes del mundo en rechazo al manejo de la crisis. Un poco más de mil personas se congregaron en el distrito financiero londinense, y la Policía impidió que ocuparan la sede de la Bolsa mediante varios desvíos que desembocaban en la catedral de Saint Paul.

Ante esa situación las autoridades eclesiásticas aceptaron la presencia de la protesta y el establecimiento de los campamentos, en especial porque los terrenos de la City son privados, a fin de evitar una dispersión violenta de la manifestación, informó el diario español El País.

Para la permanencia de la acampada la Policía puso ciertas condiciones, sobre todo para evitar que afectara a la circulación de los transeúntes o al tráfico de vehículos. Para ello, los indignados tuvieron cuidado en recoger la basura, para evitar problemas sanitarios, y dejaron espacios libres para que se pudiera transitar sin inconvenientes.

Aun así, las autoridades londinenses decidieron el cierre de Saint Paul al público, lo que sucedió por primera vez desde 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. La medida está causando la pérdida de miles de euros diarios a la catedral, que además de un lugar de culto es un destino turístico. Con la catedral cerrada, los responsables pidieron a los cientos de manifestantes que acampaban en la puerta que se retiraran, aunque insistieron en que reconocen los motivos de la protesta y consideran que son sensatos.

Durante el cierre, cuando las conversaciones con los acampantes fracasaron, las autoridades religiosas comenzaron a manejar las opciones legales para despejar la entrada a la iglesia. Esto causó que el jueves pasado presentara su renuncia el canónigo Fraser, quien respaldaba a los indignados.

Después de que el viernes reabriera la catedral, ayer se advirtió a los activistas que tenían 48 horas para levantar el campamento o serían desalojados. Tanto la alcaldía londinense como la catedral habían impulsado acciones legales para que se resolviera el desalojo, pero horas después de la advertencia, renunció el deán Knowles y la catedral retrocedió en esas acciones.

Desde Saint Paul, las autoridades de la catedral indicaron que mantendrán conversaciones “constructivas” con los activistas para evitar el “desalojo forzoso”. El mismo camino siguieron las autoridades locales, informó la agencia de noticias EFE, para “dejar más espacio para llegar a una resolución” que no involucre el desalojo en los próximos días.