En setiembre concluyó el "súper año electoral" de Alemania y la seguidilla de siete elecciones regionales fue un antecedente para las nacionales de 2013, que cambió el balance de poderes en el territorio germano. Con la imagen de Merkel en declive -ahora por la crisis, antes por su insistencia en la energía nuclear, pese a Fukushima-, las elecciones dieron resultados desastrosos para su Unión Cristianodemócrata (CDU).

En esos comicios se encumbró como principal alternativa para 2013 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), que había sido cuestionado en su papel actual de principal fuerza opositora, en especial después de que en las elecciones nacionales de 2009 obtuvo su peor votación de la historia, con 23% de respaldo. A lo largo de 2011 ganó en cinco de los siete estados en los que hubo elecciones, y en los otros dos obtuvo el segundo lugar, lo que le permitió integrar las alianzas de gobierno, con la CDU en Sajonia y con los verdes en Baden-Württemberg.

Estos éxitos electorales se sintieron en el congreso del SPD. Ya en setiembre el presidente del partido, Sigmar Gabriel, había asegurado que Alemania tendría "un canciller del SPD tras las próximas elecciones", y ayer, horas antes de ser reelecto como líder de su partido -con más del 91% de los votos-, se mostró convencido de que su formación vencerá en 2013 y gobernará "con los verdes como socios de coalición".

"Nuestra Europa debe convertirse nuevamente en una Europa social", subrayó Gabriel, y apostó a la unión con sindicatos, iglesias, movimientos sociales autónomos y profesionales para ganar las próximas elecciones.

No están solos

El congreso del SPD contó con dos presencias representativas: la del primer ministro noruego, el socialdemócrata Jens Stoltenberg, que resaltó el papel que tienen los socialdemócratas en toda Europa, y la de François Hollande, el candidato del Partido Socialista francés a la presidencia para las elecciones de 2012, a las que llega como el candidato favorito.

En su discurso, Hollande reiteró conceptos expuestos por Gabriel: hizo hincapié en la necesidad de “desplazar hacia la izquierda el centro de gravedad político” del continente y llamó a rechazar una Europa reducida a “federalismo de mercado”. Además llamó a devolver la relación franco-germana a su cauce “normal”, que definió como una “amistad en igualdad y respeto, no de imitación de un modelo”, en referencia a sus críticas al presidente francés, Nicolas Sarkozy, a quien acusa de copiar el modelo alemán.

“Europa no puede reducirse a una organización que impone medidas de ahorro”, dijo Hollande en Berlín, mientras Merkel y Sarkozy se reunían en París para acordar un nuevo tratado para Europa [ver página 5], y advirtió que “donde retroceden la democracia y la política, el mercado avanza”.

Así como el francés criticó a Sarkozy, los alemanes tiraron dardos contra Merkel. El ex canciller Helmut Schmidt, que con sus 92 años es un referente en el sistema político alemán, aseguró que “el espíritu nacional de matón alemán” del gobierno está fracturando Europa, rompiendo el delicado equilibrio histórico del bloque regional.

Dijo que los alemanes deben agradecer a los países europeos, porque sin la unidad regional no habría sido posible el ascenso de su país desde la posguerra hasta hoy, y subrayó que es hora de devolver esa solidaridad. En una clara referencia a Merkel, señaló que el orden que Alemania ha mantenido en su economía “no debe presentarse como modelo, sino como mero ejemplo”.

Schmidt advirtió además que el papel preponderante que busca ocupar su país, hace recordar que cuando Alemania fue poder central en la región, “hizo sufrir a otros”, lo que “mantendrá aún por muchas generaciones una desconfianza latente contra los alemanes”.