-¿Cómo se explica que hayan estallado las protestas en los países árabes ahora, después de varias décadas de mano dura, y por qué tuvieron lugar en varios países al mismo tiempo?
-La caída del presidente Ben Alí en Túnez, seguida de la renuncia de Hosni Mubarak [en Egipto], marcan el inicio de una nueva era en el mundo árabe. Vencieron el temor a los regímenes, y las revueltas en [las capitales] Túnez y El Cairo lograron derrocar jefes de Estado. Lo que hace poco parecía inimaginable e impensable ocurrió. Argelia comparte con Túnez y Egipto los mismos síntomas. Los Estados de África del Norte afrontan problemas estructurales: corrupción generalizada, violación de las libertades políticas y de los derechos humanos. La incapacidad de construir instituciones políticas capaces de controlar los recursos del Estado causó que se formaran regímenes verdaderamente mafiosos. En menos de medio siglo esos regímenes con recursos limitados, como los de Túnez y Egipto, vieron multiplicarse por tres su población, experimentando una urbanización acelerada y una alfabetización masiva (excepto en Marruecos), y además enfrentan problemas de coyuntura: la crisis financiera de 2008, el aumento de los precios de materias primas, la ausencia de respuesta política a la sensación de empobrecimiento.
Religión y democracia
-¿Un país musulmán puede ser democrático? -Sí: lo demuestran Turquía e Indonesia. El Islam no es incompatible con la democracia. La democracia es un régimen político reciente, que nació en el siglo XIX.
-¿Islamismo es sinónimo de dictadura? -Un partido islámico no siempre termina siendo dictatorial, y las grandes dictaduras del siglo XX fueron instauradas por partidos que no tenían nada que ver con el islamismo, como los nazis en Alemania o los fascistas en Italia. Los islamistas tienen una ideología (no una religión) que deja poco espacio para la democracia. Como cualquier partido radical, deben aprender a reducir sus pretensiones políticas. El partido AKP [Adalet ve Kalkinma Partisi] en Turquía [gobernante desde 2002 y cuyo nombre significa Justicia y Desarrollo en español] es un buen ejemplo: era radical en los años 70, pero hoy es islámico-demócrata y favorable a la integración en la Unión Europea.
-¿Los ciudadanos árabes están politizados a pesar de vivir en dictaduras?
-El contexto nacional e internacional favorece la emergencia de la sociedad civil en el combate por el reconocimiento de los derechos políticos, lo que constituye una sorpresa saludable para las fuerzas democráticas de la región. De hecho, desde los años 80 sólo las organizaciones islámicas (asociaciones, movimientos, partidos) lideraban la protesta. Si bien el radicalismo tenía eco en las masas populares, sus características lo privaban de apoyo desde las fuerzas democráticas, preocupadas al ver que el descontento popular podía servir de trampolín para la instauración de un Estado islámico. Los partidos democráticos se desacreditaron ante la población y se condenaron a una larga travesía del desierto por haberse unido a las Fuerzas Armadas para “salvar a la nación” del “peligro islamista”. Quedaron presos de la seguridad por ser incapaces de tener un discurso creíble, debido muchas veces a su cercanía con el régimen autoritario. Después del 11 de setiembre de 2001, muchos regímenes autoritarios se beneficiaron en el escenario internacional de la “guerra contra el terrorismo”: Libia, Argelia, Egipto y Túnez participaron con gusto y ofrecieron sus servicios para reducir la amenaza que representa Al Qaeda. Sólo resistían a la lógica del “todo por la seguridad” las organizaciones de defensa de los derechos humanos, denunciando la violación evidente de esos derechos en nombre de la “guerra contra el terrorismo”. Para muchos, ese combate está perdido de antemano mientras las grandes naciones democráticas acepten la regresión en materia de derechos humanos invocando la seguridad. Encandilados por el miedo al terrorismo, los demócratas dejaron de lado sus valores. Los expertos y especialistas en el “terrorismo islámico” se inspiran en la tesis del choque entre civilizaciones y la alimentan, a través de publicaciones alarmistas que tienen eco en instituciones internacionales y dirigentes políticos.
-Algunos dicen que esos países no están listos para la democracia, porque nunca la experimentaron. ¿Es así?
-Las manifestaciones pacíficas en reclamo de la democracia desmienten sin vueltas todos esos prejuicios, pero hoy las sociedades del mundo árabe tienen lo más difícil por delante. El contexto regional e internacional cambia. La denuncia de los regímenes autoritarios ya no es sólo un tema de las organizaciones islámicas, se está dibujando una convergencia de opiniones: las revelaciones de WikiLeaks demuestran que se conocen y reconocen las críticas a esos regímenes. Pero el debilitamiento de los regímenes no es una garantía de transición a la democracia. En Túnez, el desafío es lograr que la revolución desemboque en el establecimiento de instituciones democráticas. Sólo así será posible consolidar el nuevo sistema, en un contexto en el que los seguidores del antiguo régimen y la presión regional -sobre todo desde Libia- intentan sabotearlo. En Egipto el régimen abrió puertas al diálogo con la oposición, hizo concesiones a nivel constitucional y se comprometió a cumplir una agenda democrática. A diferencia del caso tunecino, el régimen egipcio tiene una posición dominante, resiste a los reclamos y espera lograr una salida política que no le sea demasiado desfavorable. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas saben que al dejar a Mubarak sin respaldo lograron que disminuyera mucho la presión interna, pero… ¿están dispuestos a favorecer una transición democrática? Va a ser más difícil construir instituciones democráticas que derrocar a un dirigente autoritario. ¡Eso va a demorar más!
-¿Qué papel van a jugar Estados Unidos y Europa?
-El apoyo de la Unión Europea y de Estados Unidos es fundamental. Tergiversaron, pero terminaron cambiando de chip. El miedo al islamismo ya no puede significar que sea imposible democratizar la región. Ahora se trata de alentar a los regímenes enfrentados a la ola demócrata para que cambien, para integrar reivindicaciones legítimas. Desde esa óptica, la experiencia tunecina es fundamental: si Túnez logra establecer instituciones democráticas mediante negociaciones y concesiones, quedará demostrado que la era del radicalismo político en la región quedó atrás y el proceso servirá como modelo. Pero si eso no ocurre, debido a la intransigencia de ambas partes, existe el riesgo de despertar viejos demonios de la discordia y Túnez entraría en el ranking de las transiciones fracasadas. Esperemos que Túnez y Egipto abran el camino para la región y demuestren que las sociedades están políticamente maduras. La salida de Ben Alí alentó a los egipcios a reclamar la de su reis; apostemos a que el triunfo de la experiencia democrática en Túnez constituya un precedente fundacional y un modelo para el mundo árabe.
Revueltas for export
Desde el lunes, Bahrein se sumó a la lista creciente de países árabes inspirados por Túnez y Egipto. Ayer, según dijo a la diaria una vecina de la Pearl Round About (Rotonda de las Perlas), el lugar donde se estableció el centro de las protestas, los manifestantes chiitas levantaron allí tiendas de campaña, con la evidente intención de mantener su movilización. Ese Estado petrolero de la península árabiga no tiene más de un millón de habitantes y los chiitas son el 70% de la población. Reclaman más representación en el Parlamento -tienen 18 de los 40 diputados-, el fin de las discriminaciones y la liberación de los presos políticos. Las protestas que empezaron el lunes habían causado hasta ayer dos muertos chiitas y centenares de heridos. El rey y jeque sunita, Hamad ben Isa Al Jalifa, dijo ayer que “las reformas siguen avanzando” y que “no se detendrán”, recordando que “la libertad de expresión es un derecho reconocido por la Constitución”. Además lamentó “el deceso de dos [...] queridos hijos” y anunció que había encargado al viceprimer ministro chiita, Jawad ben Salem al Aarid, que formara “una comisión especial” para investigar esas muertes. Anunció que pedirá al Poder Legislativo que analice “el fenómeno” de las protestas y que proponga “legislación adecuada para remediarlo”. El jeque heredó el poder de su padre en 1999 y lanzó en 2001 un proceso de apertura luego de protestas chiitas que dejaron unos 40 muertos. Bahrein tiene desde 2002 un parlamento bicameral: hay una asamblea de 40 miembros elegidos por la ciudadanía y un consejo consultivo de 40 integrantes nombrados por el rey, que puede bloquear cualquier iniciativa de la otra cámara. En tanto, jóvenes yemeníes manifestaron ayer por cuarto día consecutivo en la capital Sana’a y volvieron a ser atacados por partidarios del gobierno. En Egipto, el movimiento islamista Los Hermanos Musulmanes dijo a la agencia de noticias Reuters que confía en las Fuerzas Armadas que tomaron el poder, pero pidió que cumplan sus promesas, entre ellas el levantamiento del estado de emergencia que rige desde hace casi 30 años. En Túnez, el gobierno levantó el toque de queda que regía desde diciembre por las protestas, pero anunció que mantendrá el estado de emergencia instaurado el 14 de enero, horas antes de que el presidente Ben Alí huyera del país.
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