Tokyo Electric Poyer, la compañía propietaria de la planta nuclear Fukushima, anunció ayer que las granjas cercanas a la central serán recompensadas económicamente. A éstas se les prohibió vender sus productos y cultivos porque estuvieron expuestos a radiación como consecuencia de la crisis nuclear desatada el 11 de marzo luego de que un terremoto y un tsunami azotaran el noreste japonés.

El Ministerio de Salud nipón, que prohibió la venta de estos productos, también pidió a los residentes cercanos a Fukushima que no bebieran agua de la canilla, porque en ella también se detectó altos niveles de yodo radiactivo. Además, se detuvieron cargamentos de la zona, especialmente de leche, espinacas y otras verduras locales, informó la agencia de noticias Reuters.

Mientras tanto, varios países anunciaron que aumentarán el control sobre los productos importados de Japón para verificar que no sean radiactivos, y ayer la AIEA confirmó que la radiación llegó a las costas del Pacífico en las cercanías de la planta nuclear.

La agencia también advirtió que en la planta la situación “sigue siendo muy seria” aunque hubo “algunas mejoras”. Uno de los directivos, Graham Andrew, reclamó que hace tiempo que no reciben información sobre “la integridad de la contención del reactor” y dijo estar “preocupado por conocer su estado exacto”.

Mientras la AIEA reclamaba a las autoridades japonesas, la organización ecologista Greenpeace denunció que según sus propias investigaciones, la AIEA ocultó información sobre una explosión de hidrógeno que liberó radiactividad. “La política de información de la AIEA es escandalosa”, indicó en un comunicado un experto nuclear de la organización militante ecologista, Heinz Smital, quien aseguró que se están minimizando las consecuencias de la crisis nuclear.

Por otra parte, ayer las autoridades japonesas actualizaron las cifras de víctimas del terremoto y el tsunami del viernes 11. Según la agencia Kyodo, ascendió a 9.079 el número de muertos, siguen desaparecidas otras 12.645 personas y fueron evacuadas unas 320.000.

Volviendo a la vida normal

Emiri Shimada es una japonesa de 26 años, que vive en Tokio hace dos. Reside en el barrio de Meguro-ku, en el que se encuentra la mayoría de los consulados y las embajadas extranjeras. Creció en Yokohama, una ciudad más al sur y estudió en Estados Unidos antes de volver a su país, donde trabaja en un estudio contable internacional. Desde allí fue entrevistada por la diaria por correo electrónico.

-¿Cómo está tu gente después del terremoto y del tsunami? -Mi familia directa está bien.

-¿Dónde estabas y qué hacías cuando ocurrió el terremoto? -Tenía migraña ese día y me quedé en casa descansando cuando de repente todo el apartamento se puso a temblar.

-¿Cuál es el ambiente que hay ahora en Tokio y en Japón? -La gente acá sigue muy preocupada. Muchos temen la radiación, los problemas de logística, los apagones controlados, la escasez de suministros y los trenes increíblemente llenos de gente.

-¿Cómo transcurre tu vida cotidiana desde el terremoto? ¿Estás trabajando? -Hoy [por ayer] fue el primer día operativo desde el terremoto. Algunos siguen evacuados fuera de Japón o trabajando a distancia debido a la falta de trenes que funcionan en las horas pico.

-Las autoridades japonesas parecen más optimistas que la prensa y las autoridades internacionales. ¿A qué lo atribuirías? Cada país tiene sus estándares y no creo que las autoridades japonesas hayan sido más optimistas que la prensa internacional con respecto al desastre natural, pero quizá lo fueron un poco respecto al problema de la radiación.

-¿Te preocupa ese riesgo? ¿Estás tomando precauciones? -No tanto ahora, que las cosas parecen estar bajo control, pero estuve muy preocupada cuando ocurrió la primera explosión en la planta. La lluvia puede contener algunas partículas radiactivas, y como precaución, uso impermeable cuando llueve. También voy a tener cuidado con lo que coma y con el origen de los alimentos, ya que se informó que la espinaca y la leche de las zonas afectadas tenían un nivel más alto de partículas radiactivas. Marina González