Cambios en camino
El Ministerio del Interior egipcio decidió ayer desmantelar los servicios de la Seguridad del Estado, encargada de la represión durante el régimen de Hosni Mubarak. Será sustituida por un departamento de seguridad nacional, según un comunicado. Los oficiales del nuevo servicio deberán trabajar “sin entrometerse en la vida de los ciudadanos, de acuerdo a los principios de la Constitución, la ley y los principios de los derechos humanos”.
Mohamed El Baradei nació en la capital de Egipto, El Cairo, en junio de 1942. Ha dicho que aprendió de su padre, que fue jefe del colegio de abogados egipcio, el “aferrarse a sus principios”, y ha contado cómo él defendía “la libertades cívicas y los derechos humanos durante algunos de los años más represivos de la era [del ex presidente Gamal] Nasser” que gobernó Egipto entre 1956 y 1970.
El Baradei también siguió el ejemplo paterno al estudiar Derecho en la Universidad de El Cairo. En 1964 empezó su carrera profesional en la diplomacia egipcia, que lo llevó a representar a su país en Nueva York y en Ginebra, dos ciudades donde tiene sede la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En Ginebra se recibió de profesor de derecho internacional.
Luego, participó en las negociaciones secretas auspiciadas por Estados Unidos, que desembocaron, en 1978, en los acuerdos de paz de Camp David firmados por el entonces presidente egipcio, Anwar El Sadat, y el primer ministro israelí, Menachem Begin.
En 1980 empezó su carrera en la ONU con una misión en Irak, después de la primera guerra del Golfo, para desmantelar el programa nuclear en ese país. Más tarde, en 1997, asumió como director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA). En ese cargo adquirió reconocimiento mundial y la fama de ser capaz de enfrentarse a Washington en este tema y luego respecto a Irán.
En 2003, cuando la administración estadounidense impulsó la intervención militar en Irak, El Baradei lideraba -junto con su predecesor sueco, Hans Blix- las inspecciones de la ONU en ese país sobre armas de destrucción masiva. Por entonces puso en duda que Irak contara con un supuesto programa secreto de ese tipo.
Su fama se debe en parte a esta posición y al hecho de haber denunciado, cuando lideraba la AIEA, lo que considera la doble moral de los países que disponen de armas nucleares. Según él, están determinados a impedir que otros las adquieran, pero no están tan determinados a avanzar hacia el desarme, que es la contrapartida que exige el Tratado de No Proliferación Nuclear.
Las tensiones entre El Baradei y Washington aumentaron con el estallido de la crisis nuclear iraní. Estados Unidos quería una dirección más enérgica y que se cuestionara con más fuerza a Teherán.
En 2005, El Baradei recibió el premio Nobel de la Paz, junto a la AIEA, por su defensa del uso pacífico de la energía nuclear. Ese premio le valió, al año siguiente, la medalla del Nilo, la mayor condecoración egipcia, que le entregó el entonces presidente, Hosni Mubarak, años antes de que el mismo El Baradei encabezara las movilizaciones que lo llevaron a dimitir en febrero.
Un tipo común
Está casado con una maestra de preescolar, Aïda Elkachef, y tiene dos hijos, Laïla y Mustafá. El diario palestino Al-Ayyam dijo de él que tiene “un carisma y un lenguaje que podrían ser los de un buen funcionario, o incluso de un vigilante de escuela”. Todos coinciden en destacar su austeridad, sus escasas cualidades de orador, pero también su fama de ser íntegro y firme en sus convicciones. Este conjunto de cualidades y defectos, hace que sea un líder político distinto de los que suelen destacarse en los países árabes: no es militar, no pertenece a una familia instalada en el poder, no es jefe de clan ni hombre de negocios. Quizá esto explique la simpatía que despierta entre los jóvenes y la clase media.
En febrero 2010, luego de renunciar a cumplir un cuarto mandato al frente de la AIEA, El Baradei, que no pertenece a ningún partido opositor reconocido, fundó la Asamblea Nacional por el Cambio y la Reforma (ANCR) que federa a varios movimientos de la sociedad civil. Recibió el apoyo de toda la oposición, incluso del jefe del bloque parlamentario de los Hermanos Musulmanes, Saad Katatni; del ex candidato presidencial liberal Ghad de Ayman Nur y de personalidades de la cultura, como el escritor Alaa Al Aswany. Entonces, inició una campaña para reclamar que se modificara la Constitución con el objetivo de permitir que candidatos independientes -como él- pudieran postularse a la elección presidencial y que se estableciera un mayor respeto a las libertades fundamentales. Su propuesta recibió un millón de firmas de apoyo.
Está previsto que ese referendo se vote el sábado. Pero el dirigente opina que hoy los egipcios están demasiado divididos al respecto y que debería cancelarse la consulta.
Los que se reunieron con él luego del lanzamiento de la ANCR dijeron que su discurso es fácil y claro y que su único objetivo es la democracia. “Cuando estás frente a él sentís que su principal deseo no es convertirse en el próximo presidente”, describió en su momento el director general de la Red Árabe para la Información de Derechos Humanos, Gamal Eid.
El régimen de Mubarak había sentido el peligro y lanzó una campaña de desprestigio contra El Baradei. Lo presentaron como un hombre desconectado de la realidad egipcia e incluso como un agente del extranjero. Salieron fotos de su hija vestida en traje de baño y también de su casamiento, en las que se podía ver que se servía vino a los invitados. Tanto el ser fotografiada en traje de baño como el servir o tomar alcohol son dos cosas difíciles de aceptar para los musulmanes egipcios conservadores.
Sentido de la oportunidad
Este año El Baradei encabezó las protestas contra del gobierno de Mubarak que terminó abandonando su cargo el 11 de febrero. El movimiento Seis de abril, que federa a jóvenes blogueros, es uno de sus principales apoyos desde que regresó a Egipto el 27 de enero, con el objetivo de liderar las manifestaciones contra el régimen, que ya habían empezado.
Pero otros jóvenes que se sumaron a su coalición lo criticaron por vivir en Viena, pese a que tiene una casa en El Cairo, y por haber pasado más tiempo en el extranjero que luchando en las calles. No estuvo presente el 25 de enero, en la primera gran movilización contra Mubarak. Reapareció el 27 con un mensaje en la red social Twitter, en el que anunció su regreso al país. Al día siguiente, el “Viernes de la ira”, en el que hubo un baño de sangre por la represión de las autoridades contra los manifestantes, El Baradei apareció en una mezquita de El Cairo. La policía egipcia lo detuvo “por su seguridad” y lo puso en arresto domiciliario. Pero él no lo respetó y fue a la Plaza Tahrir a unirse con los manifestantes.
No fue una gran sorpresa que el ex diplomático anunciara, el jueves 10, que pensaba presentarse a las elecciones presidenciales. Lo hizo en un programa de la televisión egipcia trasmitido en directo por el canal ONTV. Sus detractores consideran que su regreso al país justo cuando las cartas estaban dadas para un cambio es una maniobra oportunista y que se subió a un carro tirado por otros. El principal reproche que se le hace es que estuvo en el extranjero durante todo el gobierno de Mubarak, que en octubre hubiera cumplido 30 años de presidencia. Estiman que regresó a su tierra “a recoger el fruto” del trabajo que hizo en los últimos años la oposición.
Además, se le reprocha su falta de autoridad sobre sus aliados políticos, lo que permite que sea criticado incluso por ellos.
El jueves, El Baradei anunció también que piensa votar en contra de las enmiendas constitucionales que se van a someter a referendo el sábado, aunque respondan a lo que él mismo reclamaba. Dijo que lo hará porque “la actual Constitución cayó” junto a Mubarak y “sería un insulto a la revolución” si se decidiera “rescatar esa Constitución”.
Un sondeo de intención de voto publicado por el diario egipcio Al Ahram a principios de mes daba una gran ventaja electoral a un rival de El Baradei, el secretario general saliente de la Liga Árabe, Amr Musa, que también es un posible candidato.