Luis Alberto Lacalle nació el 13 de julio de 1941. Eso lo hace integrante de un grupo de personas que en 2014, cuando se defina la próxima candidatura de cada partido a la presidencia de la República, serán excepcionales por el solo hecho de no haber fallecido, ya que la expectativa de vida al nacer en nuestro país es poco más de 72 años para los varones. Lo que no debería ser excepcional es que un político perteneciente a esa generación asuma que ya no está para ciertos trotes. Sin embargo, en Uruguay el gesto es raro y destacable: Jorge Batlle asumió la presidencia a los 72 años; José Mujica, a los 74; y Tabaré Vázquez -si “la biología” lo permite, como le gusta decir- parece dispuesto a intentar un comienzo de segundo mandato a los 75.

Lacalle también resultó excepcional, desde el punto de vista de la demografía política, por haber asumido la presidencia a los 48 años, en 1990. Fue el más joven de los elegidos para ese cargo después de la dictadura.

Ese precoz (para los criterios uruguayos) encumbramiento fue facilitado, es cierto, por algunas circunstancias, entre ellas el desgaste del Partido Colorado en el primer gobierno posterior a la dictadura; la fractura preelectoral del Frente Amplio y, sobre todo, la muerte de Wilson Ferreira Aldunate, que no dejó sucesores potentes dentro del sector blanco mayoritario. Además, todavía eran posibles las candidaturas múltiples a la presidencia dentro de cada partido: Lacalle tuvo en 1989 menos de 23% de los votos emitidos, pero los otros dos aspirantes del Partido Nacional, con programas muy distintos del suyo, sumaron su caudal para que ese lema superara al colorado.

Llegado al gobierno, el nieto de Herrera intentó un ambicioso programa de reformas, a tono con la oleada neoliberal latinoamericana de aquellos años. La historia dirá en qué medida ese impulso incidió para que el país cambiara luego, pero en su momento fracasó.

Después de ser derrotado en el referendo contra la Ley de Empresas Públicas realizado a fines de 1992, el caudillo herrerista sufrió dos años más de presidencia sin mayorías parlamentarias, y desde entonces siempre tuvo fuerte oposición dentro de su partido (al punto de que buena parte de las acusaciones de corrupción contra él provinieron de otros blancos). A veces logró sobreponerse a ella mediante alianzas con otros sectores, y a veces fue superado por alianzas antilacallistas.

Cuando le tocó ganar en la interna, perdió en las nacionales, pero siempre se mantuvo en la primera fila. Y mantuvo detrás de él, durante más de 20 años, a otros que ya no son jóvenes: Luis Alberto Heber asume la presidencia del Honorable Directorio del Partido Nacional con 53 años.

Quizá Lacalle haya pensado que, después de perder un balotaje con Mujica, no tenía real chance de ganarle a Vázquez en 2014. Sea como fuere, deja espacio a los de menor edad. Jorge Larrañaga y Francisco Gallinal tienen 54 años. Pedro Bordaberry, 51. Lenta y tardíamente, la generación de los que eran inimputables cuando se produjo el golpe de Estado de 1973 alcanza las cumbres partidarias. Salvo en el Frente Amplio, que en un tiempo fue símbolo de lo nuevo. El futuro no es como antes.