-¿Cómo trabaja el PNUD para cumplir los ODM en 2015, cuando sólo faltan cuatro años para que venza ese plazo que se fijaron los países de la ONU?
-En mi calidad de presidente del Grupo de Desarrollo me corresponde presidir todas las agencias, fondos y programas de América Latina y el Caribe. Una de sus funciones es el seguimiento de los ODM. Estamos ahora preparando un informe, coordinado por la CEPAL [Comisión Económica para América Latina y el Caribe], para evaluar cómo estamos de aquí a 2015 y qué es lo que se requiere, incluso en términos financieros, para cumplir con los ODM. La situación de la región es dispar. Hay algunos países que están muy avanzados en algunos objetivos. Es el caso de Uruguay, donde por ejemplo la educación primaria está universalizada hace mucho tiempo. En gran parte de los países de América Latina ese objetivo se va a cumplir. Sin embargo hay países, incluso de ingreso medio, que están atrasados en otros ODM, como la igualdad de género, la mortalidad infantil, la mortalidad materna, o la disminución del VIH-Sida. Para ciertos países será muy difícil cumplir con los ODM, lo que implica una inquietud muy importante porque esos objetivos constituyen la única agenda de desarrollo global que el mundo ha llegado a consensuar.
-¿Cómo repercute la crisis económica mundial en el cumplimiento de los ODM?
-Evidentemente tiene un efecto negativo. Sin embargo, en América Latina ha sido mucho más limitado que en Europa o en Estados Unidos. Porque América Latina -a diferencia de lo que ocurrió en el pasado- ha enfrentado muy bien la crisis. No hemos sido parte del problema, de hecho estamos siendo parte de la solución. La región se ha recuperado rápidamente y las tasas de crecimiento en varios países ya era muy alta el año pasado. Este año se calcula que va a ser de un 4,8% en promedio. Ya hemos sufrido otras crisis, por lo tanto la regulación bancaria es bastante rigurosa. Pero América Latina tiene un gran problema, que no tiene tanto que ver con la crisis, sino con la historia y es la desigualdad: de ingreso, étnica, de género y territorial. Eso es más importante que la crisis.
-Usted dijo que América Latina es parte de la solución. Pero da la sensación que se les exige más a los países en vía de desarrollo que a los desarrollados.
-No sé si se les exige más. En el pasado, por cierto, el Fondo Monetario Internacional exigía mucho más a los países en desarrollo que a los desarrollados, que incrementaban su deuda y no tenían un manejo tan serio como el que tiene América Latina ahora. Están escribiendo editoriales ahora en los periódicos de esos países diciendo: “miren a América Latina, aprendan de sus reacciones”. Siempre ha habido una situación de cierta injusticia con América Latina. No se reconocen debidamente nuestros méritos, se nos presiona y exige más, particularmente desde las agencias financieras. Quizá la historia, de aquí al final de esta década, pueda ser distinta a la del pasado.
-Respecto a los pueblos indígenas usted dijo en mayo que si su situación no mejora, va a ser un impedimento para cumplir los ODM.
-Cuando uno mira un país en general, sus cifras promedio parecen no estar mal, pero si se baja el periscopio y se mira lo que está pasando a nivel local, con distintos grupos que componen la nación, uno se da cuenta que hay mucha diferencia entre los diferentes grupos y regiones. Por ejemplo, están mucho más atrasadas las regiones donde los pueblos originarios y los afrodescendientes son mayoría. Eso tiende a demostrar que los promedios ocultan verdades.
-¿Cómo se logra mejorar esas situaciones? Los intereses de los pueblos originarios a veces van en contra de los de empresas que usan sus tierras y que se presentan como motores de la economía.
-Lo que estamos haciendo en el PNUD es trabajar con los gobiernos nacionales para ir a esas regiones, invertir, prestarle mucha atención y desarrollar programas específicos. Por ejemplo, en México el Estado de Chiapas tiene una población indígena muy importante y es un objetivo tan específico que hemos establecido allí una oficina del PNUD. Tanto es así que el gobernador y las autoridades políticas consensuaron e integraron los ODM a la Constitución del Estado. Estamos trabajando en forma muy acelerada para reducir el atraso que tienen con los ODM. Colombia y Belice son parte de un proyecto piloto de aceleración de los ODM. Lo que estamos haciendo ahí es ir a las provincias, a las regiones, a las comunas para bajar la visión al terreno y trabajar con los sectores y pueblos más marginados, vulnerados y atrasados. Se trata de establecer una cooperación entre el PNUD, otras agencias del sistema de la ONU y los gobiernos para no conformarse con cómo van a nivel nacional, sino tratar de aterrizar la visión en las regiones donde están los pueblos originarios, los afrodescendientes, los más pobres.
-En junio, visitó Túnez y Egipto en el marco del apoyo que brinda el PNUD al proceso de democratización. ¿Cómo fue esa visita y por qué se hizo?
-Fue una visita fascinante porque hay una ebullición democrática muy fuerte. Recuerda los años de fines de los 80 y los 90 cuando en América del Sur comenzamos a recuperar nuestra democracia. En el caso de Túnez y Egipto es mucho más difícil porque tienen que construir una democracia que nunca han tenido. Se liberaron, sacaron a los autócratas, pero ahora tienen que construir instituciones donde no las hay. Existe un enorme interés por las experiencias latinoamericanas de transiciones. Por eso fui con unos diez latinoamericanos. En Egipto hubo una conferencia en El Cairo [el foro “Transiciones Democráticas: Las experiencias internacionales. Lecciones aprendidas y el camino por recorrer”, realizado el 5 y 6 de junio]. Congregó a miles de personas, jóvenes, organizaciones sociales, partidos políticos. No sólo de Egipto: vinieron de Túnez, de Marruecos, de Yemen, de Jordania. La idea es cómo ayudarlos, primero en lo inmediato. Va a haber primero elecciones constituyentes, en Egipto y Túnez, para elegir luego al gobierno. En Túnez me reuní con unos 40 dirigentes de la sociedad civil, y con unos 14 líderes de partidos políticos. Fue una especie de taller. Me preguntaron qué pasó en Argentina, en Uruguay, en Chile en la transición democrática. Están pensando un conjunto de temas, eso denota el dinamismo del proceso y la impaciencia. Incluso la inmadurez, porque han constituido demasiados partidos políticos, eso está atomizando las fuerzas democráticas. Hay una buena posibilidad de trasmitir nuestras experiencias y de dar consejos guardando las diferencias, como la religión, que en nuestra región no existe como factor político.
-¿Es un riesgo real el islamismo en esos países?
-Los propios dirigentes del proceso democrático lo ven como una dificultad, porque la mayoría de ellos son más bien seculares y temen que una eventual presencia de los partidos islámicos fundamentalistas pueda poner en riesgo el proceso. Pero están trabajando juntos. Estuve conversando con un joven que me dijo que era uno de los líderes de un grupo de unas 20 organizaciones. Le pregunté si se iban a transformar en partido político y me contestó que no, porque uno de ellos es islámico y que él es secular. Por eso le pregunté: “¿pero siguen trabajando juntos?”. “Sí, sí, pese a las diferencias seguimos trabajando juntos. En lo fundamental, que es avanzar hacia la democracia, tenemos más coincidencias que divergencias”, me explicó.
-Dentro de los temas sobre los cuales el PNUD piensa alentar el intercambio entre América Latina y esos dos países árabes, están los procesos judiciales de transición que se dieron en nuestra región. Pero ese proceso sigue abierto hoy en día.
-Presidí un panel, integrado por un juez sudafricano [Albie Sachs], que sufrió un ataque terrorista de la derecha pro-apartheid y perdió un brazo, y por un líder de una comisión de Derechos Humanos de Túnez. Hablamos de la justicia transicional. Dije que lo importante es que se haga justicia y no tanto que sea rápido, a mediano, o largo plazo. En algunos países hay decisiones de la sociedad entera de dictar amnistía, como en Uruguay. En muchos casos, las amnistías terminan siendo, o derogadas, o bypasseadas por la muy fuerte presión para hacer justicia. Sucedió con las amnistías en Argentina y en Chile. En algunos casos se hace justicia más rápidamente en los tribunales, en otros con más lentitud. Lo importante es que haya justicia y no impunidad. Les dije que hay que tener la dosis suficiente de prudencia y de decisión para eso, de acuerdo a las circunstancias. En Egipto, por ejemplo, las Fuerzas Armadas son una columna vertebral. En el caso de Chile fue muy difícil hacer justicia porque el Comandante en Jefe [de las Fuerzas Armadas] era el ex dictador [Augusto Pinochet] y siguió siéndolo durante varios años en democracia. Era un asunto que había que tener muy presente. Y además, los jueces, al comienzo, no estaban dispuestos a hacer justicia. Hubo una serie de procesos, de iniciativas, como la creación de la Comisión de Verdad y Reconciliación, como el hecho que fueron cambiando y renovándose los jueces de la Corte Suprema y de los tribunales y la opinión pública fue demandando cada vez más que se hiciera justicia.
-En su país, Chile, los familiares de víctimas reclaman que el gobierno aún no hace lo suficiente. ¿Cómo ve esa situación?
-Siempre será legítimo que lo digan los parientes de desaparecidos o de asesinados, tienen todo el derecho. Pero eso tiene que hacerse a través de los organismos existentes; en nuestro caso, la justicia, que opera de manera independiente y que ha juzgado, sentenciado y puesto en la cárcel a decenas y decenas de militares de alto rango, de agentes de la policía secreta y que están cumpliendo penas. Para eso está la Justicia en democracia: para investigar, absolver si no hay pruebas y condenar si las hay. En Chile tenemos al exjefe de la policía secreta [Manuel Contreras] cumpliendo cárcel perpetua. Son muy pocos los países donde se ha puesto en la cárcel al exjefe de la policía secreta, habiendo un proceso de transición pacífica.