El golpe de Estado en Chile se veía venir. Sin embargo, su brutalidad sorprendió a muchos de nuestros compatriotas, difícil saber cuántos. El Movimiento de Liberación Nacional (MLN) ya había establecido que sus militantes debían salir del país de Salvador Allende, el presidente chileno de izquierda que gobernaba desde el 4 de noviembre de 1970 y que había recibido exiliados de todo el continente. A tal punto esto fue así, que la fuerte presencia de inmigrantes, muchos clandestinos -ya que mantenían precauciones-, sirvió de argumento a la derecha y a sectores de las Fuerzas Armadas en contra de la Unión Popular (UP).
Los tupamaros habían comenzado a llegar en 1969, muchos de ellos acogiéndose a la opción constitucional que permitía a los presos políticos salir del país, en un contexto en el que en Uruguay regían las Medidas Prontas de Seguridad. A partir de la derrota militar del MLN en 1972, y más aun después del golpe de Estado del 27 de junio de 1973, la presencia de uruguayos en Chile era muy importante. Los que allí seguían “después del tancazo”, ocurrido el 29 de junio de 1973, “vieron inevitable aunar sus fuerzas con las de otras guerrillas latinoamericanas que se encontraban allí, al ver cada vez más fuerte el avance de la derecha”, escribe la historiadora uruguaya Jimena Alonso1.
Además, existían contactos y acuerdos entre el MLN y el gobierno chileno. Por eso una de las principales preocupaciones de las Fuerzas Armadas chilenas “era el ingreso a Chile controlado por la Policía Internacional en 1973, de 725 Tupamaros, guerrilleros uruguayos con mucha experiencia de combate, entre ellos 97 mujeres”, escribió el ex director de la Dirección Nacional de Inteligencia en Chile (DINA), el general Manuel Contreras2. Alonso agregó, en diálogo con la diaria, que se estudiaron poco otros aspectos de la presencia uruguaya: “Quizá no exiliados, pero que estaban para apoyar al gobierno” chileno.
En octubre de 1972, la dirección del MLN había dispuesto la migración hacia Cuba, pero eso no incluía a mujeres y niños (ver testimonios). Además, luego del simposio que el MLN celebró en Viña del Mar en febrero de 1973, se adoptaron cambios de orientación política y muchos integrantes de la organización que no los aprobaron quedaron desvinculados. Por otro lado, hubo un especial ensañamiento pinochetista contra los extranjeros.
“A días del golpe militar, las autoridades castrenses, disfrazando su xenofobia con ideología, aseguraban la existencia de un ejército de guerrilleros”, compuesto por uruguayos, argentinos, brasileños, etcétera”, escribió a este medio el historiador chileno y ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) Carlos Sandoval. “Ser extranjero [de cualquier país] después del golpe de Estado implicaba dar una y mil explicaciones de por qué estaba en Chile y, por supuesto, era de desconfiar”, reafirmó.
La dirigente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Chile, Lorena Pizarro, describió esta realidad con otro ejemplo: “Llevaban a la gente por no tener rasgos chilenos, aunque lo fueran, acusados de ser cubanos”. Los uruguayos “eran víctimas al igual que nuestros compatriotas de esta persecución en contra de los opositores, con el agravante de ser calificados como peligrosos y subversivos. Ser uruguayo era sinónimo de ser tupamaro, no había distingo”, añadió el abogado chileno Cristián Cruz.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos estima que luego del golpe de Estado en Chile se asilaron en una embajada o fueron alojados en refugios unos 619 uruguayos. “El 3 de diciembre de 1973, según un informe enviado por la Embajada uruguaya en Chile al entonces canciller Juan Carlos Blanco, cerca de 1.568 uruguayos fueron atendidos en Santiago para la realización de varios trámites, aunque no podemos afirmar que todos ellos fueran exiliados políticos”, explica la historiadora uruguaya.
Su colega chilena Verónica Valdivia -quien trabaja en la Universidad Diego Portales y es especialista en historia contemporánea- definió que la derecha y las Fuerzas Armadas manejaron la represión, en especial durante los primeros meses -“entre septiembre y diciembre”-, de una forma “asistemática”; “no había mucho control: había gente que estaba presa y no sabía por qué”.
Muchos extranjeros fueron llevados al Estadio Nacional de Santiago, depósito público de los presos políticos y convertido en símbolo de la represión. También fue utilizado a ese efecto el Estadio Chile -ahora nombrado Víctor Jara-, que quedó rápidamente colmado por tener menor capacidad. En la ciudad de Concepción, el Estadio Collao también sirvió para concentrar detenidos. Con respecto al uso de esos centros en plena ciudad, el historiador chileno Carlos Sandoval escribió que “el objetivo era intimidar… atemorizar… los balazos se escuchan a distancia y eso inhibía a la gente. Fue una forma de torturar masivamente”.
En el Archivo Administrativo del Ministerio de Relaciones Exteriores uruguayo (ver “Nombres propios”) hay una “Nómina de ciudadanos uruguayos detenidos en el Estadio Nacional de Santiago”, con fecha 3 de octubre de 1973. Según ese documento, fueron 69 los orientales retenidos en ese lugar. El documento indica en ciertos casos la dependencia de las Fuerzas Armadas uruguayas que requiere a la persona. En uno se menciona “liberado”; en otro, “expulsión”. Pero existen distintas cifras según las fuentes, de 58 a 64 personas. Alonso afirma que “el 11 de setiembre de 1973, fueron trasladados al Estadio Nacional 64 personas: 55 hombres y 9 mujeres”3.
1.“Tupamaros en Chile. Una experiencia bajo el gobierno de Salvador Allende”, de próxima publicación en Revista Encuentros, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
2.“Chile, la gran ilusión”, de Clara Aldrighi, Guillermo Waksman.
- Ídem 1.