El eurodiputado Jean-Luc Mélenchon tiene 61 años y fue candidato a la presidencia de Francia en las últimas elecciones, en las que buscó convertirse en una alternativa de izquierda ante el socialismo, del que se separó en 2008. Obtuvo el cuarto lugar, con el apoyo de 11% de los votantes, casi cuatro millones. Quedó detrás de su principal adversaria, la candidata de la ultraderecha, Marine Le Pen, que obtuvo 18% de respaldo con 4,6 millones de seguidores. Luego, en las legislativas, el Frente de Izquierda obtuvo diez diputados de los 541 que integran la cámara baja francesa. Mélenchon llegó a Uruguay después de una visita a Buenos Aires y explicó en su blog que vino a instruirse sobre las habilidades del FA, que “logró hacer que se eligiera dos veces consecutivas a un presidente de la República de nuestra izquierda”. También destacó que las dos administraciones frenteamplistas lograron “reducir a menos de la mitad la pobreza”. El francés -que habla muy bien español- se reunió, entre otros, con varios ministros de gobierno y con el presidente José Mujica el miércoles 17.

Diario de viaje

En su blog (www.jean-luc-melenchon.fr) Mélenchon publicó varias notas sobre su viaje al Río de la Plata. Acerca de su estadía en Montevideo destacó su encuentro con Mujica, a quien describió como “un caracol”, por su “tranquilidad olímpica”, su físico “fuerte”. También dijo que Mujica le insistió en la necesidad de lograr que la izquierda francesa se una.

Sobre Mujica y la región, Mélenchon escribió: “Él dice que Brasil va a despegar. Y eso no le gusta. Él dice que el problema sería sustituir un imperio por otro”. Sin embargo, según el dirigente francés, Mujica agregó que “más vale vivir cerca de un vecino rico y poderoso que compra” y con el que no se tiene animosidad.

-¿Cómo estuvo la reunión con José Mujica?

-Fue muy interesante. Siento una admiración personal por él. Ya me había reunido con Mujica en 2007, conozco su historia y me gusta mucho su forma de ser, como persona y como político. Así que fue, primero, un momento agradable desde el punto de vista humano. Además, hablar con Mujica es hablar con una persona que tiene cierta distancia respecto de los hechos, no está en la inmediatez, el sensacionalismo. Me impresionó saber que su nivel de información sobre la situación europea es altísimo.

-¿Eso le sorprendió?

-Eso marca la diferencia con los dirigentes europeos, los de la izquierda tradicional europea sobre todo, que no conocen nada sobre América Latina. No les interesa y hace tiempo que le siguen los pasos a la propaganda grosera y sumaria que azota en Europa a las experiencias de los gobiernos de izquierda en América del Sur. Es el caso con [el presidente venezolano Hugo] Chávez, que es una especie de paroxismo debido al odio de clases que genera en nuestros países, pero también ocurre con todos los demás. En el principal diario de referencia en Francia, en general sólo hay injurias.

-¿Se refiere a Le Monde?

-Sí. Hablo de Le Monde, que es muy despectivo respecto de América del Sur.

- ¿Y el diario Libération [que está a la izquierda de Le Monde]?

-Es muy crítico. El espíritu crítico está bien, permite tomar distancia. Pero no está bien cuando se trata de un ataque gratuito. Lo que quiero decir es que sólo la “otra izquierda” se interesa y sigue de cerca lo que ocurre en América del Sur. Somos unos cuantos los que participamos en el Foro de San Pablo. En mi partido, el Partido de Izquierda, un tercio de la dirección (siete de 22 personas) participó en las elecciones venezolanas. Cada uno pagó su pasaje y se fue a hacer campaña con los compañeros. Nos llamamos “otra izquierda” porque no queremos que nos digan “extrema izquierda”. Eso no tiene sentido, no somos extremistas en absoluto.

-¿De dónde viene su interés por América del Sur?

-Empieza en la historia personal de algunos de nosotros. Tanto yo como la copresidenta de mi partido [Martine Billard, feminista y ex ambientalista] nos implicamos mucho en la lucha a favor de las resistencias chilenas y argentinas, sobre todo, porque eran los países que más se conocían en Francia, de donde recibimos muchos refugiados. En ese entonces también conocí uruguayos exiliados. Pero además hay un motivo más vinculado a la actualidad. Cuando cayó el muro de Berlín [en 1989], se suponía que era el fin de la historia del combate progresista, porque el mercado debía decidir todo por ser el único capaz de seleccionar los mejores comportamientos sociales, los mejores productos y las mejores culturas. Dos años después nació el Foro de San Pablo y se celebró el Foro Social Mundial. Eso ocurrió acá, no en Europa. En Europa no tuvimos la fuerza de retomar la lucha.

-¿Por qué?

-No sólo el autodenominado “socialismo” acababa de derrumbarse, con consecuencias en todo el ámbito intelectual de izquierda, poco después la socialdemocracia también se derrumbó. Eso hizo menos ruido, se vio menos, pero es una realidad. Lo que es [el ex primer ministro británico] Tony Blair y lo que fue después [el ex canciller alemán] Gerhard Schroeder, luego [el ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez] Zapatero, y para terminar [el ex primer ministro griego, Giorgos] Papandreu, que capituló sin resistir ante las finanzas. Todo eso fue progresivo, pero demuestra que ya no hay socialdemocracia en Europa. Hay partidos que se definen como socialistas pero ya no construyen el Estado social, lo destruyen. El primero que aumentó la edad de jubilación fue Blair, el segundo fue Schroeder y la edad de jubilación instaurada en Alemania -por un gobierno socialista- es más tardía que la que instauró el gobierno de derecha [del ex presidente Nicolas Sarkozy] en Francia. Por eso fuimos muchos los que encontramos en América Latina nuestro único punto de apoyo en el Foro Social Mundial y en el de San Pablo. Además, las nuevas victorias mundiales de la izquierda ocurrieron todas en América del Sur.

-¿Eso los inspira?

-No somos sudamericanos y eso nos da cierta comodidad, porque podemos examinar el conjunto del proceso y quedarnos sólo con lo que nos sirve y nos parece bien. No existe la experiencia perfecta, no hay país sin problemas y nunca lo habrá. Yo mismo, si fuera latinoamericano, sabría generar polémicas. Por ejemplo, les preguntaría en todos los países a mis compañeros por qué sólo en Uruguay se vota una ley sobre el derecho al aborto. También se puede discutir el lugar que se le da al paradigma del ambientalismo político en la izquierda latinoamericana, porque uno siente que eso no está muy integrado.

-El FA lo inspiró para crear el Frente de Izquierda. ¿Por qué?

-Porque es algo singular por completo: es un frente que existe desde hace 40 años. Ahora se puede decir que el FA es parte de la tradición política uruguaya y no era el caso cuando se fundó, ya que sólo había dos partidos. Lo más importante es que no es un cártel electoral, como los hubo en Francia en el pasado con el Frente Popular [que gobernó de 1936 a 1938] y la Unión de la Izquierda [una alianza que incluyó al Partido Comunista y llevó al socialista François Mitterrand -por el que Mélenchon tenía mucha admiración- a la presidencia]. No había organización en común, ni estructura común. Tampoco es un partido del tipo Die Linke [La Izquierda] de Alemania, donde todos los que buscan una alternativa a la socialdemocracia se agrupan. Es más, en el FA hay socialdemócratas, pero es un frente, un movimiento orgánico, acepta un pluralismo de izquierda en su seno. Eso no existe en ningún otro lado. Lo que ocurre en Venezuela, Argentina o en otros países no tiene nada que ver con esto. Capaz que Unidos y Organizados [espacio que integra distintos movimientos oficialistas] en Argentina se puede asimilar a eso, pero todavía hay que ver cómo lo desarrollan, aún están muy lejos. El Frente Amplio es un punto de apoyo -como las revoluciones en América del Sur- que nos permite decir “basta de resignación, miren cómo ellos lo logran”.

-¿Y por qué en Francia no se logra crear un Frente de Izquierda más amplio?

-Porque hay una contradicción en la línea política que justificó la existencia por separado de nuestros partidos y en especial la de dos espacios políticos distintos.

-Pero más allá de la separación con el Partido Socialista (PS), el resto de la izquierda sigue dividido.

-La izquierda, en Francia, se divide en tres espacios. El primero es el del PS y allegados. Por allegados podría querer decir los ambientalistas, pero ellos están entre nosotros y el PS. Sí se puede hablar de personalidades como Jean Pierre Chevènement [que abandonó el PS en 1993 y fundó el actual Movimiento Republicano y Ciudadano], o el Partido Radical de Izquierda. Nosotros calificamos ese espacio como “social-liberal” o, si queremos ser más agradables, diremos “el espacio de la alternancia” [con la derecha]. Luego está el espacio político que podemos llamar “de la alternativa”, de transformación, que representamos nosotros, el Frente de Izquierda, y que incluiría todo el espectro que tienen ustedes acá en [las izquierdas de] América del Sur, que está bien definido respecto de la socialdemocracia. El último espacio que hay en Francia es el de la radicalidad absoluta, representada por dos pequeños grupos trotskistas: Lucha Obrera y lo que queda del Nuevo Partido Anticapitalista, que ya quedó escindido cuatro veces porque sus integrantes se van al Frente de Izquierda.

-¿Cuál es el principal desacuerdo de las izquierdas francesas hoy?

-Existe una división clara de la izquierda respecto de la aplicación del nuevo Tratado Europeo [aprobado el 11 de octubre gracias a los votos de la derecha y con legisladores oficialistas y de izquierda divididos] y de las políticas europeas de austeridad. El espacio social-liberal acepta esas políticas, mientras que el espacio de la alternativa no. Ese desacuerdo no se puede superar sólo con buenos sentimientos. No tengo enemigos personales en el PS.

-Usted integró el PS durante 30 años y lo dejó en 2008.

-Además fui integrante de su directiva durante 15 años. No es un asunto personal, es un asunto político. El origen de mi salida de ese partido está en el voto de 2005 contra la Constitución Europea. [El PS decidió apoyar el proyecto y Mélenchon estaba en contra. En el referéndum que se celebró ese año la mayoría de los franceses votó en contra del texto].

-En las presidenciales usted llamó a votar en contra de Sarkozy, y así favoreció la victoria del actual presidente socialista, François Hollande. ¿Por qué no negoció para integrar su gobierno e impulsar el cambio desde adentro?

-Por dos motivos. Primero tenemos nuestra propia hoja de ruta, que buscaba la derrota de Sarkozy. Por eso votamos a Hollande, respetando la lógica de las elecciones francesas: en primera vuelta uno elige, en la segunda elimina. Así que primero eliminamos al señor Sarkozy, y claro, para hacerlo tuvimos que votar a Hollande, pero los dirigentes del Frente de Izquierda no teníamos ni la más remota ilusión sobre lo que sería la política de Hollande. Sobre la posibilidad de cambiar tampoco teníamos ilusión. Es más, desde la izquierda del PS los señores [Arnaud] Montebourg [ministro de Recuperación Productiva] y [Benoît] Hamon [ministro de la Economía Social y Solidaria], los que nos dijeron desde la izquierda del PS, “sí, vamos a hacerlo”, terminan avalando y aprobando una política que no tiene nada que ver con lo que ellos habían anunciado antes. Nosotros lo sabíamos, Hollande había avisado que iban a aplicar el nuevo Tratado Europeo y nosotros ya habíamos decidido que votaríamos en contra de ese texto. Además, hoy el gobierno socialista está recortando en el presupuesto 30.000 millones de euros, es decir, dos veces lo que ya había recortado la derecha. Nosotros sabíamos que iba a hacer ese recorte y muchos no nos creyeron. Pero el pueblo tiene que hacer sus experiencias. Así que no existía la posibilidad de cambiar desde adentro el rumbo del gobierno porque ésos no son detalles, son cosas fundamentales.

-¿Apuesta a las próximas elecciones presidenciales de 2017?

-No, no hago apuestas. No es un juego. A veces me dicen “usted cuenta con su fracaso” [el de Hollande]. Para nada. No cuento con su fracaso, sé de antemano que va a fracasar. Así que no cuento con él, me quejo del drama que va a ser para mi país. Trato de decir y de mostrar que se puede hacer las cosas de otra manera. La actividad del Frente de Izquierda no espera, no pospone para 2017. Ya estamos en acción, eso nos devora las jornadas. Hay que apoyar a los trabajadores de empresas que luchan y que el gobierno abandona, tenemos que participar en los movimientos sociales, estar a la altura de la situación y luchar contra la resignación. La televisión, la radio, la prensa y el gobierno siguen haciendo la TINA, There Is No Alternative [No hay alternativa, refiere al capitalismo y fue un eslogan de Margaret Thatcher]. Si no estuviéramos para mostrar que sí la hay, la resignación sería total. Para eso nos sirve en primer lugar la referencia a América Latina: para que la gente no se resigne. Claro que cuento con las elecciones -porque no pienso tomar el poder a palos o a disparos-, pero no espero las elecciones para empezar a pelear.

-Su adversaria número uno es Marine Le Pen, del Frente Nacional, pero muchos dicen que ustedes son dos caras de una misma moneda. Comparten posturas similares, respecto al Tratado Europeo por ejemplo, y los acusan a ambos de ser “populistas”.

-Es normal que lo hagan porque nuestros enemigos -la derecha y los socio-liberales- tienen interés en meternos en el mismo saco para despreciar lo que somos nosotros, el Frente de Izquierda. Porque si logran despreciarnos a nosotros, ya no hay alternativa. Ahora, es una mirada muy superficial y sólo los imbéciles y los propagandistas hacen esa amalgama. ¿Por qué digo eso? Porque la señora Le Pen es nacionalista; nosotros somos internacionalistas y estamos a favor de la construcción europea. La señora Le Pen está a favor de que Francia salga del euro; nosotros no. Son ejemplos europeos. Después el resto del tiempo nos oponemos en forma tajante al Frente Nacional. Ese frente es xenófobo y nosotros defendemos el mestizaje de la población francesa y la igualdad de derechos para todos los franceses. Somos distintos en todo sentido -y lo saben-, esa asimilación está hecha para ofender, humillar y crear confusión, para que el pueblo sea incapaz de ubicarse.

-¿Y el populismo?

-Lo del populismo es un invento que no significa nada. Es una palabra que hace una amalgama entre la extrema derecha, la extrema izquierda y una parte de la derecha y de la otra izquierda. Eso no aclara nada, confunde. O sea que es un argumento de propaganda que no tiene contenido y, sobre todo, que permite menospreciar al pueblo. ¿Qué les molesta del populismo? El pueblo. Es una forma de poner al pueblo en prisión domiciliaria, dejando entender que sólo es capaz de votar por salvajes y brutos: a la extrema derecha o a un chavista francés como el señor Mélenchon. Pero nadie sabe qué es la política de Chávez y los periodistas [franceses] de televisión tuvieron que pedir disculpas por la manera en que lo presentaron durante las elecciones [venezolanas], algo que no tenía precedentes. Así que aprendemos a soportar con paciencia la infamia.

-¿Qué iniciativas de gobiernos latinoamericanos deberían, en su opinión, servir como ejemplo para superar la crisis en Europa?

-Las constituyentes, la renovación de la organización de la vida política. El pueblo se retiró de las instituciones. Las tasas de abstención son gigantescas en todos nuestros países. Eso es una señal política, porque no es desinterés. En las elecciones presidenciales en Francia votó el 80% de los inscriptos. Un mes después la abstención fue la opción de más de 40% de los votantes en las legislativas. Es una manera de decir “todo esto ya no es asunto nuestro”. Por eso las constituyentes, como observamos en Ecuador, Bolivia, Venezuela. En Argentina también cambiaron muchas normas. Eso significa extender el campo de la democracia y de las capacidades de implicación popular. Volviendo a Argentina, están discutiendo el derecho a votar a partir de los 16 años. También aparece la reapropiación de los recursos colectivos de la nación, la nacionalización de los sectores más importantes, por lo menos el de la energía. Fue el caso en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. Este tipo de ejemplos me parecen totalmente trasladables. Agrego que cuando se habla de la sociedad uruguaya o argentina uno se encuentra con modelos de organización y de vida social mucho más cercanos a Europa. En eso tenemos mucho que aprender. Yo veo como una guiñada el hecho de que estén discutiendo la despenalización del consumo de marihuana [se refiere al proyecto que legaliza la producción y distribución] que en Francia está causando polémica [ver la diaria del 17/10/12]. Si los uruguayos -que no son salvajes- lo hacen, ¿por qué no podríamos nosotros?

-¿Está a favor de despenalizar el consumo de marihuana en Francia?

-Tengo una convicción personal que me pidieron que no hiciera pública, porque en el Frente [de Izquierda] no todos están de acuerdo, igual que acá [en Uruguay]. Creo que la sociedad no gana absolutamente nada criminalizando y judicializando comportamientos que deben tratarse a un nivel muy distinto. Además esos tráficos alimentan organizaciones y redes de economía paralela muy nocivas.

-En su programa electoral aparece su voluntad de impulsar las cooperativas de trabajadores. ¿En qué está ese tema en su país, donde algunas empresas que cerraban están siendo recuperadas por sus trabajadores?

-Nosotros estamos del todo a favor de esas cooperativas y estamos a favor de que se creen incluso cuando no hay relajo [se refiere a la crisis]. Es decir, no sólo en casos de catástrofe. Proponemos toda una serie de leyes para hacer que sea posible. Por ejemplo, que se dé prioridad a los trabajadores de las empresas declaradas en quiebra para que las gestionen. A veces, hay empresarios que compran empresas para quedarse con las patentes y la libreta de pedidos y las declaran en quiebra. Es un tema que estuvo muy presente durante la campaña electoral y que ahora decayó un poco. Pero hay un ministro socialista, Hamon, a cargo de esa cuestión. Esperamos mucho de su actividad y estamos determinados a apoyarlo. Las cooperativas existen en Francia, tienen bancos, federaciones, y producen el 10% de la riqueza. Pero ese porcentaje no es suficiente si queremos cambiar de modelo de funcionamiento económico, para que sea una economía de mercado con la que las cooperativas son compatibles, una economía en la que, en todo caso, el mercado exista, pero no se induzcan necesidades en la gente. Creemos mucho en las cooperativas y eso lo compartimos con los comunistas.