“Ahí están [los cuerpos], estos cabrones nos los tienen en el suelo como perros, nos dicen que nos los van a entregar y nunca nos los entregan”, dijo ayer a Reuters Damaris López, una hondureña que perdió a dos de sus hermanos en el incendio de la prisión de Comayagua, que hace una semana dejó 356 muertos. Ayer, un grupo de familiares, en su gran mayoría mujeres, logró vencer el cerco de seguridad que custodiaba la morgue en la capital Tegucigalpa, frente a la cual acampaban desde el accidente a la espera de poder recuperar los cadáveres de sus allegados. Una vez adentro, y antes de que la Policía los retirara, alcanzaron a abrir al menos seis bolsas que contenían restos y en medio de gritos exigieron acelerar la identificación de los fallecidos, ya que hasta el momento sólo lo han sido 32. El gobierno solicitó ayuda a otros países para avanzar en esta tarea, y ya empezaron a llegar los primeros forenses desde el exterior.

Desde el jueves muchos familiares se establecieron frente a la morgue en carpas cedidas por UNICEF. La prisión, construida para recluir a 400 personas, albergaba a más de 800 cuando se originaron las llamas.