-¿Cómo evalúa la alianza electoral que acordaron el PSB y Marina Silva?

-Es una alianza que empezó con una negativa que recibió Marina Silva [de las autoridades electorales] de tener la oportunidad de crear su partido. Ante esta negativa tenía varias opciones, pero ella evaluó que el PSB tenía más cercanía con su pensamiento y sobre todo con su modo de actuar. Marina tiene una relación muy importante con los movimientos sociales y una inserción en la política gracias a herramientas como las redes sociales. Ella se acercó a Eduardo Campos, del PSB, con intención de afiliarse al partido y tener la posibilidad de candidaturas, tanto para ella como para sus compañeros. ¿Es una alianza plena, tiene concordancia en todo? Seguro que no. Hay divergencias, hay pensamientos distintos. Pero también es seguro que son muchos más los elementos que los acercan que los que los separan.

-Incluso se maneja la posibilidad de que fuera Silva la candidata y no Campos, si las encuestas la posicionan mejor.

-Eduardo y Marina han repetido que van a decidir la candidatura presidencial a comienzos del año próximo, en marzo o abril, en la fecha en que los candidatos en las elecciones deben dejar sus cargos de gobierno. Si Eduardo quiere ser candidato a algo debe dejar su cargo de gobernador de Pernambuco. Creo que los dos son candidatos posibles: Eduardo tiene alguna ventaja por las articulaciones, pero si se decide que sea Marina no creo que haya algún problema.

-En el contexto de esta alianza y de su potencial, el pastor evangélico Marco Feliciano ha dicho que no basta con que Marina sea evangélica para que tenga el respaldo de ellos. ¿Qué papel van ganando la religión y los partidos religiosos en la política brasileña?

-Una crítica de Feliciano hoy es una buena noticia, porque tiene una imagen muy mala. Pero la religión tiene un papel cada vez más importante en la política en Brasil, sobre todo algunos bloques que desarrollan una acción política clara, como la Iglesia Universal, que tiene claramente una actuación política, que busca ocupar espacios en la maquinaria pública para hacer valer su visión del mundo. Las congregaciones, las evangélicas sobre todo, están presentando candidatos e incluso haciendo un trabajo para que los fieles los apoyen. Es cada vez una actuación más clara y planificada.

-Siempre se repite que Brasil es un país que no se puede gobernar sin alianzas, y a veces éstas se establecen entre partidos que no son muy compatibles ideológicamente o que son aliados en el ámbito nacional pero férreos opositores en la política estadual. ¿A qué se debe esto?

-Hay dos cosas. Lo primero es que los partidos no funcionan como tales. Como mucho, funcionan como congregaciones con intereses que son a veces muy momentáneos, y después de las elecciones no siguen unidos. Lo segundo es que la ideología no tiene tanto peso en Brasil y no influye significativamente en la decisión del voto. Estos dos factores hacen que tengamos en Brasil alianzas de gobierno o electorales completamente impensables. Por ejemplo, uno de los partidos que respaldan al gobierno es el Partido Progresista, que tiene origen en el Partido Democrático Social, que a su vez viene de Arena, que es el partido que sustentó a la dictadura. ¿Cómo se comprende que el partido que tiene origen en la dictadura sea el mismo que apoya al gobierno del Partido de los Trabajadores [PT]? Porque necesariamente las alianzas son entre intereses regionales y políticos momentáneos, sin que prepondere el aspecto ideológico.

-¿Esos factores también favorecen que se formen, sobre todo en el Parlamento, grupos menos vinculados a lo ideológico que a áreas de interés (bancadas evangélicas, ruralistas, empresariales, etcétera)?

-Claro. Lo que pasa es que en Brasil un gobierno de coalición es muy complicado, porque tenemos una fragmentación partidaria muy grande. Tenemos 11 partidos que están en el Parlamento y que por lo tanto influyen en el gobierno. Para tener una mayoría se hace necesaria una amplia coalición, de seis u ocho partidos, porque ninguno tiene más de 20% de las bancas. Además, a veces tenés el apoyo de un partido [en el Parlamento], pero ese partido no adhiere en bloque, entonces en las votaciones una parte del partido discrepa con la decisión general y vota contra el gobierno, por ejemplo. Esto fortalece la idea de los grupos de interés, como lo son la bancada evangélica, la ruralista, la de la región nordeste. Así se reduce todavía más la importancia de los partidos como canalizadores y fuerzas políticas.

-¿Eso se cambia con una reforma política?

-Aprobamos una Constitución en 1985 pero hablamos de reforma política desde principios de los 90, y no ha habido una reforma sustantiva. Siempre se cambia una cosita u otra, pero lo más profundo que tuvimos fue el cambio para que pudiera haber reelección. En la actual Constitución no hay ninguna barrera para frenar esa tendencia a la fragmentación, y hay mucho que cambiar. Hoy se está dando una gran discusión para que haya coincidencia [temporal] de mandatos: en Brasil hay elecciones cada dos años, una de autoridades nacionales y gobernadores y otra local. Se quiere hacer una reforma para que todos los mandatos sean de cinco años y que todas las elecciones se hagan en una sola instancia. Es una tendencia que crece entre los políticos, que señalan dos argumentos: las campañas son caras -sólo las estadounidenses son más caras que las brasileñas- y paralizan el funcionamiento del gobierno, porque tenés tantas restricciones en un año de elección que hay muchas cosas que no podés hacer. Por ejemplo, un convenio entre un gobierno estadual y un municipio, que se puede leer como una acción de interés político. Hay mucho que cambiar y la reforma política siempre es un asunto al inicio de las legislaturas o en momentos de crisis, como pasó con las protestas de junio. Pero ahora, tres meses después, ya no se habla más de la reforma sustantiva que es necesario hacer.

-¿Es correcta la percepción de que es casi inevitable la reelección? ¿O la alianza entre Marina y el PSB podría poner en riesgo su reelección?

-Dilma está hoy en una posición confortable: tiene una aprobación mayor a la suma de la intención de voto de sus adversarios, lo que le permitiría ser electa en primera vuelta. Pero eso no quiere decir que tenga asegurada la elección, hay que ver qué va a pasar. Hay que atender a cómo se decanta la relación de Eduardo con Marina. Un mes después de la alianza Eduardo casi duplicó su intención de voto; llegó a 15%, lo que si bien todavía no es un porcentaje cómodo, significa que hubo un impacto. También hay que tener en cuenta las coaliciones, y hoy Dilma tiene una alianza más amplia que cualquiera. Otra cuestión es cómo va a comportarse la economía. Tuvimos en los últimos dos años una economía casi estancada. En 2012 crecimos 0,9%, que es muy poco. Sobre todo si tenemos en cuenta que estamos con todas las obras del Mundial 2014 en desarrollo, lo que permitía creer que 2012 sería un año de actividad económica intensa, pero no lo fue. Necesitamos ver qué va a hacer el gobierno para intentar reactivar la economía, de tal manera que la gente se quede más o menos tranquila y no decida cambiar el escenario político. Por último hay que ver lo que pasa con el Mundial. No sabemos si habrá nuevas manifestaciones, como pasó con la Copa de las Confederaciones. Tenemos una Dilma en ventaja, pero hay muchas variables que necesitamos contemplar.

-¿Cómo influye el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB)? Parece muy desmejorado en las encuestas y tiene algunas disputas internas fuertes, como la de José Serra y Aécio Neves por la candidatura presidencial.

-Creo que una parte importante de la gente tiene una expectativa de cambio, pero el PSDB no se ha afirmado como un cambio efectivo. En la mente de la gente, un gobierno del PT y otro del PSDB son muy parecidos, y, si es tan parecido, mejor dejar las cosas como están. A Aécio creo que le faltó una actitud más fuerte de contrapunto al gobierno. No se ha afirmado como el antidilma, como la voz de la oposición. Marina lo ha logrado un poco más y Eduardo tiene un discurso mucho más fuerte en dirección al cambio, pese a que acaba de dejar la coalición de gobierno. Creo que el problema del PSDB es éste, pero sí cuenta con algo importante: tiene una red partidaria, tiene apoyos en los estados que por ejemplo Eduardo no tiene todavía. Si hay algo que pone a Eduardo en una situación un poco débil es la estructura, la maquinaria partidaria y los apoyos que necesita. Es razonablemente conocido en la región nordeste, pero no en el sur de Brasil, que es bastante poblado. San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais tienen 42% del electorado. Tiene que tener una base fuerte en esos tres estados, necesita crecer, y está trabajando en esto.

-¿Marina no compensa esta situación porque su fuerte está en el norte?

-Claro, y el norte es poco poblado. De todos modos, como Marina ya fue candidata a la presidencia es más conocida y tiene una inserción en los movimientos sociales que es significativa. Esas dos cosas la convierten en un apoyo importante a Eduardo y quizá sea ella misma la candidata.

-Hace no tanto el PT era la promesa de cambio; ahora va a cumplir 12 años en el poder. ¿Eso lo ha alejado de los movimientos sociales, de la militancia?

-Seguro. Esto ha quedado muy claro en las manifestaciones de junio. El PT estaba completamente alejado de esos movimientos. Durante las protestas intentó volver a estar presente en la calle, las universidades, los sindicatos. Pero no es lo mismo. El PT nació como un partido de masas pero cada vez se convierte más en un partido de maquinaria; hoy tiene una estructura de poder muy fuerte, aunque tenga una relación histórica con los movimientos sociales. Seguro que la idea de cambio ya no es asociada al PT, es precisamente lo contrario: el PT es la continuidad, una continuidad que tiene una base importante en los segmentos más pobres, sobre todo por los programas sociales que desarrolló Lula da Silva.

-¿Cómo explica esa transformación?

-La idea de cambio se agota: o se convierte en una alternativa de continuidad o frustra, porque no se concretan los cambios que se prometieron. Esto, por supuesto, vacía la idea de cambio y por lo tanto aleja a las personas de esta idea de una política distinta y acerca a los partidos a una política más pragmática, dirigida a gobernar pero también a seguir gobernando.

-Dilma tardó en reaccionar ante las protestas, pero cuando lo hizo pareció que le pasaba la pelota al Parlamento con la propuesta de reforma política.

-Fue una propuesta de distracción, Dilma cambió el tema y siguió una estrategia de reconquista de la gente, sobre todo de los jóvenes, mediante redes sociales. 
Dilma volvió a esas redes después de estar ausente 32 meses. Ésos son intentos de mejorar la relación con la calle, con el pueblo, con el ciudadano.

-En ese marco entra el evento de la moto, cuando Dilma se escapó de la guardia para recorrer las calles...

-Sí, claro. Son los puntos principales de sus estrategas de comunicación, porque a veces los medios destacan más los detalles que la sustancia. Se olvidan de la discusión de fondo con poner la foto de la presidenta en una moto. ¿Qué cambia esto en el debate? Nada. Pero ocupa los espacios en los medios.

-Con lo de la moto o con algunos de sus discursos, ¿no está intentando dejar atrás esa imagen de dama de hierro?

-Sí, porque es vista sobre todo como una gestora, una ejecutiva, y la percepción general dice que los ejecutivos no tienen alma. Cuando la comparás con Lula hay una diferencia enorme, porque Lula tenía eso del cariño y Dilma tiene una dificultad para generar una imagen similar. Su imagen sigue siendo principalmente la de una gestora, a la cual aprobás o desaprobás, pero no encanta. Uno puede aprobar al gestor pero no votarlo, a pesar de reconocer que hace bien las cosas. El voto en Brasil es muy especial, es muy personalista: eso permitió que candidatos de partidos pequeños, como Fernando Henrique Cardoso en 1994 o incluso Lula en 2002, llegaran al poder, algo que parece difícil en otros países. Son candidatos que sin tener una coalición importante hicieron una alianza paralela con la calle, con sectores de partidos que formalmente no los apoyan, etcétera. Eso se evidencia en que, en estos casos, los candidatos presidenciales obtuvieron muchos más votos que las listas parlamentarias de sus partidos.

-El caso del mensalão, ¿afecta al PT como partido?

-El mensalão desgastó muchísimo al PT. Alimentó un discurso muy fuerte en su contra. Y ha desgastado incluso a instituciones como el Poder Judicial por esto de que condenó a alguien pero esa condena no es efectiva. Encima ahora se dice “vamos a rever, vamos a decidir qué hacer” [quedan instancias judiciales por revisarse en el caso]. Esto genera un desgaste en instituciones que ya tienen una muy baja popularidad. Pero los analistas políticos están convencidos de que este discurso del mensalão será incluso más importante el año que viene. Esto puede pasar alguna factura al PT.

-Sin embargo, el PT mantiene el apoyo en las encuestas.

-El discurso ético tuvo fuerza en las protestas de junio. Empezaron por el aumento del boleto de ómnibus pero su discurso principal fue contra los servicios públicos de mala calidad, sobre todo los de salud, educación y seguridad, contra los costos del Mundial, y contra la corrupción, y en aquel momento el foco principal de ataque era el mensalão. Tenemos un estadio en Brasilia que ha sido reformado con un costo de 1.800 millones de reales, más de 700 millones de dólares. Es demasiado. Esto fue utilizado en las protestas cuando la gente decía: “No quiero estadio, quiero educación”; “no quiero estadio, quiero servicios de salud de calidad”. El uso indebido de los recursos públicos tiene importancia, y creo que puede tener todavía más, dependiendo del resultado del Mundial. Si Brasil gana es posible que todos se olviden.