En la campaña electoral los medios de prensa chilenos citaron muchas veces a Uruguay a la hora de referirse a la llamada “agenda normativa valórica”, el debate respecto de la legalización de la marihuana, del matrimonio homosexual y del aborto, señalaron analistas uruguayos radicados en Chile, consultados por la diaria. David Altman, que es profesor de Ciencia Política en la Universidad Católica de Chile, señaló que el país en el que reside está “a años luz” de Uruguay en el tratamiento de estos temas.

Otro politólogo uruguayo, Fernando Rosenblatt, que vive en Chile desde hace cinco años y trabaja en la Universidad Diego Portales, coincidió en que en ese país se interesaron “muy recientemente por el Frente Amplio”, pese a que desde allí “no se suele mirar mucho la región”. Agregó que los chilenos “miran a Perú y Bolivia por conflictos fronterizos y después para otro lado: Europa, Estados Unidos, Asia y el Pacífico”.

En ese sentido, la política chilena también es distinta de la de la región y los analistas coincidieron en que el espectro político está “corrido a la derecha” respecto de Uruguay. Por eso, advirtieron, sería erróneo pensar que la coalición Nueva Mayoría de Bachelet, y su antecesora, la Concertación, son de izquierda.

Para Rosenblatt, “hablar con alguien del Partido Socialista chileno es como hablar con un colorado pre Bordaberry”. Agregó en referencia a los uruguayos: “Nosotros estamos mucho más a la izquierda”. El chileno Patricio Navia, politólogo de la Universidad Diego Portales, tiene un pensamiento similar: “Los gobiernos de la Concertación [1990-2010] siempre estuvieron más a la derecha que la región, incluso que Brasil y Colombia”. Dijo que aun si esta coalición de izquierda “se corre hacia la izquierda” en un eventual próximo gobierno de Bachelet, al que esta vez llegaría en alianza con el Partido Comunista y otros partidos de izquierda, “va a seguir a la derecha, incluso de Angela Merkel”, y Chile seguirá siendo un “paraíso neoliberal”.

Altman advirtió respecto de la tendencia de hablar de izquierda y derecha, pero opinó que el “actual gobierno es de centroderecha” y que Chile “es un país centrista”. Dijo que “el partido más grande es ‘no sabe, no contesta’” (ver nota vinculada).

No sólo mujeres

Aunque la “participación política de las mujeres en Chile no es mayor que en el resto de América Latina”, el hecho de que las dos candidatas favoritas a la presidencia sean mujeres -Bachelet y Matthei- “dejó de ser un aspecto novedoso” para Rosenblatt y sus colegas, en parte porque Bachelet ya fue presidenta.

Lo que sí destacaron los tres académicos es que ambas provienen de familias militares que terminaron enemistadas por la dictadura, ya que Alberto Bachelet se mantuvo fiel al presidente Salvador Allende y murió como consecuencia de las torturas que sufrió después del golpe de Estado. En cambio, Fernando Matthei fue miembro de la junta militar de gobierno durante la dictadura de Augusto Pinochet.

Una vuelta o dos

De los chilenos consultados para una encuesta de la Universidad Central, 59% dijo tener poco interés, o casi nada, en sufragar el domingo, cuando se elija presidente, parlamentarios y consejeros regionales. Además, el sondeo arrojó que 83,1% de los chilenos cree que Bachelet será la que gane, y sólo 6% que la victoria será de Matthei. Esa falta de sorpresa no alienta a la participación, que según miden distintas encuestas, puede rondar el 60%. Ayer salió otro sondeo, el Estudio de Valores Sociales de la Universidad de Santiago, según el cual 61% piensa ir a votar.

El domingo se aplicará por primera vez en elecciones nacionales la reforma electoral aprobada en 2011 (que ya se puso en práctica en las municipales del año pasado). Antes, la inscripción en el padrón era voluntaria y el voto obligatorio, pero ahora es al revés: la inscripción al padrón es automática y el voto es voluntario.

Fernando Rosenblatt, politólogo uruguayo que trabaja en Chile, dijo que antes de que se implementara este cambio, más de 60% de los menores de 30 años quedaban fuera del padrón. Ahora están inscriptos, pero según evaluó, “van a seguir votando menos”.

Esta reforma hace además que el resultado sea “difícil de predecir”, aunque, en su opinión, no habrá segunda vuelta. Rosenblatt explicó que otra especificidad chilena que complica el trabajo de las encuestadoras, además de la abstención, es que “se da un fenómeno de desalineamiento electoral”, porque la gente no tiene su voto definido y “sólo 10% de los chilenos se identifica con un partido”.

Patricio Navia, politólogo chileno, advirtió: “No sabemos cuánta gente va a votar”. Estimó que “Bachelet debería ganar en primera vuelta si vota poca gente”, porque tiene un núcleo más duro de electores, y que por eso en la campaña “trabaja mucho en las zonas donde [su coalición] Nueva Mayoría es fuerte”.

En tanto, otro politólogo uruguayo radicado en Chile, David Altman, coincidió en que existe un grado alto de incertidumbre y dijo que “Chile es un país muchísimo más ‘encuestero’ que Uruguay”, y eso genera “mucho más ruido”. Agregó que aunque “se sabe que Bachelet va primera y Matthei segunda, la gran pregunta es si va a haber segunda vuelta”. A la hora de jugársela dijo creer que habrá balotaje, aunque apuntó que no apostaría “más de 100 pesos uruguayos”.

A las 0.00 de hoy empezó a regir la veda, por lo que los nueve candidatos realizaron sus cierres de campaña ayer. Matthei seguía apostando a la segunda vuelta y Bachelet a lograr la victoria definitiva el domingo.

Altman señaló que el hecho de que sean dos mujeres “es simbólicamente importante”, pero no incidió en la campaña. Para él, el dato de que Bachelet y Matthei “jugaban juntas de niñas” hizo que este año electoral fuera “más divertido”.

En general, “Bachelet fue contra todo el mundo”, porque los otros ocho candidatos apuntaron hacia ella como favorita, dijo Rosenblatt, para quien la ex presidenta fue la que marcó la agenda de campaña y puso en el tapete los temas centrales: las reformas educativa y constitucional, y la necesidad de combatir la desigualdad, un fenómeno que para el académico está detrás de todos los temas. Matizó que en realidad, si bien los planteó, eran cuestiones que “ya estaban en la agenda de la gente”.

Otro politólogo uruguayo, Germán Bidegain, que se dedica a estudiar los movimientos sociales en la Universidad Católica de Chile, también señaló que el tema de la desigualdad fue puesto en la agenda en 2011 por los estudiantes organizados. Agregó que está presente con fuerza desde 2006, cuando Bachelet era presidenta y tuvo que enfrentar otra oleada de manifestaciones en la llamada Revolución de los Pingüinos. En su opinión, los anteriores gobiernos de la Concertación (entre ellos el de Bachelet) “mantuvieron el modelo liberal”; “hicieron políticas sociales y tuvieron resultados brillantes en cuanto a reducción de la pobreza, pero nada en contra de la desigualdad, y eso es lo que estalló en 2011”.

Navia añadió que durante la campaña hubo “pocos intercambios entre los candidatos”, por lo que “ha sido difícil encontrar temas sobre los cuales hayan fijado posición”. Se habló bastante de salud y jubilaciones, temas que cobraron fuerza en la recta final de la campaña, incluso más que sobre educación, lo que se explicaría por el bajo nivel histórico de votación en los jóvenes, dijo. En cambio, Matthei puso el foco en la inseguridad y en que encarna la continuidad respecto de la gestión del presidente saliente, Sebastián Piñera.

Rosenblatt apuntó que la “inseguridad” suele ser una de las principales preocupaciones de los chilenos, y así lo indican las encuestas de opinión, que sin embargo también empiezan a consignar que “va perdiendo importancia ante otros temas, como educación y salud”.

Más allá de los distintos encares, para Altman hay un punto que “cruza todo” en la campaña, que termina hoy, y es “la presencia del Estado”. La discusión principal fue si habrá mayor o menor presencia del Estado para establecer políticas públicas en materia de minería, salud, jubilaciones, educación, y en esto Matthei se desmarcó de sus competidores porque abogó por una menor intervención.

Movilizados

La educación y la desigualdad están en el centro de la agenda política chilena gracias al movimiento estudiantil, que se mantiene activo desde 2011 y muestra un aumento de la incidencia de la sociedad. También se vieron movilizaciones masivas contra el proyecto de la hidroeléctrica Hidroaysen, en el sur del país, y se multiplicaron los paros. La campaña terminó con este tipo de medidas por parte de los trabajadores municipales, a los que se sumaron los funcionarios de la administración central. A una escala más regional, las comunidades mapuches están movilizadas desde 1997, apuntó Bidegain.

Rosenblatt sostuvo que este fenómeno social es resultado de “un proceso acumulativo” que se construyó por la “sucesión de distintos movimientos”. Un factor que lo potencia es el recambio generacional, porque hay jóvenes de 20 años que nacieron en democracia. “Antes había mucho miedo”, aseguró, y el peso que tuvo la dictadura llegó a hacer pensar que “política era mala palabra”.

Agregó que los propios partidos abandonaron durante la transición democrática “a su militancia y a las organizaciones sociales”. Bidegain recordó que cuando la Concertación asumió el gobierno después de la dictadura “pidió a los movimientos sociales bajar el tono”, en el marco de una “transición pactada”, por lo que todavía significaba Pinochet en la política y por la amenaza de una intervención militar.

Rosenblatt también señaló que, a diferencia de las otras dictaduras de la región, la chilena no concluyó con una derrota, sino que Pinochet siguió al frente de las Fuerzas Armadas y con un cargo de senador vitalicio. Sin embargo, si bien reconoció que la movilización social amplió los temas de la agenda, no cree que “eso haga reaccionar a los partidos y los haga cambiar”, porque “la política chilena siempre fue muy elitista”, y por eso es “impensable” que a ella acceda “un panadero” como el ex ministro de Defensa Nacional uruguayo Luis Rosadilla.

Para Navia, “si la sociedad quisiera cambios radicales, no votaría a Bachelet”; lo hace porque “quiere continuidad”. Opinó que “los jóvenes marchan pero no votan”, y por eso en la campaña electoral se termina hablando de “salud y pensiones”.

Altman, en cambio, dijo que hubo un “despertar, desde el primer año de gobierno de Bachelet, con el Movimiento Pingüino, en 2006, y muchos de los estudiantes que siguen movilizados vienen de la generación de los pingüinos”. Para él, la sociedad actual es “más irreverente, politizada y tiene menos miedo”. En ese sentido cree que Chile “es víctima de su propio éxito”. Explicó: “Si vos tenés 70% de los [que tienen estudios] terciarios que son primera generación en ese nivel de educación, y 1,6 millones de jóvenes en la universidad, lo que implica una masificación del acceso, vienen los reclamos de calidad”.

Además destacó que el sistema local implica “mayores problemas para canalizar demandas de la ciudadanía”, porque no está prevista la posibilidad de convocar a una Asamblea Constituyente, ni a una consulta popular o referéndum. Se elige gobierno “por cuatro años” y luego “es lo que es y no se puede cambiar”.

Sin embargo, Bidegain estimó que aunque parezca difícil que vayan a verse verdaderos cambios, el próximo gobierno enfrentará “un control social mucho más importante que el que se veía antes de Piñera”.