-¿De dónde surgen las movilizaciones de junio en Brasil? Además del aumento del precio del boleto de ómnibus, ¿a qué responden?

-Son bastante particulares, sobre todo porque trascendieron y desbordaron a los movimientos sociales más organizados. Esto pese a que empezaron convocadas por ellos, como el Movimiento Pase Libre, muy activo en la lucha por la movilidad urbana y por el pase libre gratuito en los ómnibus, y muy vinculado también a un sector del movimiento estudiantil más combativo. Ese movimiento comparte con otros, que ya se venían organizando en los últimos meses, un diagnóstico que es bastante extendido en la izquierda social: tras diez años del gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) había un agotamiento de un ciclo, que se tenía que revertir con un ciclo de lucha. Pero era más un deseo, un horizonte de expectativa, que un plan palpable a corto plazo. Otra particularidad fue el uso de las redes sociales, que son muy fuertes y se utilizaron para convocar protestas. Pero lo que pasó en junio fue muy singular, porque participó principalmente un sector de la población que nunca se había movilizado. Hubo una gran variedad de personas que salían con su cartelito a la calle, muchas de forma individual, sin mucha articulación política. Fue una movilización social de alta intensidad que duró casi un mes.

-¿Cuáles eran esas banderas individuales?

-Las banderas iban desde cuestiones que interpelaban al sistema y al poder político, por ejemplo el tema de la corrupción, hasta agendas relativas a la educación o a la salud. Los grupos más organizados tenían ya una articulación y una serie de demandas específicas que tenían que ver, por ejemplo, con el impacto no sólo económico sino también social y medioambiental de los grandes eventos -la Copa de las Confederaciones, el Mundial del año que viene, los Juegos Olímpicos de 2016-, que están conllevando desalojos de población de comunidades y favelas. Pero después de junio el escenario cambió bastante. Primero causó una perplejidad muy grande todo esto, no se sabía muy bien dónde ubicarse. Pero después resultó difícil mantener un ciclo de movilizaciones tanto tiempo, y lo que pasó fue que siguieron pero mucho más por parte de una izquierda clara y organizada que de esa masa más heterogénea que salió en junio.

-¿Cuánto incide el recambio generacional en esta modalidad más individualista de protesta?

-Eso es interesante; creo que hay un recambio generacional fuerte que ya está teniendo consecuencias importantes. Una de ellas, de la que creo que aún no somos conscientes, es el impacto que tiene el cambio cultural por la renovación tecnológica que estamos viviendo dentro de este contexto de conflicto. Hay una relación social diaria, cotidiana, que funciona alrededor de esto y es cada vez más fuerte. Eso permite que las protestas se convoquen más rápido, que todo suceda de una forma mucho más dinámica, mucho menos mediada por otros actores, porque permite una conexión directa entre la gente y los individuos. Ésa es otra consecuencia: una mayor individualización de las movilizaciones, porque no se gestan grandes colectivos sino grupos de afinidad pequeños, de tres o cuatro personas, con algunas actividades o intereses comunes. Además, hay una forma distinta de entender la política, no menos ideológica pero sí más pragmática; se mueven más a partir de temas que son factibles. También hay un canal muy flojo entre quienes se movilizan y los movimientos sociales organizados; esto es un problema, porque a veces se crean nuevos mitos de la lucha. Se cree que se está haciendo tal cosa por primera vez y no es verdad. ¿Qué memoria colectiva o qué narrativa se está construyendo allí, sin la acumulación de instancias anteriores sobre el mismo tema, que hay que tener en cuenta?

-¿Cuál es la sensación que el PT deja tras diez años en el poder? ¿La gente se siente defraudada?

-Depende de para quién y cuál era la expectativa. Mi perspectiva de diez años del PT es que defraudó. A mí no, porque ya más o menos me esperaba que fuera en esa dirección. Sobre si defraudó a los manifestantes, había dos diagnósticos bien enfrentados sobre las movilizaciones. Uno era: “La gente está saliendo a la calle porque quiere más, pero ya les hemos dado mucho y, no contentos, piden más, más derechos sociales”; esto es básicamente del grupo político e intelectual, que está muy conforme con estos diez años del PT. La otra interpretación es decir: “Bueno, las cosas no iban tan bien, y realmente la gente sale a las calles porque no está tan contenta como parecía”.

-¿Ésa es la mirada de Dilma Rousseff?

-Dilma en su discurso dice que todo va bien y no reconoce ninguna de las críticas. El PT y el gobierno son incapaces de hacer autocrítica, y éste es un problema grave del PT. Éste es un momento oportuno para hacer autocrítica dentro de la izquierda, para hacer un realineamiento de los grupos sociales de izquierda, pero el PT no hace autocrítica, entonces eso cuesta mucho más. El PT consiguió algunos avances sociales importantes, pero dentro de una lógica de confluencia perversa: por un lado más democratización y por el otro más neoliberalismo. La lógica del gobierno estos últimos diez años fue ésa: apostar discursivamente a un gobierno de izquierda, de acuerdos, con el lema de la lucha contra la pobreza y algunas políticas sociales muy emblemáticas; por otro, ampliar el neoliberalismo. Las dos estuvieron siempre unidas, y, a mediano o largo plazo, esto hará mucho daño. Además es un modelo que se ha exportado al resto de la región, que ve un modelo de crecimiento económico que además toma en cuenta algunas cuestiones sociales. Ahí el problema es que la lucha contra la pobreza se ha convertido en una lucha totalmente sistémica y funcional al capitalismo, porque hoy cualquier gobierno, incluso de derecha, asume como propia la lucha contra la pobreza, que fue un mensaje muy fuerte de la izquierda. Porque la cuestión no es luchar contra la pobreza, sino contra la riqueza mal distribuida.

-Desde que el PT está en el gobierno, ¿les robó protagonismo a los movimientos sociales, por su cercanía a éstos?

-La tendencia del PT siempre fue atraer a los grupos dentro de las instituciones y esto se nota mucho hoy, porque lo que ocurrió es que en los últimos 20 años los movimientos sociales en Brasil miraron mucho más hacia arriba y hacia los lados que hacia abajo. Hacia arriba demandando al Estado, al gobierno, reclamando políticas públicas, pero también ocupando espacios dentro de las instituciones; al menos, discutiendo las cuestiones. Hacia los costados buscando articulaciones de redes de movimientos, pero olvidándose de una de las cosas más importantes para los movimientos, que es mirar hacia abajo, hacia el trabajo de base, del cotidiano, de pensar a mediano y largo plazo. Este trabajo de formación política, de acumulación y de experiencia en los territorios se fue perdiendo mucho en los últimos 20 años, y en esa relación compleja hubo un distanciamiento del PT con la sociedad.

-Al integrar de esa forma a los movimientos sociales, ¿los limita a la hora de reclamar?

-Sí, han intentado canalizar todo hacia adentro, digamos; mucho más hacia la cooperación que hacia el conflicto. Tras 20 años de cooperación, de lógicas de diálogo y demás, el conflicto prácticamente se imposibilitó.

-¿Hubo un quiebre en ese diálogo en junio?

-Yo lo veo como una inflexión en ese sentido. No está claro qué va a pasar, pero desde luego es una inflexión que la gente haya vuelto a salir a las calles, a la interpelación directa, al conflicto.

-¿Están dadas las condiciones para que se vuelvan a dar estas manifestaciones?

-Sí, seguramente. Ahora hay un tejido social asociativo que se está moviendo, que, más allá de la visibilidad de las protestas, sigue haciendo cosas; sigue habiendo asambleas, sobre todo en las grandes ciudades. Estoy seguro de que el año que viene, entre el Mundial y las elecciones, volverá a suceder. De hecho se está conversando de esta posibilidad en las asambleas, se están construyendo varias articulaciones en ese sentido.