Un símbolo

Circunstancias históricas determinaron que la gran estatura política y moral de Nelson Mandela cobrara relevancia mundial y se hiciera emblema de un cambio de época. Ese cambio de época estuvo marcado por una noción que en las últimas décadas del siglo XX enfrentaba rechazos mucho más poderosos que los que aún persisten contra ella: la noción de que los derechos humanos deben ser realmente universales, no subordinados a la peculiaridad de cada país, ni sacrificables mientras se alcanzan otras metas, ni postergables por razones geopolíticas, ni pisoteables hasta la victoria prometida por algún profeta creyente o ateo.

Mientras se desintegraba el “bloque socialista” con el que Mandela había articulado su lucha, la figura de Madiba simbolizó una verdad profunda. Si no había excusas valederas contra la democratización en aquel bloque, tampoco las había para tolerar la monstruosidad del apartheid. La campaña internacional por Mandela hizo que su libertad simbolizara la de cualquier ser humano en cualquier parte. Y así era.

Marcelo Pereira

Después de una larga enfermedad pulmonar, Mandela murió, a los 95 años. Su salud era noticia desde que en julio de 2001 le diagnosticaron cáncer de próstata. El primer presidente sudafricano negro, y el primero electo por sufragio universal, era una de las personalidades más admiradas en el mundo y una de las que más consenso generaban, aunque también recibiera sus críticas.

Mandela nació como Rolihlahla Dalibhunga Mandela, y fue una maestra británica quien le puso Nelson, que se convirtió después en su nombre legal. Era hijo de la tercera esposa de un pequeño notable tribal, consejero de la realeza thembú, con algunos orígenes dinásticos que no le daban ningún derecho sucesorio.

Su padre, que tuvo 13 hijos, falleció cuando Mandela tenía nueve años. Él quedó a cargo del jefe de su padre, un aristócrata que lo adoptó y se encargó de su educación. Así fue que Mandela estudió Derecho a pesar de las limitaciones que se le impusieron por su color de piel, e incluso se convirtió en uno de los primeros negros en ejercer la abogacía de forma liberal en Sudáfrica.

En 1942, con 24 años, ingresó al Congreso Nacional Africano (ANC, por su sigla en inglés), partido nacionalista que desde 1912 defendía los derechos de la mayoría negra, dominada por los blancos. Fue la principal fuerza política que se opuso, durante los años del régimen de apartheid (1948-1991), a la dura segregación que regía en el país.

En 1944, cofundó la Liga de la Juventud de la ANC. Cuando ya era integrante del Comité Ejecutivo Nacional del partido, en 1952, impulsó la “Campaña de Desafío a las Leyes Injustas”, una movilización nacional pacífica que buscaba sumar apoyos incluso fuera de la comunidad negra. Esa acción fue la que lo obligó a continuar ejerciendo su actividad política en la clandestinidad, porque a partir de entonces comenzaron sus problemas con la Justicia y las autoridades. Fue condenado a nueve meses de trabajo forzado por violar la Ley de Supresión del Comunismo, pero la condena quedó suspendida a condición de que renunciara a toda actividad política.

Por todos los caminos

En 1961, Mandela llegó a la conclusión de que la lucha pacífica por la igualdad racial que hasta entonces había mantenido no arrojaba resultados, por lo que fundó y asumió el liderazgo del brazo armado de la ANC, Umkhonto we Sizwe, que significa “Lanza de la Nación”. Su opción por la lucha armada cobró fuerza después de la matanza de Sharpeville, en la provincia de Transvaal, el 21 de marzo de 1960, en la que las fuerzas de seguridad dispararon contra una manifestación antiapartheid y dejaron 69 muertos. Después de esos hechos, la represión contra los dirigentes de la ANC se hizo aun más dura y el partido fue ilegalizado. En 1962, después de varias detenciones, fugas y condenas, Mandela fue definitivamente detenido en 1962 y condenado en 1964 a prisión perpetua por “sabotaje, terrorismo y conspiración para derrocar al gobierno con una revolución interna e invasión de fuerzas extranjeras”. Reconoció ser responsable de sabotajes, pero negó los otros dos cargos.

Mandela cumplió gran parte de sus casi 28 años de cárcel en condiciones muy duras, la mayor parte del tiempo aislado en la prisión de máxima seguridad de Robben Island, en una isla. Durante su encarcelamiento, cobró notoriedad mundial, mientras que su país estaba aislado y condenado en los ámbitos internacionales. Durante la presidencia de Pieter Botha (1984-1989), comenzaron negociaciones secretas -incluso para algunos líderes de la ANC- entre Mandela y el gobierno.

El 11 de febrero de 1990, ya durante la presidencia del reformista Frederik de Klerk, Mandela fue liberado. Lo recibieron miles de seguidores en el estadio de Soweto dos días después de su liberación, celebrada en todo el mundo. En 1991, el apartheid fue abolido de manera oficial.

Otras etapas

Tras su liberación y el regreso de otros líderes de la ANC que estaban en el exilio, el 6 de agosto de 1990 los representantes de ese partido y del gobierno firmaron el Acta de Pretoria. En ella, la ANC, de la que Mandela era entonces el líder, aceptaba “suspender con efecto inmediato” todas las acciones armadas, y el gobierno se comprometía a suprimir las últimas limitaciones a la libertad política, como la Ley de Supresión del Comunismo, además de liberar a los presos políticos. El estado de emergencia había sido levantado en junio. Fue recién entonces que Mandela renunció a la lucha armada, algo que se había negado a hacer a cambio de su libertad. El día de su liberación había definido a esa lucha como una “acción puramente defensiva frente a la violencia del apartheid”.

En 1993, un año antes de ser electo como el primer presidente negro de Sudáfrica, recibió el premio Nobel de la Paz, junto con su antecesor, De Klerk -el último presidente blanco del apartheid. Los dos terminaron construyendo una amistad en base a las negociaciones que mantuvieron durante años, antes y después de que Mandela fuera liberado. Ambos acordaron un gobierno multirracial.

Durante su mandato, Mandela convocó por decreto, en 1995, una Comisión por la Verdad y la Reconciliación, que hoy es bastante cuestionada porque suponía una amnistía a quienes reconocieran sus crímenes, bajo el lema “Sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón”. En ese marco, Mandela admitió que su bando, aunque llevó a cabo una “guerra justa” y una “lucha heroica” contra el apartheid, también cometió “graves violaciones de los derechos humanos”.

A diferencia de la mayoría de los líderes con una popularidad como la suya, Mandela dejó el poder al culminar su mandato en 1999 y optó por no postularse a la reelección. Siguió teniendo un fuerte peso político, aun cuando su frágil estado de salud obligaba a que su liderazgo fuera sobre todo simbólico.

Sin embargo, algunos le reprochan no haber permanecido más tiempo en el poder para asegurarse de que la integración de la sociedad sudafricana fuera efectiva. La población de su país sigue siendo una de las que sufren más desigualdad en el mundo. También se le reprocha que no haya prestado más atención al impacto del sida, un error que el propio dirigente reconoció.

El político que lideró la reconciliación entre blancos y negros en Sudáfrica era llamado afectuosamente Madiba, un título honorífico de su clan, madiba, de la etnia sudafricana xhosa. Después de abandonar la política en su país, Mandela inició una larga carrera en ámbitos internacionales a favor de la paz y de los derechos humanos.