Días después de lanzar la “intervención”, Hollande aseguraba el 15 de enero que el objetivo era “hacer lo necesario” para que cuando se vayan las tropas francesas “haya seguridad en Malí, autoridades legítimas, un proceso electoral y no más terroristas amenazando”. Pero la propia prensa gala, país en donde el pasado colonialista y sus secuelas despiertan rechazo, enseguida comenzó a buscar los “verdaderos” motivos de lo que en pocos días pasó a llamarse “guerra”, en boca del gobierno y de los periodistas. El 11 de enero, Hollande había garantizado que Francia no tiene “ningún interés” económico en Malí y que “sólo está al servicio de la paz”.

Afganistación

Todos tenían ese temor cuando arrancó la intervención en Malí: que a Francia le pasara lo mismo que en Afganistán en 2001, es decir, que quedara empantanada en un conflicto sin fin. Desde enero hasta la semana pasada, los hechos le daban la razón al presidente Hollande: sus tropas, con apoyo de las locales y de otros países de la región, avanzaron exitosamente, recuperando una por una las ciudades que controlaban los islamistas sin encontrar mucha resistencia.

Pero desde el fin de semana la cosa cambió. “Tenemos que continuar, ya no con la liberación del territorio pero sí ir asegurándolo”, dijo el presidente francés el lunes, luego de haber destacado que todas las ciudades de Malí estaban “liberadas”. Dijo eso ante la preocupación que comenzó a crecer el domingo con el estallido de combates entre soldados malienses y franceses con islamistas radicales en Gao, la segunda mayor ciudad del país, en el norte. Además, allí también hubo dos atentados suicidas, reivindicados por el Mujao, grupo islamista radical que controló la ciudad durante varios meses, hasta el 26 de enero, cuando fue recuperada por tropas francesas y malienses.

Así quedó clara la táctica de estos grupos ante la intervención gala: evitaron un enfrentamiento directo cuando las tropas entraron en las ciudades y prefieren atacarlas por sorpresa, para lo cual también colocaron minas en las afueras de las ciudades. En respuesta, la prensa fue evacuada y hubo bombardeos franceses sobre Gao.

Ante el nuevo escenario, el presidente estadounidense, Barack Obama, dispuso el lunes 50.000.000 de dólares “de asistencia militar inmediata a Chad y a Francia”, los dos países que tienen más presencia militar en el país, “para proteger a Malí de los terroristas y de los extremistas violentos”. Washington apoya además a París con servicios de inteligencia y transporte aéreo.

El gobierno francés asegura que en Malí “no hay riesgo de estancamiento” y anunció que sus tropas arrancarían la retirada en marzo, dejando al país bajo la protección de tropas africanas.

Es verdad, en parte. Malí es un país muy pobre de África del oeste y, aunque se sabe que su subsuelo debe ser variado en riquezas, como sus territorios vecinos, sólo explota oro (es el tercer productor africano de ese metal), del que exporta cantidades poco importantes a Francia (además de algodón). Por ser una ex colonia francesa, está dentro de la zona de influencia de París y, por lo tanto, la mayoría de las grandes empresas francesas está presente ahí, pero Malí está lejos de ser el país que representa el mayor volumen de negocios e intereses para Francia en el continente.

Sin embargo, eso puede cambiar. La empresa canadiense Rockgate presentó un permiso para extraer uranio en la localidad de Falea, al oeste de la capital, Bamako, según el portal de la minera. De acuerdo a la eurodiputada y ex candidata a la presidencia francesa Eva Joly, que viajó a Malí en 2011 junto a una de sus pares ambientalistas del parlamento regional, existe un acuerdo entre esa firma y la empresa francesa Areva, líder mundial en energía nuclear, que extrae la mayoría de sus recursos de uranio en África. Sin embargo, Malí aún no aparece en la lista de países en los que opera.

Esa misma empresa es dueña de otras dos en el país vecino, Níger, que extraen una proporción muy importante del uranio necesario para los 58 reactores nucleares franceses que producen la mayoría de la energía eléctrica del país. En Níger, Areva tiene previsto comenzar la extracción de uranio de lo que será la mina a cielo abierto más grande de África y la segunda más grande del mundo, según su sitio en internet. La firma también obtiene uranio en Senegal, a unos 50 kilómetros de la frontera con Malí.

Ése fue el punto al que llegó la prensa francesa en busca de explicaciones, ayudada por analistas: si Malí no es estratégico en sí por ahora, está en una zona clave desde el punto de vista económico para Francia, y la guerra busca “asegurar” sus recursos de uranio.

Además, hay unos 6.000 franceses en Malí y muchísimos malienses en Francia, sin contar la gran cantidad de personas que tienen ambas nacionalidades. Eso hace que exista un vínculo importante entre los países, como ocurre con otras ex colonias.

Otro motivo sería que Francia, el cuarto exportador de armas mundial, está en crisis económica, situación en la cual una guerra favorecería a esa industria, que emplea a 165.000 personas en el país y que, a diferencia de otras, no sufre de la recesión, según un informe dado por el Ministerio de Defensa a los legisladores en noviembre. Si la guerra en Malí ya costó 70.000.000 de euros, en 2011 Francia vendió 6.500 millones de euros en armas.

De Libia a Malí

Desde que una coalición internacional liderada por Francia y Estados Unidos se formó en 2011 en contra del entonces líder libio Muamar Gadafi, y en apoyo de sus opositores armados, los especialistas de la región venían alertando sobre la probable desestabilización de la zona. Gadafi contaba con el apoyo del pueblo tuareg, una población nómade que vive en las zonas desérticas de la región, donde las fronteras, como en todo el continente, fueron dibujadas sin tomar en cuenta a las comunidades que la habitan. Además, por sus particularidades geográficas (desierto y montañas) es desde hace años un feudo para distintos grupos radicales afiliados a la organización Al Qaeda.

Es sabido que Francia y sus aliados realizaron “lanzamientos” de armas destinadas a los opositores a Gadafi. Sin embargo, también se sabe que parte de ese arsenal y también el de Gadafi quedaron en manos tanto de los tuaregs como de islamistas radicales.

Esos dos grupos son los que le dieron dolores de cabeza a un poder maliense tambaleante. En marzo, un golpe de Estado militar depuso al presidente electo, Amadou Toumani Touré, con el argumento de que no era capaz de enfrentar a los tuaregs, que desde enero de 2012 habían tomado las armas y comenzaban a ganar terreno en el norte del país.

Los tuaregs reivindican como propias esas tierras y quieren fundar ahí un Estado independiente, el Azauad, porque estiman que las autoridades malienses los reprimen, de acuerdo a los dichos de uno de los fundadores del Movimiento Nacional de Liberación del l’Azauad (MNLA), Mousa ag Acharatuman. El mismo líder nómade dijo al semanario francés Le Nouvel Observateur: “La guerra en Libia aceleró el proceso. Nuestros combatientes que servían a Gadafi volvieron a Malí. A diferencia de lo que se dice, no eran miles, sino unos 700 como máximo. A eso se sumó que los militares tuaregs comenzaron a desertar del Ejército maliense, llevándose vehículos y armas”.

Los tuaregs, que son musulmanes, pero no radicales (el MNLA se define como laico), se aliaron con islamistas en su lucha contra el Estado de Malí, pero los segundos terminaron tomando el control y echando a los nómades de su territorio.

Fue entonces que intervino París, en circunstancias que cuanto más se conocen más confusas parecen. De acuerdo a una investigación que publicó Le Nouvel Observateur, Hollande decidió que sería necesario intervenir pocas semanas después de asumir como presidente, en mayo, aunque en un principio el nuevo gobierno quería que fueran tropas africanas las que se hicieran cargo. Pero ante la demora de los países del continente, la falta de apoyos internacionales concretos, el avance de los islamistas hacia la capital y el inicio de manifestaciones en contra del débil gobierno transitorio que gobierna Malí, París decidió actuar por su cuenta el 10 de enero.

Islamismo, cuco occidental

Esto ocurrió a pesar de que el 27 de diciembre, en referencia a otra ex colonia, Hollande dijo: “Si estamos presentes, no es para proteger al régimen, es para proteger a nuestros ciudadanos y a nuestros intereses, y de ninguna manera para intervenir en los asuntos internos de un país, en este caso, República Centroafricana”. Y luego agregó que “esos tiempos ya pasaron”, en referencia a las políticas de sus antecesores. En el caso de ese país de África Central, que también es rico en recursos naturales que explotan empresas francesas, y en donde rebeldes armados opositores amenazaban con tomar la capital, París mandó sólo unos 600 hombres y desde el 25 de enero, luego de que se lograra un acuerdo, volvieron a ser sólo 250, una cifra común en las ex colonias. En Malí hay 4.000 soldados franceses.

Ojos que no ven

Los periodistas franceses se quejan del control que imponen el gobierno francés y sus autoridades militares sobre los corresponsales que intentan informar de lo que sucede. El fenómeno llegó a tal punto que algunos editorialistas ironizan sobre esa “guerra fácil” y “limpia”, de la que aparecen escasas imágenes, ya que la prensa está siendo dejada al margen de los combates. Varios corresponsales de guerra franceses se quejaron en los últimos días por una guerra “sin imágenes” y a “puertas cerradas”.

El fotógrafo Jérôme Delay dijo desde Malí al semanario francés Telerama: “Nunca vi un barbudo [un islamista]. No escuché un solo disparo. Es el sexto conflicto que cubro y nunca vi algo así. Incluso embarcado con los estadounidenses en Irak y en Afganistán teníamos acceso a los combates”.

Si Hollande no respondió al llamado centroafricano, y días después sí lo hizo ante el maliense, fue porque la segunda situación permitía hacerlo sin que la opinión pública local tachara a su gobierno de neocolonialista tan fácilmente.

Para los franceses, que sufrieron en carne propia el trauma de varios terroristas de Al Qaeda, los islamistas son un “enemigo externo”, explica el jefe de la redacción del semanario Jeune Afrique, François Soudan, aunque muchos de los islamistas que combaten en Malí son malienses, al igual que los opositores armados en República Centroafricana son centroafricanos. Pero los franceses ven el segundo conflicto como interno y a Malí como un país atacado por fuerzas externas y peligrosas. No por nada el gobierno francés no se cansa de repetir que con su intervención en Malí están “luchando contra el terrorismo”, sin miedo a usar una terminología estadounidense.

Cuestiones personales

El interés específico de París en el norte de Malí se entiende aún más cuando todo indica que en alguna parte de ese territorio se encuentran siete rehenes franceses. En total son 13 los ciudadanos occidentales que están detenidos en la zona por grupos armados islamistas que reclaman un rescate e intentan hacer presión sobre sus gobiernos.

Cuatro de esos rehenes franceses fueron capturados en una explotación de uranio de Areva en Níger, en 2010. Dos geólogos fueron secuestrados en 2011 en Malí y también ahí fue hecho rehén el séptimo, un jubilado, cuando entraba al país desde Mauritania con su casa rodante, en noviembre de 2012. Esto refuerza la idea de que es necesario para Francia que esa zona sea más segura.

El mismo día en que Francia lanzó la intervención en Malí también puso en marcha otra, en Somalia. Sus tropas intentaron sin éxito rescatar a un miembro de los servicios secretos franceses retenido ahí desde 2009. Pero la operación terminó con 17 islamistas radicales y dos soldados franceses muertos y sin recuperar al espía, que fue ejecutado días después, según la milicia que lo detenía, el grupo islamista somalí Al Shabab.

Así que es muy probable que los ataques franceses en el Sahel maliense no se detengan hasta dar con sus compatriotas, aunque el apoyo de los franceses a esa guerra podía revertirse si las cosas no salen como las piensa París.

De momento, todos coinciden en que la guerra en Malí marcó un antes y un después en el difícil inicio de la presidencia de Hollande. En tiempos de crisis y con una imagen de “blando” que lo persigue desde hace años, ponerse en el papel de presidente jefe de las Fuerzas Armadas que lucha contra los malos islamistas radicales le vino al pelo.

“La imagen de firmeza, autoridad y presidencialismo” del socialista “queda reforzada” por la intervención en Malí, dijo su consejero político, Aquilino Morelle, a la agencia de noticias AFP. Las encuestas hablan por sí solas: hasta la semana pasada, tres de cada cuatro franceses estaban de acuerdo con la guerra de su país en Malí, una cifra que viene aumentando, según la consultora Ifop.

Hace una semana, un sondeo de Ifop para el semanario París 
Match mostraba un aumento de seis puntos en la aprobación del presidente galo: 43% de los consultados dijo aprobar su gestión. El jueves, el observatorio político CSA-Les Echos-Institut Montaigne dio un aumento de tres puntos en el respaldo al mandatario y una baja de cinco en la tasa de desaprobación, que sigue alta (57%). Estos niveles no tienen comparación con las cifras de octubre, por ejemplo, cuando 36% tenía un buen concepto del titular del Ejecutivo. Sin embargo, si el conflicto maliense dura más de lo necesario para los franceses (ver recuadro), el efecto positivo en la imagen de Hollande podría revertirse al ritmo que aumente el costo humano y financiero.