Joseph Ratzinger sale del Vaticano con el mismo estilo que tenía cuando entró. Días antes de convertirse en Benedicto XVI lamentó: “Cuánta suciedad y cuánta soberbia hay en la Iglesia y entre los que por su sacerdocio deberían estar entregados al redentor”. Desde que anunció su retirada, que se concreta hoy, ha criticado la realidad de la Iglesia Católica y ha indicado qué conflictos debería atender esa institución.

Durante su papado tuvo que enfrentar la filtración de documentos secretos, escándalos vinculados a la gestión de la banca del Vaticano y otros referidos a abusos sexuales en la Iglesia. Con respecto a estos últimos, declaró “tolerancia cero” hacia los responsables, reformó el Código de Derecho Canónico para criminalizar la posesión de pornografía infantil y aclaró que “el perdón no sustituye a la justicia”.

Al mismo tiempo que alejaba de la Iglesia a algunas de sus personalidades más polémicas -a un jerarca acusado de encubrir abusos y a un asesor del banco del Vaticano-, Ratzinger dedicó los últimos días de su papado a opinar sobre la Iglesia. “Muchos están listos para rasgarse las vestiduras frente a escándalos e injusticias cometidos por otros, pero pocos parecen dispuestos a actuar en su propio corazón”, dijo días atrás. Abogó por “una verdadera renovación de la Iglesia”, exhortó a que no se la utilice para beneficios propios, “dando más importancia al éxito y a los bienes materiales”, y exigió a la institución que lideró que “abandone el egoísmo”.

Ratzinger tendrá hoy una despedida privada de bajo perfil y horas después, ya con el título de “papa emérito”, partirá al palacio Castel Gandolfo, en la región de Lazio, donde permanecerá recluido hasta el fin del cónclave que debe elegir a su sucesor para no interferir en la decisión. Terminado el cónclave, se recluirá en un monasterio de monjas con su secretario y cuatro laicas de su Familia Pontificia.

Para ese entonces habrá nuevo papa. Por eso en los últimos días hubo iniciativas para impedir -la presencia de algunos cardenales denunciados como pederastas o encubridores de abusos en el cónclave. Ya quedó fuera de ese encuentro el británico Keith O’Brien, cuya renuncia fue adelantada por Ratzinger, y hay protestas también por otras figuras, como la del mexicano Norberto Rivera o la del estadounidense Roger Mahony, ambos acusados de encubrimiento. Quienes asistan no sólo emitirán su voto, sino que también muchos de ellos son elegibles para el cargo.

Se desconoce quién podría ocupar ese lugar, pero en las últimas semanas hubo distintas opiniones sobre las características que debería tener el nuevo papa. Algunos dicen que debería ser “joven”, o sea, menor de 70 años o cercano a esa edad, para tener un papado más extenso que el de Ratzinger, que fue electo con 78 años y renuncia con 85. Tampoco debe ser demasiado joven, ya que en ese caso tendría un papado demasiado largo, como sucedió con Juan Pablo II, que fue electo con 58 años.

La otra cuestión fundamental es la nacionalidad. Como en anteriores elecciones, se habla de la posibilidad de un papa no europeo. En estas discusiones, Latinoamérica pisa con fuerza: es la región en la que vive el mayor porcentaje de los católicos, 42%, frente al 25% que se encuentra en Europa. Además, Brasil y México son considerados “la gran reserva de católicos del mundo”. En la lista de papables más difundida figuran dos brasileños, un argentino y un hondureño.

La elección de un latinoamericano también sería vista como un intento de frenar el avance de las iglesias evangélicas en esta región. El mismo argumento se utiliza para defender la posibilidad de un papa africano. Por otra parte, Roma reclama volver a dirigir la Iglesia -no hay un papa de origen romano desde Juan Pablo I, en 1978-. También varios estadounidenses integran la lista de candidatos, pero hay cierto consenso en que ninguno de ellos será el elegido.