Casi como un capricho, con una fotocopia de un artículo del primer número de la diaria, salimos a averiguar qué había pasado con aquella historia tras haber transcurrido algunos años. En la nota se hablaba de un incipiente arranque de educación en las cárceles, más precisamente, en el Comcar, en Santiago Vázquez, Montevideo. Se mencionaba que todavía no había presupuesto ni maestros suficientes, ni se sabía cuál sería la voluntad de los educadores, pues era “peligroso, porque cárcel es cárcel”, se declaraba en ese momento desde la Dirección de Educación en Cárceles (actualmente Área de Educación del Instituto Nacional de Rehabilitación).

También se mencionaba a una de las protagonistas, la maestra Fátima Gabito, quien con el paso del tiempo dejó de ser maestra en el Comcar y actualmente se desempeña como coordinadora del área educativa del Centro de Rehabilitación Punta de Rieles, en Montevideo. A partir de 2007 lo fue en el Comcar, donde ejerció esa tarea hasta mediados de 2011. Lejos de encontrar a una persona desgastada por trabajar con estudiantes que muchas veces inician un proceso que al salir en libertad no continúan o es más lento que el que vive un adolescente en las aulas de los centros educativos, su entusiasmo se mantiene, y considera que se suman los desafíos.

Lo mismo pudo comprobarse al conversar con reclusos en el Comcar que en 2006 empezaban a aprender a leer y a escribir y quienes hoy están por cursar sexto año de liceo en Punta de Rieles.

De Primaria a Secundaria

En una de las primeras tardes del anticipado otoño de marzo, la diaria fue recibida en Punta de Rieles por la nueva dirección y parte del equipo docente. Rolando Arbesún, director del establecimiento, indicó con orgullo que de las 580 personas que permanecen privadas de libertad ahí, unas 350 se inscribieron para estudiar en 2013. Seguidamente, aclaró que "la deserción dentro es similar a la que se da afuera”. “Muchas veces no llegan a culminar porque se enganchan a trabajar”, agregó. Insistió en la idea de que Punta de Rieles es un “centro de rehabilitación” porque todos los reclusos “tienen actividad, o estudian o trabajan”, y nadie puede estar sin hacer nada.

La charla siguió adelante cuando la educadora y magíster en Educación con especialidad en valores Fátima Gabito ingresó al local de la dirección con tres rosarios en mano y le entregó uno al director, otro a Mary González, subdirectora administrativa, y el último al director técnico, Luis Parodi. Entusiasmada, les dijo uno a uno: “No sé si sos creyente o no, pero te lo traje de Tierra Santa y fue bendecido”. Sus regalos se explican porque recientemente había llegado de Jerusalén, adonde concurrió por razones académicas. Además de rosarios, trajo ideas para implementar un proyecto de voluntariado en la cárcel para el cual pidió apoyo a las autoridades.

Con respecto al comienzo de clases, Gabito enumeró una corta lista de docentes, quienes todavía no habían sido designados, en contabilidad, italiano e historia. Asimismo, se refirió al hecho muy positivo de que un recluso recibió autorización para comenzar este año a estudiar Enfermería afuera del centro. También manifestó el anhelo de poder instaurar cursos de nivel universitario a partir de 2014.

Al salir de la dirección Gabito nos condujo a los salones en los que se iniciaban las clases de Secundaria para conversar con algunos de los estudiantes que por 2006 comenzaban a aprender a leer y escribir. Sin embargo, no llegamos inmediatamente. En el camino hubo varios encuentros que ameritaban una pausa. Los primeros en cruzarse fueron los estudiantes de Primaria que cursan 1º, 2º y 3º. Aguardaban con educadores de varias materias que les abrieran la reja de la huerta para hacer un reconocimiento del lugar, ya que algunas clases se desarrollarán en ese espacio.

Mientras que el encargado de abrir la puerta se demoraba, compartieron algunas de las experiencias vividas al estar privados de libertad. “Aprendemos y sacamos las mentes de los problemas de los módulos. Nos preparan para conversar con la gente, para estar en sociedad”, dijo Malaquías Díaz. Washington agregó: “En 2009, cuando caí, no sabía ni decir ‘buen día’”. Contó que con 37 años aprendió a leer y lentamente comienza a escribir para poder redactarles cartas a sus hijos adolescentes.

Consultado sobre sus metas a futuro, ninguno de los que integraba la ronda supo responder con claridad. No obstante, concluyeron que “de lo malo, de pisar la cárcel” tenían que “sacar lo bueno”. “Queremos aprender e irnos lo más rápido a casa”, resumió Washington.

Varios de los que cursan los primeros años de escuela trabajan. Relataron que en el Comcar tuvieron que optar, por lo que vieron interrumpidos sus estudios durante muchos años, pero en Punta de Rieles pueden hacer ambas actividades.

La ronda creció cuando se acercaron los estudiantes de 4º, 5º y 6º de Primaria con una maestra que cargaba una caja llena de bizcochos. El plan era tener una merienda compartida, propuesta de la dirección por ser el primer día de clases.

A pocos metros, aparecieron algunos reclusos preocupados por no figurar en las listas de inscriptos. “Fátima, contigo quería hablar. No vino mi pase del Comcar”, comentó uno de ellos. “Estamos igual”, agregó otro. La maestra anotó sus nombres. Al final del día la lista superaba las diez personas y ella los clasificó en función del tipo de reclamo.

Recta final

Una vez en los salones de Secundaria, la clase de presentación había terminado. Algunos se retiraban con una bolsa en mano en la que cargaban sus lápices y cuadernos. Otros se quedaron conversando con los docentes. Marcelo, de 43 años, contó que está privado de libertad desde hace siete años, y hace seis que estudia. Este año está cursando 6º de Medicina. Empezó los primeros años en el Comcar; no había hecho el liceo “afuera” porque “no le di importancia”. Reconoce que a diferencia de un adolescente le cuesta más aprender, pero lo está haciendo con mucha “voluntad” porque vale la pena el esfuerzo, y enumero tres razones por las que la vale: “Primero, el saber no ocupa lugar; segundo, da satisfacción a mi madre y tercero, por mi libertad, porque te descuentan [sentencia] por cada examen salvado”, explicó. Marcelo manifestó interés en seguir estudiando. “Me gustaría cursar una carrera de enólogo porque es una plaza poco experimentada que a futuro va a ser muy buena”, proyectó.

Sergio Paolo, de 24 años, atravesaba caminando el patio de la escuela de un lado a otro junto a dos compañeros con el cometido de ejercitarse físicamente. Él también arrancó a estudiar en Santiago Vázquez y estrenó las aulas inauguradas en 2006. Entró en prisión cuando era un “pibito”, a los 18 recién cumplidos. Siete años después, destaca: “La educación me llevó a madurar más y a querer hacer las cosas bien”. Tiene muy presente el descuento de años de pena que posibilita el estudio, pero sostuvo que hay varios factores a tener en cuenta. “Descontar la pena es lo fundamental, pero también recuperar el tiempo perdido, y una vez que lo recuperamos lo valoramos más”, puntualizó.

Explicó que este año comienza a cursar 6º de Derecho. “En el estudio fui encontrando más esmero, más valor en las cosas y ganas de estudiar más”, resumió. Asimismo, al igual que los estudiantes de Primaria, encuentra una válvula de escape de la celda y lo que ocurre en ella. “Te dan ganas de levantarte al otro día y venir a estudiar. Es más, en vacaciones, que vendrían a ser en enero y febrero, extrañás el estudio. Ya no salís de la celda a estudiar, te quedás ahí y hacés patio”, describió.

Pensando en la salida, prevista para fines de 2014 con descuento de pena mediante, contó que le gustaría cursar administración de empresas, aunque reconoció que lo que pase afuera va a depender de la aceptación social. “Pienso salir, criar a mi hija, cuidar a mi madre que está enferma y hacer las cosas bien, y vivir de lo que aprendí. Lo que pasa es que no es sólo aprender, es que la sociedad te acepte”, expresó.

Sobre el trabajo que se desarrolla dentro de las cárceles, los docentes enfatizaron en la importancia de formar para “el afuera”. “Mi misión es ayudarlos, estar al lado de ellos, y que logren un proyecto de vida. Yo siempre les digo que está bien el estudio, que tienen que crecer pero como personas, como padres, como hijos”, dijo Gabito.

Algo similar sostuvo Silvia Frigola, profesora de idioma español. “Acá los preparamos para su salida; para eso hay que prepararlos en lo cotidiano, en la convivencia, en el compartir. Cumplimos los programas de Secundaria pero trabajamos la convivencia. Transformamos en fortaleza para el mañana algunas debilidades que han tenido. Y les damos herramientas para enfrentarse ante la sociedad”, resumió. “Éste es un lugar donde te das cuenta de que los imposibles no existen”, concluyó.

Por su parte, Martín Umpiérrez, profesor de matemáticas, se refirió a la evolución que han tenido la enseñanza y el aprendizaje en las cárceles y la responsabilidad con la que los presos lo asumen. “Hubo un tiempo en que venían a salvar con lástima porque estaban presos. Ahora no, vos venís, ponés la propuesta y ellos se interesan y participan, hacen deberes, cuestionan, y pedís silencio y tenés silencio, y si alguien se desubica ellos mismos se controlan”, señaló. El tiempo dentro del aula es totalmente aprovechable, incluso más que en un liceo común. El único inconveniente que Umpiérrez destacó es que muchas veces queda “colgado” el proceso cuando retoman la libertad, “porque afuera es muy difícil que sigan”.

Gabito también reflexionó sobre la evolución del proyecto. En 2006 en Santiago Vázquez eran dos maestras para 100 estudiantes. Con el tiempo se sumaron diversos organismos como UTU, Secundaria y hasta las universidades brindando diversos talleres, y el proyecto se amplió a todo el país.