En junio de 2011 la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, alertó en Zambia sobre el “nuevo colonialismo” que “amenazaba” el continente africano, en referencia a China. “Lo vimos durante los tiempos coloniales; es fácil entrar, quitar nuestros recursos naturales, pagar a los líderes políticos y salir”, dijo.

El país asiático comenzó a hacer inversiones periódicas en África en 2005. Los primeros años, según encuestas e investigaciones internacionales, los africanos percibieron estas inversiones como positivas y esperaban que tuvieran efectos beneficiosos y que impulsaran el desarrollo de la región. Sin embargo, esta situación parece estar cambiando en los últimos meses.

Otro gigante

También Brasil ha crecido en África. Durante su presidencia, Lula da Silva insistió con la idea de colaboración sur-sur, y entre 2000 y 2010 (el último de la gestión de Lula) el intercambio entre Brasil y África se quintuplicó y alcanzó los 20.000 millones de dólares.

Las exportaciones de Brasil a África aumentaron 20% de 2001 a 2011, y alcanzaron un máximo de 12.200 millones de dólares, un valor similar al de las exportaciones a países como Alemania o Japón. En el mismo período Lula aumentó el número de sedes diplomáticas brasileñas en África de 17 a 37, viajó 12 veces al continente y visitó 21 países.

Desde ese entonces el gobierno ha impulsado distintos programas de inversión estatales, así como planes de crédito y apoyo a las empresas brasileñas que inviertan en África, en especial en infraestructura, energía y agricultura, y en particular en los países de habla portuguesa como Angola y Mozambique.

Analistas internacionales consultados por CNN y la agencia de noticias Reuters indicaron que el intercambio y las inversiones brasileñas son más ventajosas para África que los que ofrece China. En gran medida porque la relación con Brasil ha funcionado como un empujón para un aumento del intercambio comercial del continente con todos los países de la región y específicamente del Mercosur.

China compra en África los recursos naturales y la materia prima que necesita para sus fábricas y vende productos acabados. Como parte del intercambio, hace fuertes inversiones en infraestructura (es uno de los principales inversores en varios países de la región como Zambia, Angola, Sudán o Costa de Marfil) con carreteras, represas y puentes, así como estadios de fútbol y palacios presidenciales.

La división de Sudán y la Primavera Árabe fueron algunos de los aspectos que modificaron el mapa geopolítico de África y afectaron, por lo tanto, los intereses chinos: el gobierno de Xi Jinping se ve obligado a reconstruir alianzas o fundarlas, en situaciones que a su país no le resultan del todo cómodas. Por ejemplo: tanto el gobierno libio de Muamar Gadafi como el sudanés de Omar al Bashir utilizaron las armas chinas para resistir a la oposición armada en el primer caso y a los independentistas en el segundo. Estos dos actores, los vencedores de uno y otro país, son los que gobiernan Libia y Sudán del Sur, países ricos en petróleo con los que China intentará mantener buenas relaciones.

En los emprendimientos de China en África trabajan 13 chinos -algunos de ellos por su condición de presos- por cada africano, informó el diario estadounidense The New York Times, por lo que estas inversiones no necesariamente repercuten en una creación importante de puestos de trabajo.

Abundan, además, los informes de organizaciones internacionales -especialmente la estadounidense Human Rights Watch- que denuncian las malas condiciones en que trabajan tanto africanos como chinos en las industrias asiáticas.

“China está, efectivamente, desplegando sus tentáculos”, aseguran los españoles Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal, quienes publicaron el libro La silenciosa conquista china y tienen un blog en la edición digital del diario español El País. También aseguraban haber visto los mismos abusos que Human Rights Watch hacia los trabajadores africanos que trabajan en los emprendimientos chinos, abusos que han desembocado en huelgas y en hechos de violencia. El informe de Human Rights Watch apunta exclusivamente a la responsabilidad china y no a la de los gobernantes de los países receptores de las inversiones, últimos responsables de garantizar los derechos de sus trabajadores.

En Zambia estas condiciones llevaron a una serie de protestas que se sumaron a las de los ecologistas, que reclamaban que China no daba las garantías suficientes -ni el gobierno se las exigía- para no causar daños al medio ambiente por la explotación minera, el negocio al que más se dedica China en ese país africano, que tiene una de las mayores reservas de cobre y cobalto en el mundo.

En las elecciones de setiembre de 2011 en Zambia, las pocas exigencias de los anteriores gobiernos a China ayudaron a que el opositor Michael Sata lograra la victoria. Sata, quien en campaña llegó a asegurar que los chinos eran “infestores” en lugar de inversores, se apuró a aprobar algunas medidas para aumentar las exigencias a la industria china. Sin embargo, Sata no cumplió su promesa de “echar a China” del país si no respetaba las normas.

A comienzos de marzo, el gobierno de Zambia anunció el cierre de la principal mina de ese país, gestionada por una empresa china, por el sistemático incumplimiento de las normas de seguridad. Antes, en agosto de 2012, cuando un grupo de mineros de Zambia protestaba por la falta de condiciones de trabajo adecuadas y salarios inferiores al laudo, atropellaron con una de las máquinas a uno de los encargados e hirieron a otro, ambos chinos, en uno de los varios hechos violentos vinculados a esta mina.

Por todos los medios

Sólo en Nairobi, la capital de Kenia, China ha invertido desde mediados del año pasado más de 400 millones de dólares: una mitad en la construcción de una carretera; la otra en la expansión del aeropuerto internacional. Pero además hay una invasión informativa: las agencias estatales de noticias como Xinhua aparecen asiduamente en los diarios, ya son varias señales de televisión chinas las que están incluidas en los servicios por cable, y radios como China Radio International (CRI) inundan el dial. Algunos canales y la CRI incluyen además la enseñanza del mandarín entre los servicios brindados al público. Algo similar sucede en otros países: Xinhua cuenta con 23 oficinas en África.

Desde hace ya un par de años, China anuncia que hará una gran inversión en comunicación a nivel mundial, tras denunciar que “los medios occidentales” han ofrecido históricamente una imagen deformada del gobierno comunista. Esa inversión parece estar llegando tanto en forma directa a los países africanos como en el creciente número de idiomas en los que se puede acceder a las páginas web de los medios oficiales chinos.

“Además de que están geográficamente apartados, China y África tienen un conocimiento histórico mutuo obtenido a través de los medios occidentales, pero éstos no siempre reflejaron la verdad”, señaló el jefe de propaganda del Partido Comunista Chino, Li Changchun. Éstas fueron algunas palabras que marcaron el tono de su oratoria en un seminario de altos funcionarios de medios de comunicación en África. También en este aspecto creció la colaboración: decenas de encuentros anuales entre africanos y chinos en distintas áreas (medios, tecnología, industria, desarrollo de distintas áreas económicas) y un aumento exponencial de los foros que comparten.

De largo plazo

China le puso un broche de oro el año pasado a su relación con África: un préstamo por 20.000 millones de dólares que se acordó en el quinto encuentro ministerial del Foro para la Cooperación entre China y África, en junio, meses antes del segundo encuentro entre Brasilia y Pekín para tratar “asuntos africanos”.

Este acuerdo revivió las críticas contra la expansión de China en África, en especial en periódicos estadounidenses y europeos, que señalaron que los multimillonarios contratos que las empresas -estatales- chinas firman con algunos gobiernos son utilizados para afianzar regímenes totalitarios acusados de violar los derechos humanos. En este sentido, es una realidad que Pekín ha hecho -al igual que varios gobiernos occidentales- negocios con dictadores de la talla de Al Bashir en Sudán o Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, pero así como reclama respeto por sus asuntos internos, lo aplica en los países en los que invierte.

El crecimiento de China en África no pasó desapercibido para los organismos internacionales. El Banco Mundial señaló en un informe de 2012 que el traslado de algunas empresas manufactureras de China a África será útil para impulsar una economía continental “largamente retrasada”. En el mismo informe se señala que se obtiene casi la misma productividad en los países africanos que en China, con un costo mucho menor: el sueldo desciende a la cuarta parte y los aportes sociales son “aun inferiores”.

Al anunciar el préstamo, el entonces presidente chino, Hu Jintao, dijo que su gobierno buscaba que “los africanos puedan ver los beneficios del desarrollo” y habló de la necesidad de profundizar los lazos de colaboración. En el mismo sentido se manifestó su sucesor, Xi Jinping, que eligió tres países del continente (Tanzania, Sudáfrica y República Democrática del Congo) para visitar en su primer viaje al exterior desde que asumió la presidencia. En varios de sus discursos Xi se refirió a otras actividades de China en África, por ejemplo, la labor de los voluntarios médicos chinos que están en el continente.

Sin embargo, incluso los analistas chinos que trabajan en organizaciones estatales reconocen que su país debería tener más gestos hacia África. Varios especialistas consultados por la estatal CRI señalaron que China debería relacionarse más con las organizaciones regionales del continente, como la Unión Africana o la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, y coincidieron en señalar que el Ministerio de Comercio chino o las embajadas deberían hacer un mayor seguimiento del trabajo de las empresas en África, exigiendo que se cumplan las normas laborales de cada país.