El mayor riesgo del conflicto sirio, y lo que más preocupa, es la posible balcanización del país y de la región, estima el director adjunto del Instituto Rosario de Estudios del Mundo Árabe e Islámico (IREMAI) en Argentina, Rubén Paredes Rodríguez, candidato a doctor en Relaciones Internacionales. Paredes se refiere a que con la guerra civil pueda revertirse el dibujo poscolonial de las fronteras hecho por los europeos de manera artificial.

Respecto a este tema, el doctor en ciencias políticas especializado en Siria y conferencista de la Universidad de Edimburgo sobre Islam Contemporáneo, Thomas Pierret, explicó que eso ya está ocurriendo “de hecho”, porque la oposición controla el norte, el este y el sur de Siria, mientras que el oficialismo mantiene la supremacía en el centro del país, y de momento, la capital, Damasco. Pierret, como su colega, Haizam Amirah Fernández, investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano de España, dijo que si eso se concretara no respondería a un plan político ni a la voluntad de los sirios. Sin embargo, el español admitió que “hay fracturas sociales” que se están profundizando y que podrían derivar en un “enfrentamiento continuo”.

Paredes dijo a la diaria que el temor es que “por un lado los alauitas se concentren en la región norte-noreste, cercana a lo que es Líbano” y que “se genere un territorio totalmente distinto pro Arabia Saudita y Qatar”. Lo que más preocupa es la posibilidad de contagio, explicó el argentino: la balcanización siria “podría contagiar a otros países”, porque si se aplicara el principio de autodeterminación de los pueblos, esto daría lugar a “una miríada de Estados que contagiarían a Líbano, donde conviven 17 confesiones religiosas, pero también a Irak, que está en una situación inestable”.

Lectura difícil

Frecuentemente, se suele simplificar el conflicto sirio hablando de un enfrentamiento entre sunitas y chiitas, aunque esto no es tan así. El gobierno del presidente Bashar Al Assad responde a “la minoría alauita a la cual pertenece la familia de Al Assad, pese a que el partido Baas (al que pertenece el mandatario) es secular, nacionalista, panárabe y pretende ser de izquierda, en un país donde la mayoría es sunita”, puntualiza el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés, el argentino Khatchik Der Ghougassian. Los alauitas son una minoría confesional musulmana, que en realidad no es chiita, aunque sea más afín al chiismo (los partidarios del profeta Alí). En la misma línea, el wahabismo, que gobierna Arabia Saudita, es afín al sunismo, aunque es una minoría más “dogmática y rigorista”, aclaró su colega Paredes. Los sunitas representan el 80% de la población musulmana y los chiitas, presentes en Irán y en Irak representan 10% de los musulmanes, a los que se suma otro 10% de minorías como los alauitas y los wahabíes.

Volviendo a la población siria, que es de mayoría sunita, Pierret puntualizó que no existe una animosidad confesional previa al conflicto. Lo que pasó en un primer momento es que parte de la población y defensores de los derechos humanos comenzaron a manifestarse contra el gobierno de Basar Al Assad, en reclamo de más apertura democrática, siguiendo la oleada que se venía dando, a fines de 2010 y 2011, pero Al Assad reprimió las protestas. Sin embargo, no todos los sirios sunitas están en contra de Al Assad.

El actual presidente sirio impulsó políticas neoliberales de las que surgió una clase media empresarial sunita que se enriqueció y teme su caída. Es por eso que “los grupos opositores democráticos tuvieron dificultad en convencer a buena parte de la sociedad a salir a las calles”, comentó Der Ghougassian a la diaria. Tampoco todos los alauitas apoyan a Al Assad, aclaró por otro lado Amirah. Esto se debe, según explicó, a que algunos alauitas ven que con el conflicto se está jugando el “futuro de su comunidad”.

Pierret puntualizó desde Edimburgo, que si bien la oposición está dominada por los sunitas, el conflicto no tiene raíces sectarias, aunque sí confesionales, pero en el sentido de pertenencia comunitaria. “Son los conflictos políticos que alimentan la hostilidad entre chiitas y sunitas”, agregó. En el mismo sentido, los rebeldes son primero opositores, que reciben apoyos mayoritariamente de parte de los sunitas, al igual que el gobierno, que se nutre de aportes por parte de los chiitas. Der Ghougassian indicó que “la sociedad siria no permaneció al margen de una creciente islamización desde abajo” en los últimos diez años y que fueron “estos sectores islamistas quienes pudieron movilizar las protestas, pero ya con consignas claramente sectarias”.

También entran en línea de juego los drusos (otra minoría que se considera islámica) y las minorías cristianas y kurdas.

Aunque siempre hay excepciones, el gobierno sirio es apoyado por cristianos y drusos. “Uno de los fundadores del partido Baas por ejemplo, es un cristiano, Michel Aflaq”, apuntó Der Ghougassian. Los kurdos son otro componente de la variopinta oposición, ellos “dominan los territorios donde son mayoría” y “persiguen sus propios objetivos de autonomía”, explicó Der Ghougassian. Para Amirah, como para sus colegas, “se ha despertado el genio de las divisiones sectarias fomentado por Al Assad y por países vecinos en función de sus intereses”. En ese sentido, el politólogo sirio y director adjunto del centro de estudios Arab Reform Initiative, Salam Kawakibi, respondió por escrito a la diaria que no se trata de un conflicto sectario de ninguna manera, e insistió en que “las minorías fueron instrumentalizadas y tomadas como rehenes” porque “el régimen les hizo entender que su supervivencia depende de la suya”.

Conflicto sin fronteras

Hasta la revolución iraní de 1979, los chiitas creían que “participar en política corrompía el corazón de los hombres” y que la religión debía ejercerse en la privacidad del hogar, algo que suelen aplicar los alauitas. Fue por esa razón que cuando se produjo el proceso de descolonización en Medio Oriente, los gobiernos y los liderazgos políticos fueron asumidos por sunitas, que no compartían esa idea. Pero el ayatolá Jomeini, cabeza del movimiento que derrocó al Shá de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, estimaba que política y religión deben tener como base común la ley islámica y así impuso el actual gobierno de jurisconsultos. Además Jomeini creía que para “acelerar la vuelta del imán oculto” que, según los chiitas volverá a la tierra “cuando todos los hombres puedan salir del estado de barbarie en el que se encuentran”, había que establecer un gobierno islámico, explicó Paredes. Con ese cambio de paradigma de los chiitas iraníes se alteró el mapa del Medio Oriente, algo que “generó temor en muchos países” y condujo a la creación, en 1981 del Consejo de Cooperación del Golfo “porque en las petromonarquías hay población chiita que puede pugnar por el poder”, explicó el investigador. En esa puja de influencia regional, el gobierno sirio es un aliado del iraní y su caída o permanencia es clave para ambos polos de influencia. En este conflicto se destacan además algunos países como partícipes más o menos involucrados.

“Arabia Saudita y Qatar proporcionaron ayuda militar, en- tiéndase armas y logística de guerra, a los sectores islamistas más intransigentes, y Turquía les facilitó el acceso, además de respaldo diplomático y muy probablemente también militar”, apuntó Der Ghougassian. Turquía, que era afín a Al Assad, terminó quitándole su apoyo. El académico de San Andrés destacó que el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, inauguró a principios de junio, un puente llamado Sultán Selim, en homenaje al sultán que sentó las bases para la expansión del Imperio Otomano sunita y que se proclamó califa del Islam, “combatió a los persas y, sobre todo, masacró a los alauitas”. Para Der Ghougassian el “mensaje confesional” de esa inauguración es “altamente sugestivo”.

Los dos países que están aportando el apoyo más claro a los opositores sirios, son también de corte sunita: Qatar y Arabia Saudita, aunque este último sea wahabista. Para el sirio Kawakibi, ante la falta de ayuda de los países occidentales, estos países “aprovechan el vacío” y apoyan una parte “radical” de los opositores.

Amirah y Pierret coincidieron en que el régimen saudí suele ser más “afín al status quo” y por ese motivo apoya a grupos y actores menos radicales y no tiende a financiar islamistas extremistas que “asustan” a esa monarquía netamente conservadora. En ese sentido, Pierret recordó que a la hora de elegir un primer ministro provisorio para un gobierno de oposición, Arabia Saudita propuso a un ex ministro de Al Assad. Los dirigentes del Ejército Libre Sirio, integrado por desertores del Ejército regular y ciudadanos sirios, suelen responder más bien a Riad que a Doha. La intervención saudí se da en el marco de su enfrentamiento con Irán, un enemigo histórico.

Por su parte Qatar, que es el país más rico del mundo y cuyo territorio es muy chico, no necesita tener tanta cautela en su política exterior. Amirah explicó que “Qatar es lo contrario al status quo. Su marca país es influir y mostrar su capacidad de cambiar cosas, porque es un país pequeño y busca tener presencia en todos lados”. Qatar es uno de los principales apoyos financieros de los Hermanos Musulmanes en el mundo árabe y en Siria también, donde son el segmento de la oposición mejor organizado. En mayo, los opositores a Al Assad no lograron nombrar a un líder, por las divisiones entre afines a Arabia Saudita y Qatar en la interna.

No existe certeza de que qataríes o saudíes estén financiando al otro principal actor de la oposición, que son los combatientes islamistas. El frente Al Nusra, que es parte de Al Qaeda, sirve, según Pierret, de excusa a Al Assad para legitimizar las acusaciones de terrorismo que viene lanzando en contra de la oposición desde el inicio de la revuelta. También queda claro que su presencia en Siria desanima o sirve para justificar el hecho de no apoyar a la oposición.

La mayor parte de los combatientes opositores son sirios, a ellos se suman combatientes islamistas afiliados a Al Qaeda y sus ramificaciones en Irak, que llegaron desde el Norte de África (particularmente desde Libia), Líbano, o Turquía, mientras que la organización shiita libanesa, Hezbolá, apoya al gobierno de Al Assad, al igual que Irán y Rusia.

Sin solución

La respuesta ante la situación siria ha sido muy diferente a la que se dio en otras circunstancias similares y las voces se multiplican en reclamo de una decisión por parte de las potencias occidentales para detener el baño de sangre. Sin embargo, las complejidades de la sociedad siria y su situación geográfica, fronteriza con países como Líbano o Jordania (donde a la fuerte presencia de refugiados palestinos se suma ahora la de los sirios) o a otros como Israel o Irán, tampoco permite pensar en una intervención sin importantes consecuencias internacionales. Kawakibi fue tajante al aclarar que los opositores sirios no están pidiendo la intervención extranjera, sino una zona de exclusión aérea, además de reclamar armas y ayuda logística.

Sin embargo, existen voces a favor de una intervención directa. Para Pierret, ésa sería la única manera de detener el conflicto, pero en cambio Der Ghougassian y Paredes creen que ésa no sería una solución porque no hay “hoja de ruta” para el día después. “Se teme que la caída de Al Assad genere revanchismo, que los opositores comiencen a perseguir a las minorías” y eso abriría la puerta a una balcanización, estima Paredes. En el mismo sentido, Der Ghougassian cree que la intervención “no brindaría ninguna solución a un país fragmentado”.

Para Kawakibi, Europa, Estados Unidos y la mayoría de los países implicados aplican la política de “esperar y ver” lo que ocurra. El mundo está “convulsionado”, dijo Paredes a la hora de explicar por qué no se hace nada ante la guerra civil siria: Europa “trata de revertir la crisis económica desde hace años” y Estados Unidos “trata de no repetir los errores de la era Bush, con la intervención en Afganistán y en Irak”. Además, “está concentrado en la búsqueda de la independencia energética a través de lo que sería la explotación de gas y petróleo (en su propio territorio) para cortar los vínculos con el Medio Oriente”, opina el académico de IREMAI. Para él, el mundo se había acostumbrado a que “una potencia tome las decisiones, para bien o para mal” y como hoy nadie decide, se escuchan posiciones divergentes. Rusia es el principal miembro del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas que apoya abiertamente a Al Assad. Tiene vínculos históricos con Siria y ahí tiene su única base militar en el exterior, en el puerto de Tartus, donde debería desembocar un proyecto de gasoducto que saldría de Irán y pasaría por Irak. Ese proyecto, aprobado el año pasado, y que para la mayoría de los analistas consultados no es de momento la preocupación principal, se enfrenta a otro, que partiría de Qatar, pasaría por Arabia Saudita, Jordania y Siria, para desembocar en Turquía. Siria no es un país rico en materias primas, pero “sin embargo, puede ser un cruce importante para su circulación”, apuntó Kawakibi.

El sirio destacó que no hay que olvidar a la poco destacada sociedad civil que “sigue muy activa” en Siria, a pesar de los combates. Tampoco se puede obviar, que detrás de todos esos actores e intereses, los civiles son los primeros en sufrir el conflicto.