El papa Francisco arribó ayer a Río de Janeiro, Brasil, para encabezar la Jornada Mundial de la Juventud. “No tengo oro ni plata, pero traigo lo más precioso que me han dado: Jesucristo”, dijo el argentino Jorge Bergoglio al presentarse en Río, para luego dejar claro que no se trata de un viaje más, sino de una apuesta por recuperar a la juventud para el catolicismo. Ante la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, que lo fue a esperar al aeropuerto, enfatizó que albergar la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil forma parte de la estrategia para ampliar el alcance de la Iglesia Católica en el país con más católicos del mundo, pero que ve crecer a las religiones evangelistas, según consignó la agencia de noticias ANSA.

Rousseff le pidió que globalizara las acciones de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (como políticas de seguridad alimentaria y programas sociales que son replicados en América Latina y África). “Luchamos contra el mismo enemigo, la desigualdad”, afirmó la mandataria brasileña en su mensaje de bienvenida, en el que explicó que “la democracia exige más democracia y más inclusión”, al exponerle al papa su versión sobre las recientes manifestaciones populares, que también hubo ayer, aunque se trató, de acuerdo con varios medios, básicamente de movidas de organizaciones feministas contrarias a la llegada del pontífice.

Las crónicas indican que hubo una equivocación por parte de quienes ordenaron detener el auto del papa en su marcha rumbo a la catedral de Río. Fue a 200 metros del sambódromo, donde una multitud se le acercó para tocarlo y sacarle fotos, y hasta se bendijo a una niña llevada por su madre, que pedía limosna en un semáforo carioca. Luego de demorar 20 minutos por el embotellamiento -lo que enfrentó a la Municipalidad de Río de Janeiro con la Policía Federal en atribuirse la responsabilidad por el camino elegido-, el papa llegó en su Fiat a la catedral.