“Es por la forma de vestir. Yo usaba un gorro de visera y tenía el pelo verde. En el barrio salieron diciendo que era un campana porque no me veían nunca. No me veían porque trabajaba 12 horas”. El relato es de uno de los 370 asistentes al programa de los talleres de la Construcción y el Hábitat que se implementan mediante un convenio entre la UTU, la Intendencia de Montevideo (IM), la Facultad de Arquitectura y el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente.
En Cantera del Zorro las clases de electricidad arrancaron el 20 de mayo. Lunes y martes a las 15.30. Es 9 de julio y se acerca la hora; está a punto de llover, pero hay cero falta. En total son 14 varones. Tienen entre 16 y 57 años. Viven en La Tablada, La Teja, Casabó, Paso de la Arena, Belloni, Sayago Norte y Santa Teresa. Al llegar, el profesor Luis Romero es abordado por uno de sus alumnos, un treintañero, que le cuenta con entusiasmo que intentó el armado de un circuito en su casa y lo logró. El aula funciona en el merendero Sonrisas, en Coppetti y Alagoas.
Julio es el único de los asistentes que es vecino de Cantera. “Para mí es tranquilo, lo veo marginado por la droga. Hay muchas bocas. Hicieron esos mecanismos de la Policía de entrar a los barrios y saltó acá también. Hay muchos chicos a los que les ves la cara de pasta base, pero ellos no agreden, más bien están para revolver la volqueta o rastrillarte algo que dejaste en la cuerda. Hay muchas personas que vienen acá, como asistente sociales, hay un proyecto de drogas del gobierno, les están ayudando a leer y escribir. No creo que sea un barrio desatendido, creo que es un problema de familias muy carenciadas y de poca cultura. ¿Cómo te voy a decir?, acá hay muchos que son resabios. El problema es que necesitan ayuda y yo creo que se la están dando, pero no sé en qué cantidad. Lo otro que pasa es que las personas que están en muy bajo nivel muchas veces no quieren esa ayuda. Están marginados por la misma sociedad, que los ve y no los acepta...”.
Esta reflexión motivó la anécdota relacionada con el pelo verde y el gorro de visera, y el asunto de la vestimenta disparó otras. “A mí no me dejaron entrar al Montevideo Shopping. No podemos entrar con gorro ni lentes, está bien, pero hay maneras y maneras. Porque si vos me decís que son órdenes y vos estás más abajo, yo lo voy a entender, porque lamentablemente los que roban van vestidos como nosotros”. “A mí me dejaron entrar pero me seguían por todos lados. Tenía tres guardias atrás mío por todo el shopping. Si me van a seguir por todo lados porque tengo championes con resortes y gorro, entonces que no los vendan en el shopping”.
Los cimientos
Los alumnos no se conocían entre sí. Los unió el deseo de aprender, de querer tener un título, de encontrar una salida para hacer “changas” o reparaciones domésticas. “Muchos de ellos han trabajado en el área de electricidad y les faltaban conocimientos teóricos. Pero han avanzado mucho”, valora el profesor. “Salís con un aprendizaje diferente al que tenías. Yo, por ejemplo, estudié cocina y no sabía ni enchufar una lamparita, pero ahora gracias a Dios lo aprendí, y eso está bueno”, evaluó uno de los estudiantes.
“Cuando llegué a Montevideo -porque soy del interior- con 21 años, dije: ‘tendría que haber estudiado’. Tampoco había para mandarme a estudiar, porque en aquel entonces había que pagar el uniforme y no había... Cuando vi el anuncio de los talleres dije: ‘me gustaría aprender a estudiar’. No sabía qué, pero algo quería estudiar, porque nadie me impulsó y eso fue una macana. Quiero seguir estudiando esto más arriba, pero preciso el ciclo básico y no lo tengo”, se lamentó Julio.
Miguel Carvallo, referente de los talleres por la UTU que acompañó a la diaria durante las entrevistas, lo interrumpió para explicarle que al finalizar el curso se informaría sobre las propuestas para avanzar en secundaria y adelantó que el programa Rumbo le permitiría terminar el ciclo básico en una modalidad semipresencial.
La UTU siempre fue vista como una alternativa al liceo para quienes quieren obtener desde temprano algún tipo de formación más ligada al mundo del trabajo. A esto se suma que desde 2005 sus autoridades tienen una preocupación especial por que la formación vaya en la misma línea que los intereses de la comunidad en la que la institución aterriza. Las unidades de Capacitación y de Acreditación de saberes, por ejemplo, funcionan precisamente desde ese año. Su objetivo es brindar una formación que muchas veces no se ajusta a los estrictos parámetros de la educación formal, pero que sirve a las personas para capacitarse y para que el sistema les reconozca saberes que no necesariamente hayan sido aprendidos dentro de una escuela o un liceo.
El programa Rumbo, que funciona desde 2010 en torno a la UTU, apela a mecanismos inversos a los que utiliza la educación formal tradicional. Según explicó Ana Domínguez, su responsable, es una forma de transitar por la educación media básica (hasta tercero de liceo) en corto tiempo. La apuesta pedagógica no parte desde la rigidez de programas sino de los saberes de los receptores, desde los cuales los docentes configuran sus actividades. Rumbo surgió a partir de ciertos diagnósticos de los cursos de UTU que indicaban que, pese a que éstos eran útiles para quienes los cursaban, muchos de los alumnos no podían continuar con los estudios formales porque no contaban con los requisitos formativos necesarios. Los cursos tienen una modalidad semipresencial y se dividen en módulos, en los que los estudiantes avanzan pero no pierden lo acreditado si tienen que suspender la concurrencia. Una de las principales herramientas con las que cuentan es una plataforma virtual en la que se aprende a utilizar internet para el estudio y de esa forma se contribuye a alcanzar uno de los principales objetivos del programa: generar autonomías que permitan a las personas continuar con sus estudios sin depender de políticas públicas o impulsos externos.
Una de las opciones de la Unidad de Capacitación son los ya mencionados talleres de la Construcción y el Hábitat, que la UTU coordina con la IM. En diálogo con la diaria, Mariana Amaro, socióloga y coordinadora del programa desde la IM, explicó que los talleres surgieron en 2009 en el marco de proyecto Cuenca Arroyo Carrasco, que tenía financiamiento de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y la Unión Europea y cuya línea conceptual asociaba educación con trabajo. La creciente demanda, señaló, hizo que los talleres se expandieran, lo que llevó a que las ofertas de cursos de electricidad, sanitaria, construcción y autoconstrucción en 2010 se repitieran, ampliadas en dos ediciones, y se extendieran a otras zonas. Desde hace dos años, la difusión se realiza mediante los municipios capitalinos, lo que hizo que la oferta se quedara corta.
Amaro indicó que una de las “patas flojas” del programa es su diagnóstico y seguimiento, pese a que en 2011 se evaluó el impacto con los beneficiarios. Sin embargo, reafirmó que los cursos surgen por las demandas de los actores locales, que se supone que trasladan las necesidades de formación en la zona. A partir de este pedido, la UTU analiza cuántas veces se ha realizado ya el curso en determinada zona, cuál es el motivo para volver a impartirlo, y si es nuevo, cuál es el argumento para instrumentarlo.
Las ocho horas
Es lunes de tarde y una veintena de adolescentes de Bella Italia están ansiosos porque se van de paseo al Cerro. La ansiedad hace que no tengan muchas ganas de contar sus avances en el taller de construcción que se dicta en el centro juvenil que lleva el mismo nombre que el barrio. Pese al apuro, muestran un par de bancos y un muro que ellos levantaron, guiados por el profesor.
Uno de los referentes del centro juvenil subraya la importancia de este tipo de aproximaciones de la UTU a la comunidad, debido a que la mayoría de estos centros educativos están saturados y los jóvenes son derivados a barrios lejanos como Malvín Norte o Cerro.
Unos metros más adelante, en dirección a Canelones por la ruta 8, se llega a Los Hornos, donde funciona otro de los talleres de construcción de la UTU. A diferencia del de Bella Italia, a este centro concurren jóvenes de otros barrios, como Punta de Rieles y Barros Blancos. Tres baldes de arena, uno de portland y un poco de hidrófugo con agua es la receta para armar una buena mezcla para revocar una pared, les explica Hugo, el profesor. “Vamo’ que de acá arrancamo’ pa’ las ocho horas”, dice uno de ellos entusiasmado, pese a que no sabía que ese día iban a poner manos a la obra y por lo tanto no había ido con ropa acorde. Otro reconoció que era la primera vez que agarraba una espátula y prefirió que otro compañero, con un poco más de destreza que él, revocara lo que quedaba de aquella pared.
Hugo cuenta que en otro de los barrios asisten personas de más edad, lo que determina su forma de encarar el taller. Mientras que a los jóvenes les cuesta más concentrarse en los contenidos teóricos, con los más grandes pasa lo contrario, pero demuestran menos destreza en lo práctico. Además, cuenta que en Los Hornos es complicado mantener los materiales de trabajo, porque el salón comunal en el que trabajan pasa muchas horas sin gente. Es habitual que entren a robar y muchas veces tienen que acudir a vecinos y pedirles las herramientas para seguir adelante.
En Malvín Norte el panorama es un poco distinto. El lugar es el Centro de Referencia Barrial Boix y Merino, que queda a unos metros de la UTU del barrio y fue construido a partir del realojo de un asentamiento. Allí se juntan vecinos para hacer asambleas, festejar cumpleaños o ver partidos de la celeste. Al taller de construcción concurren personas de edades y barrios variados. Sólo hay dos adolescentes que son de ahí; una quiere estudiar peluquería y el otro todavía no sabe a qué se quiere dedicar, pero ambos llegaron al taller por intermedio del programa Jóvenes en Red. Sin embargo, quien sobresale es Mariela, una vecina de más de 60 años que lleva puestos unos guantes de goma rojos mientras sostiene la puerta que están tratando de armar y está entusiasmada con la construcción de un parrillero para el centro. Según cuentan los coordinadores del programa, ella misma se encarga de ir a buscar a los jóvenes cuando empiezan a faltar y los incentiva a seguir adelante.
Carvallo enfatiza que desde la UTU se busca que este tipo de talleres nucleen a personas de distintas edades y barrios, como forma de generar diálogo social. También dijo que los motivos por los que los asistentes se arriman a los talleres son diversos. Para ilustrarlo, mencionó el caso de un señor que se acercó con la intención de aprender a construir un muro porque alguien había entrado a robar a su casa. Así como él, también había llegado al lugar quien le había robado, lo que generó una situación de tensión, que fue resuelta con la intervención de una trabajadora social.
La mayoría de los beneficiarios con los que la diaria tomó contacto durante la recorrida manifestó su deseo de continuar perfeccionándose en el oficio mediante un bachillerato o en la UTU, algo que se considera un logro del programa, uno de cuyos objetivos es justamente la revinculación con el sistema educativo. No obstante, carece de un mecanismo de seguimiento que permita conocer cuántos de los que manifestaron esa voluntad efectivamente la concretan y la mantienen en el tiempo. “Es la pata floja de éste y muchos programas. Estamos en conversaciones con la Dirección Nacional de Empleo para ver cómo podemos hacer. La clave es tenerlo presente como una debilidad y cómo trabajamos para destrabarlo”, explica Amaro.
Dobles filos
El diseño, la elaboración y la ejecución de políticas públicas está atravesado por tensiones que se generan a partir de visiones académicas, de las diferentes demandas y de decisiones políticas. Partiendo de esta premisa, Amaro entiende que las políticas sociales en Uruguay están marcadas por un “exceso de programas”. “Estamos en una época de programismo. No digo que sea voluntario, pero en la práctica, con ese bombardeo, vas aplastando al sujeto. En lugar de verlo como un sujeto activo capaz de producir su propio desarrollo, se lo ve como un sujeto recipiente de políticas. Es cierto que hubo un quiebre en 2005, pero hay que ir por más”, estimó.
La socióloga entiende que la aparición del Ministerio del Interior como rector -en conjunto con el Ministerio de Desarrollo Social- de políticas sociales orientadas a la población más vulnerable mediante el plan Siete Zonas es un dato sustantivo en sí mismo. “Parte de un preconcepto, la asociación directa entre la delincuencia y la pobreza. Es una concepción que tiene la gente y que la recogió el Estado, eso es lo más loco. ¿Es una estrategia política o hay un convencimiento? Ojalá sea una estrategia política para conseguir adeptos, porque si hay un convencimiento estamos en problemas. La delincuencia está en todos los barrios. Eso lo vemos en los informativos, porque robar, roban en todos los barrios. ¿Entonces, qué? ¿Queremos ir al lugar donde viven los delincuentes? ¿Dónde están los marcos de solución? Porque si fuera por un tema de delincuencia y delitos graves, instalemos un plan de zonas en Paysandú”, señaló, en alusión al procesamiento del ex secretario general de la intendencia sanducera en un caso de explotación sexual comercial de niñas y adolescentes.
Amaro opina que es un “enfoque equivocado” homogeneizar zonas sin atender sus particularidades. “Con Siete Zonas retrocedemos tres casillas, porque es una política focalizada. Ya pasamos esa etapa con el Plan de Asistencia Nacional a la Emergencia Social: tenía una cuestión de impacto puntual y retirada. Una focalización rinde cuando se trata de algo muy puntual, de corto plazo. Pero este plan no está planteado así, está planteado como una cuestión de permanencia, y si una política focalizada permanece en el tiempo es muy probable que termine siendo una política estigmatizadora. Esto lo que hace es poner un techo a la persona: ‘son los que necesitan ser ayudados, los que necesitan de otro para salir’. Empieza a velar los activos, lo que las personas tienen que movilizar para salir de esa situación. Los programas que tienen un corte de discriminación positiva marcan para ayudar, no para lastimar”.