Gracias a él Irán tiene hoy esperanzas de dejar de ser el “malo” de la película en el tablero internacional. Su estilo cordial, sonriente y diplomático marca un quiebre con el tajante de su antecesor, el conservador Mahmud Ahmadinejad. Hassan Rouhani, electo en junio con 18,6 millones de votos (50,68%) en primera vuelta, seduce a los representantes occidentales y aunque aún hay desconfianza, desde que asumió la presidencia en agosto muchas cosas cambiaron.

Por ejemplo, habló por teléfono con su par estadounidense, Barack Obama (desde 1979 ningún mandatario iraní había tenido un contacto similar). Retomó las negociaciones por el asunto nuclear y desde la semana pasada su país volvió a tener acceso, por un período de seis meses, a unos 4.200 millones de dólares de fondos que estaban bloqueados por sanciones internacionales en su contra. No es nada en relación con los 30.000 millones de dólares que quedan congelados cada mes y con los 100.000 millones de dólares que tiene en el exterior y a los que no puede recurrir.

Estos pequeños avances, que para un país ahogado por las sanciones son enormes, fueron posibles a partir de que empezó a detener el enriquecimiento de uranio al 20% y a destruir sus reservas. Rouhani ya había mostrado sus talentos de negociador en 2003, antes de que la llegada de Ahmadinejad dejara las negociaciones en la nada. Analizando el recorrido de Rouhani, parecía poco probable que llegara a ser el responsable de devolverles la esperanza a muchos jóvenes y fue, de hecho, el candidato de los reformadores, aunque sólo es un conservador moderado.

Rouhanito

El actual presidente de Irán se crió 200 kilómetros al este de Teherán, en la localidad de Sorjé, provincia de Semnán, donde nació hace 65 años. Según publicó en Twitter (tiene una cuenta muy activa, aunque la mayoría de sus compatriotas no puede acceder normalmente a esa red social), a los 11 años trabajaba en un taller en el que se tejían alfombras. Entonces se llamaba Hassan Feridon.

Uno o dos años después (las versiones difieren) ingresó por voluntad de su padre a un seminario en la ciudad de Qom. Fue entonces que se despertó su simpatía con las ideas de los revolucionarios, opuestos a la dinastía liderada por el shá de Irán, Mohammad Reza Pahlevi. También es ahí que alcanza el título religioso chiita de hojatoleslam y se cambia el apellido a Rouhani, cuya significado sería “miembro del clérigo”.

Con 18 años cruzó clandestinamente la frontera e ingresó a Irak, donde el fundador de la República Islámica, el ayatolá Jomeini, estaba exiliado, para conocerlo, ya que lo admiraba. En paralelo a sus estudios universitarios, continuó los religiosos, en el marco de los cuales recibió las enseñanzas de ayatolás considerados “prestigiosos”.

También estudió Derecho, primero en la capital iraní, Teherán, luego en la ciudad escocesa de Glasgow, donde cursó un máster y empezó una maestría sobre derecho constitucional que terminó muchos años más tarde, en los 90. La tesis de su maestría se llama “El poder legislativo islámico” y la de su doctorado, “Flexibilidad de la charia, la ley islámica”.

R de Revolución

Rouhani era afín a la ideología de Jomeini, opuesto a la modernización que buscaba imponer el shá. A los 17 años ya había recorrido su país para difundir las ideas de su maestro exiliado y criticar a la monarquía. Con 29 años, fue el primero en designar a Jomeini, en una prédica, con el título de imán, con el que se lo siguió identificando en su país. Eso le valió ser perseguido por el gobierno y fue al exilio por unos años, en los que se dedicó a sumar aliados a su causa entre los estudiantes iraníes residentes en Francia y Reino Unido.

Además de su capacidad para persuadir a sus interlocutores y ejercer la diplomacia, características que comenzaban a desarrollarse, demostró tener facilidad para los idiomas. El persa es su lengua materna, pero también maneja muy bien el inglés, el francés, el alemán, el ruso y el árabe.

Según el diario francés Le Monde, en 1978 Rouhani estuvo con Jomeini en la localidad de Neauphle-le-Château, cerca de París, donde creó fuertes vínculos con otros de sus seguidores.

Cuando en 1979 triunfó la Revolución que impulsaba, Rouhani regresó a su país, lo que le costó que Occidente le perdiera la confianza. El shá era aliado de las principales potencias mundiales y con su exilio comenzó el aislamiento internacional de Irán. Rouhani acumuló los cargos de gobierno en su país, en donde la jefatura de Estado estuvo a cargo primero de Jomeini y, luego de su muerte, en 1989, de Alí Jamenei, ambos con el cargo de Líder Supremo.

Pero además fue diputado durante 20 años, entre 1980 y 2000. Desde 1992 hasta que dejó su escaño, fue vocero del Poder Legislativo.

Durante la guerra entre Irán e Irak (1980 y 1988), Rouhani integraba el Consejo Supremo de Seguridad Nacional y, por lo tanto, asumió varios cargos militares, entre ellos el de comandante del Sistema de Defensa Aérea (1986-1991), y presidió el comité ejecutivo del Consejo Superior de Soporte Bélico en 1987 y 1988.

Cuesta arriba

A partir del ascenso de Jamenei, su actividad política estuvo aún más centrada en la defensa y la seguridad. En cuanto asumió, el nuevo líder supremo lo nombró secretario general del importantísimo Consejo Supremo de Seguridad Nacional, cargo que ocupó durante 16 años.

Esto muestra hasta qué punto el máximo dirigente iraní confía en Rouhani, aunque Jamenei tiene fama de ser muy conservador y riguroso, algo que no se desprende de la personalidad del actual presidente. Además, mientras que el ex presidente reformador Akbar Hashemi Rafsanjani (1989-1997), con el que Rouhani tiene fuertes vínculos por haberlo conocido en el exilio, cayó en desgracia, la relación entre el líder supremo y Rouhani se mantiene intacta.

Pero no es el caso del vínculo entre Jamenei y Rafsanjani; como prueba, la candidatura de este último, que era una de las principales apuestas de los reformistas, fue vetada. Ese veto fue uno de los motivos de la elección de Rouhani, ya que recibió el apoyo de Rafsanjani y, finalmente, de todo el sector reformador.

Esa función lo puso al frente de las negociaciones con Occidente, cuando se descubrió que Irán estaba desarrollando actividades nucleares clandestinas. Fue entonces que el mundo descubrió al Rouhani negociador. En 2003, el ahora presidente había prometido suspender el enriquecimiento de uranio, pero las negociaciones se dilataron, en particular, por la oposición de los sectores más conservadores.

En aquel momento fue que el entonces alto representante para Política Exterior de la Unión Europea, Javier Solana, se formó la mejor de las opiniones sobre Rouhani, al punto de haber sido la única figura pública occidental cuya presencia se destacó en el acto de asunción, en agosto. “Firmamos un solo acuerdo con Irán y fue gracias a Rouhani. Su elección es un hecho mayor. Miré todos los debates televisivos en los que participó [durante la campaña] y fue muy valiente”, dijo Solana a Le Monde. El europeo pudo haberse referido, por ejemplo, al momento en que tachó de “mentiroso” a uno de los dirigentes de la Televisión Nacional, ultraconservador. El periodista Hassan Abedini lo había acusado de frenar, con los acuerdos que propició, el desarrollo de la energía nuclear en Irán. El ex embajador alemán en Irán Paul von Maltzahn (2003-2006) dice de él que “siempre le dio la impresión de ser sincero e íntegro”.

Pero además, Rouhani defendió la adopción de una “carta de los derechos humanos” en su país, y fue el único de los candidatos que habló del tema. También pidió que ya no haya presos políticos y abogó por una mejor conectividad, en un país donde la red está bajo control estatal. Sin embargo, él usa sin restricción Twitter desde antes de ser candidato y con su elección, sus seguidores se multiplicaron y ya tiene casi 170.000. Publica fotos regularmente y cuando en noviembre habló con Obama, lo anunció por Twitter y publicó una foto en la que transpiraba felicidad (http://ladiaria.com.uy/UDg).

Desde que asumió se dedicó más que nada a tratar de aliviar las sanciones internacionales, y de momento parece estar en buen camino, ya que los inspectores occidentales aseguran que el país cumple con los compromisos que suscribió en noviembre, tres meses después de asumir.