En el nuevo Senado estadounidense los republicanos ocuparán, como mínimo, 52 de las 100 bancas. Ayer todavía faltaba que se atribuyeran otras tres, una de las cuales se definirá en segunda vuelta. El dominio del Partido Republicano en el Senado se suma al que ya ejerce sobre la Cámara de Diputados, desde 2011, y que reafirmaron en las elecciones parlamentarias del martes, en las que ganaron 241 de las 435 bancas.

En las elecciones de gobernadores de varios estados también ganaron los republicanos. Fueron electos sus candidatos en 24 de los 36 estados en los que se votaba, y los demócratas, que ganaron en los otros ocho, perdieron así cuatro gobernadores. En cambio, se adueñaron de un estado republicano, Pensilvania, uno de los pocos en los que hizo campaña el presidente Barack Obama.

La victoria republicana estuvo muy cerca de ser redonda. Lograron la reelección 17 de los 19 gobernadores republicanos que la buscaron, y sólo fueron reelectos seis de los nueve demócratas postulados. En total, de los 50 estados, 31 estarán gobernados por republicanos y 15 por demócratas, mientras que los otros cuatro serán liderados por partidos menores. En otros cargos, uno de los republicanos que ganó el martes fue George Prescott Bush, sobrino del ex presidente George W Bush, que fue electo comisionado de Tierras en Texas. En cambio, el demócrata Jason Carter, nieto de Jimmy Carter, no logró ser electo gobernador de Georgia.

Asiento compartido

La situación de Obama no es una excepción. Los últimos tres presidentes estadounidenses que fueron reelectos terminaron con el Congreso en contra: los republicanos Ronald Reagan (1981-1989) y George W Bush (2001-2009) vieron cómo perdían la mayoría en ambas cámaras en las elecciones legislativas que se realizaron dos años antes de que terminaran sus mandatos. Al demócrata Bill Clinton (1993-2001) eso le ocurrió ya en las primeras legislativas que se realizaron durante su administración, en 1994.

En estos dos últimos años de mandato, Obama tendrá un Congreso contrario a sus iniciativas, y se le abren dos posibilidades: acordar o gobernar por decreto. En el terreno de los acuerdos podrían destacarse las iniciativas dirigidas a Tratados de Libre Comercio y a reformas tributarias, ámbitos en los que republicanos y demócratas tienen algún punto de acuerdo. Sin embargo, deberá olvidarse de esta vía para una de las promesas más importantes de su segundo mandato, la reforma migratoria, que ni siquiera pudo aprobar cuando los demócratas eran mayoría en ambas cámaras.

Ayer, en conferencia de prensa, Obama anunció que planea avanzar hacia una reforma migratoria mediante acciones ejecutivas si el Congreso no aprueba un proyecto de ley al respecto. “Lo que no haré es sentarme a esperar”, dijo.

El portavoz de la Casa Blanca Josh Earnest afirmó más temprano que Obama “va a seguir buscando socios en el Capitolio, demócratas o republicanos, que estén dispuestos a trabajar en políticas que beneficien a la clase media”.

“No espero que el presidente se despierte mañana y vea el mundo de manera diferente de lo que lo hizo cuando se despertó esta mañana. Él sabe que yo tampoco lo voy a hacer. Pero sí tenemos la obligación de trabajar juntos en cuestiones en las que podemos estar de acuerdo”, dijo el líder de la nueva mayoría del Senado, Mitch McConnell, tras ser reelecto parlamentario en Kentucky.

McConnell será uno de los principales interlocutores de Obama junto al líder de la bancada opositora en Diputados, John Boehner, con quien el presidente ha alcanzado algunos acuerdos. Ambos pertenecen al ala moderada del Partido Republicano, y McConnell, ya en su primera presentación como líder de la mayoría opositora en el Senado, se ocupó de extenderle una mano a Obama en varios tramos de su discurso. “No porque tengamos un sistema bipartidista debemos vivir en un conflicto perpetuo”, dijo.

Camino a seguir

Los republicanos ganaron, pero a partir de ahora se abre un interrogante acerca de si el partido logrará mantener la unidad y el equilibrio interno que debe mostrar para volver a la Casa Blanca: “En noviembre tenemos que poner a nuestros mejores jugadores en la cancha, evitando hacer cosas con las que podría parecer que no somos lo suficientemente adultos como para gobernar”, decía McConnell meses antes de las elecciones.

Era la época en la que los republicanos intentaban, dentro de su partido, hundir las candidaturas más radicales y promocionar las moderadas. Los elegidos fueron preparados en sesiones maratónicas, en las que se incluyeron simulaciones de debates, ensayos de discursos y videos en los que les mostraron los peores errores de campañas de los últimos años, incluidos algunos de Sarah Palin. “No les enseñamos qué creer, sólo cómo hablar, cómo decir las cosas una vez que la cámara está encendida”, aclaró McConnell.

Las disputas internas en el Partido Republicano fueron las que permitieron que el año pasado la administración dejara de funcionar durante algunos días, porque no tenía fondos para seguir activa y no se le aprobaba el presupuesto: en ese entonces, los republicanos del Tea Party presionaron de tal forma que el cierre no pudo ser evitado ni siquiera por la unión de demócratas y republicanos moderados, con Boehner a la cabeza.

“Los líderes republicanos tendrán que dominar a correligionarios intimidantes, como el senador Ted Cruz”, quien impulsó que se detuviera la administración el año pasado, escribió ayer uno de los editores de The Washington Post en una columna de opinión. Dos corrientes chocan dentro del Partido Republicano: los moderados y el Tea Party. Estos últimos se han reunido bajo el ala de Cruz, que participó personalmente en las campañas de varios de los candidatos en las elecciones del martes, algunos de los cuales ganaron.

El líder del Tea Party ya puso en duda, por ejemplo, su apoyo a que McConnell siga siendo el líder de la bancada republicana en el Senado, y ya anunció que en los primeros días de la nueva legislatura impulsará un proyecto para derogar la reforma sanitaria de Obama; de llegar a la Casa Blanca, éste enfrentaría el veto de Obama.

Desde la otra corriente republicana, el diputado Peter King se refirió a Cruz. “Es la última persona a la que deberíamos escuchar [...] No olvidemos que el año pasado llevó a los republicanos al borde del precipicio”, agregó, refiriéndose a la baja en la popularidad republicana tras el cierre de la administración.

El principal reto para ambos sectores del Partido Republicano es conciliar estrategias distintas: la del Tea Party es bloquear las iniciativas de Obama, mientras que la de los moderados es mostrarse como una alternativa eficaz con miras a 2016.