Liberales y conservadores gobiernan el país, sin excepciones, desde la formación de la República de Colombia, en 1886. Lo han hecho en gobiernos del Partido Liberal (PL) y del Partido Conservador (PC), o desde alianzas entre ellos -Frente Nacional- o entre algunos de sus sectores: Unión Republicana o Partido Nacional. El PC fue el principal partido desde la fundación de la república hasta la dictadura militar, que contó con su respaldo y se extendió desde 1953 hasta 1958.

Desde ese entonces es el PL el que ha tenido más períodos de gobierno: siete frente a cuatro. Esta diferencia aumenta a diez frente a cuatro si se considera que Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos provienen de ese partido. Pero atribuir a Uribe y Santos solamente la chapa de liberales sería injusto. Sus candidaturas y sus gobiernos contaron también con el respaldo del PC, en mayor o menor medida.

Así como los partidos formaban alianzas, también sufrían divisiones, que llevaron, por ejemplo, a que en 1998 dirigentes escindidos del PL formaran Cambio Radical, mientras en el PC se multiplicaron las corrientes, que actualmente se contabilizan en más de una decena.

En este contexto nació, como una agrupación “a la carta”, el Partido Social de la Unidad Nacional, conocido como el Partido de la U, para respaldar la reelección de Uribe y luego postular la candidatura de Santos. La base del Partido de la U es liberal, pero cuenta con varias personalidades del PC.

Los límites entre los partidos se fueron diluyendo y ahora se puede dividir a los dirigentes entre “uribistas” y “santistas”, más que entre liberales y conservadores. Una tercera categoría es la de aquellos que están convencidos de que los partidos deben mantener la independencia respecto de estos dos dirigentes y nombrar candidatos propios.

Poco conservadores

Estas diferencias partidarias se hicieron notorias en la Convención del PC, en la que se debía votar si se elegía a un candidato propio o se apoyaba a Santos. Hubo silbidos, gritos, insultos, acusaciones de fraude y una clara advertencia por parte de quienes respaldaban la opción reeleccionista, entre ellos el senador Efraín Cepeda, quien dijo: “No acataremos la decisión que tome la Convención”.

Los “santistas” se retiraron de la votación y los “uribistas” votaron por aliarse al candidato del ex presidente, pero eran pocos. Finalmente ganó la posibilidad del candidato propio: Marta Lucía Ramírez, que fue ministra durante los gobiernos de Uribe y Andrés Pastrana. En el discurso que dio, antes de que se votara su designación como candidata, Ramírez aseguró que Santos intentaba “cooptar” al PC y que había que tener un candidato propio “por honor”, porque si no el partido desaparecería.

Pero los conservadores santistas cumplieron con su palabra y apelaron el resultado de la votación ante el Consejo Nacional Electoral, lo que demoró por tres meses la designación de Ramírez, que se concretó recién a fines de abril. Antes, la candidata conservadora lideraba actos y brindaba discursos, pero no sabía si llegaría al 25 de mayo, aunque decía que confiaba en Dios y que sí lograría llegar a las elecciones.

Por supuesto que Ramírez no cuenta con el respaldo de todo el PC. Dirigentes conservadores históricos, como el ex presidente Pastrana o el líder partidario, Omar Yepes, han advertido a los santistas que los estatutos castigan la doble militancia con la expulsión y la pérdida de la investidura parlamentaria que hayan logrado como candidatos del PC en las elecciones legislativas de marzo.

Las advertencias sirvieron de poco en las elecciones pasadas, cuando hubo debates similares y la Convención conservadora optó por otra candidata propia, Noemí Sanín, en lugar de apoyar a Santos. Sanín obtuvo un exiguo 6,3% de respaldo: 893.819 votos, por abajo de la barrera psicológica del millón de votos.

Las encuestas anticipan que en estas elecciones Ramírez obtendrá entre 8% y 11% de los votos. En las tiendas conservadoras reconocen que es difícil que el partido alcance el 14% que logró en los comicios legislativos de marzo, en especial porque en las elecciones parlamentarias no existía la necesidad de definirse como santistas o fieles al partido, ya que desde el comienzo del mandato de Santos la bancada conservadora forma parte del pacto Unidad Nacional, que respalda al Ejecutivo.

Santistas a pleno

“Bienvenido, señor presidente Juan Manuel Santos, a su casa, a la casa de sus ancestros, a la que usted por muchos años de su lucha política ayudó a construir. Presidente, bienvenido de regreso al glorioso Partido Liberal Colombiano, su partido, el de siempre”. Con esas palabras recibía el presidente del PL, Simón Gaviria, a Santos en la reunión de la Dirección Nacional en la que se decidió acompañar su candidatura a la reelección.

Palabras de paz

“A mí me entristece que el candidato-presidente [Juan Manuel Santos] esté utilizando la paz políticamente, porque es algo más importante que cualquier elección”, dijo Enrique Peñalosa en una entrevista reciente. Tanto el candidato de Alianza Verde como la de Polo Democrático Alternativo, Clara López, respaldan la continuidad del proceso de paz en La Habana y se han ocupado de subrayar que no es necesaria la reelección de Santos para garantizar esas conversaciones, tal como da a entender 
el mandatario.

La candidata conservadora Marta Lucía Ramírez ha dicho que continuaría con el proceso, pero se muestra escéptica acerca de si las FARC tienen una verdadera voluntad de alcanzar la paz. En cambio, el ex presidente Álvaro Uribe, y por lo tanto su candidato, Óscar Iván Zuluaga, consideran que las conversaciones de La Habana deberían cancelarse y no ser retomadas hasta que no haya una victoria militar sobre 
la guerrilla.

Ante una campaña que se perfila como un “mano a mano” entre Santos y Zuluaga, varios analistas han señalado que la cuestión de las conversaciones de paz se convertirá en el centro del debate, y que una eventual segunda vuelta entre ambos sería prácticamente un referéndum sobre este tema. Esto podría beneficiar la opción reeleccionista, ya que la mayoría de los colombianos respaldan el proceso de paz, pero Zuluaga podría aprovechar la incertidumbre que existe sobre puntos no menores, como qué justicia se aplicará a los guerrilleros desmovilizados o qué reparación habrá para las víctimas de la guerrilla.

Además, el PL hizo hincapié en la necesidad de continuar el proceso de paz entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Santos ha enfocado su campaña casi exclusivamente en esas negociaciones, y algunos de sus asesores de campaña han considerado, en declaraciones a distintos medios, que éste podría ser un aspecto por el que su intención de voto ha caído. Los mismos asesores manifestaron que están preparando un cambio de estrategia, porque la paz ocupa actualmente el sexto lugar entre las preocupaciones de los colombianos, y los temas que encabezan la lista son la seguridad interna y el empleo. De hecho, en el lanzamiento de los tres pilares de campaña, Santos destacó que trabajará para atender la inseguridad ciudadana, el desempleo y para impulsar la educación, la vivienda y la salud.

Entre los liberales no había muchas diferencias sobre el camino a seguir. La posibilidad de un candidato propio estaba descartada desde el primer momento, sobre todo porque la mayoría considera que Santos es ese candidato. Los militantes del PL ya no se consideran cercanos a Uribe, en gran medida porque cuando el ex presidente comenzó a marcar su distancia con el gobernante sus seguidores se fueron con él y salieron del partido.

En paralelo al distanciamiento entre Uribe y Santos, los uribistas fueron cambiando de tiendas. De esos sectores nació lo que primero fue el Puro Centro Democrático, después Centro Democrático y, por un breve período, Uribe Centro Democrático (renombramiento que se descartó porque el Consejo Nacional Electoral no lo aceptó).

Por medio del Centro Democrático, Uribe demostró que su liderazgo político mantiene la fuerza al lograr 14,2% de los votos en las elecciones parlamentarias -sólo 1,4% menos que el Partido de la U- y, por lo que indican las encuestas, también logrará transmitir su popularidad histórica a su candidato, Óscar Iván Zuluaga. Éste se viene perfilando en estas últimas semanas como el más duro contendiente de Santos, e incluso una encuesta publicada hace unos días le daba la victoria en una eventual segunda vuelta del 15 de junio frente al presidente. En las encuestas que se han publicado desde fines de abril, el candidato uribista oscila entre 15% y 22% de intención de voto, y su crecimiento ha sido de entre 6 y 8 puntos 
porcentuales.

Los sondeos indican que Zuluaga le quitó al candidato de Alianza Verde, Enrique Peñalosa, el lugar en la segunda vuelta, y se considera que, al ser uno de los candidatos más desconocidos, cuenta con un mayor margen de crecimiento. No así el presidente, cuya intención de voto está bajando un poquito cada mes, entre 0,5% y 2%.

Zuluaga tiene a su favor una reciente reconciliación con otro sector del uribismo, el de Francisco Santos, ex vicepresidente de Uribe y primo del actual presidente, quien fue derrotado en las internas del Centro Democrático pese a tener un respaldo popular mucho mayor al de Zuluaga. Tras esa derrota, Pacho Santos se llamó a silencio y luego cuestionó la legitimidad de la elección de su contendiente, pero esos cuestionamientos quedaron atrás la semana pasada, cuando ambos se reconciliaron.

Alternativas

Enrique Peñalosa, el candidato de Alianza Verde, el ex alcalde de Bogotá, uno de los protagonistas de la ola verde de Antanas Mockus, tuvo su momento de fama, pero luego quedó relegado a un tercer lugar. Parecía que iba a repetir la hazaña, las encuestas lo perfilaban como candidato a competir en segunda vuelta, con una intención de voto de entre 11% y 16%. Pero el crecimiento de Zuluaga lo dejó por el camino, y su campaña comenzó a desaparecer de los titulares de los diarios.

El candidato sostiene que la suya es una campaña de David contra Goliat, porque no tiene una maquinaria partidaria fuerte que lo respalde, pero analistas, e incluso algunos de sus asesores de campaña, señalan que hay algo más. Según el portal Silla Vacía, en tiendas verdes varios miembros del equipo de campaña señalan que el candidato hace un intento tan grande por emitir un mensaje contrario a la “política barata” de la declaración rápida, que ha perdido la posibilidad de pronunciarse en momentos en que podía verse beneficiado. El mejor de los ejemplos es el de la semana pasada, cuando tanto la campaña de Santos como la de Zuluaga se vieron comprometidas en escándalos y Peñalosa no tuvo fuertes pronunciamientos.

Los cruces de declaraciones por los escándalos entre los dos candidatos que cuentan con mayores maquinarias electorales invisibilizan las campañas de los demás, que para colmo cuentan con menos recursos.

No es sólo el caso de Peñalosa, sino también el de Clara López, la candidata del Polo Democrático Alternativo, diezmado por la salida del alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y de varios dirigentes que se fueron a Marcha Patriótica, el movimiento de la ex senadora Piedad Córdoba, que participó en las elecciones parlamentarias de marzo. López lleva como compañera de fórmula a Aída Avella, que era la candidata presidencial de Unión Patriótica, un partido que tuvo en sus filas a ex guerrilleros y que sufrió en los años 90 el ataque de paramilitares que asesinaron a muchos de sus dirigentes. Avella se salvó al exiliarse y volvió a la política en 2013. Para entonces, la Justicia le había devuelto a Unión Patriótica el estatus de partido político, considerando que lo había perdido porque el asesinato de sus integrantes le había impedido alcanzar el umbral de votos exigido para mantenerlo.

La fórmula izquierdista reúne alrededor de 11% de la intención de voto, pero aparece a la baja, lo que demuestra que la alianza no tuvo un impacto electoral positivo. Pero desde el Polo no habrá un cambio de estrategia. “Vemos una guerra sucia preventiva que busca desmoralizar a una oposición que va en ascenso”, dijo uno de los principales asesores de López, su esposo, el ex concejal Carlos Romero. “Estamos seguros de que Clara va a la segunda vuelta”, agregó.