Con el objetivo de mejorar las relaciones con Brasil después del escándalo del espionaje, el vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, llevó personalmente a Brasilia una serie de documentos desclasificados y se los entregó a la presidenta Dilma Rousseff. En marzo el titular del Senado brasileño, Renan Calheiros, le había enviado a Biden una carta en la que le pedía que esos documentos se dieran a conocer y se entregaran a la Comisión de la Verdad, lo que se concretó hace dos semanas.

Los documentos fueron recibidos por Rousseff, revisados por Itamaraty y enviados a la Comisión de la Verdad, que el jueves los publicó en su página web. Los miembros de la Comisión no dieron trascendencia al contenido de los documentos, en especial porque incluyen información ya conocida, pero hicieron hincapié en que en éstos se reconoce la práctica de tortura en los centros de las fuerzas de seguridad de la dictadura, algo que no ha sido admitido por las Fuerzas Armadas brasileñas.

En este sentido uno de los cables, fechado en abril de 1973 y escrito por el encargado de negocios de Estados Unidos en Brasilia, Clarence A Boonstra, es especialmente explícito. En él se da cuenta de que hubo un dramático aumento de las detenciones por parte del Primer Cuerpo del Ejército, sobre todo de estudiantes universitarios, y que los detenidos “han sido sometidos a un intenso programa psicológico de exigencias [torturas] para extraer información sin dejar marcas visibles o duraderas en los cuerpos”.

Boonstra cuenta que a raíz de la información que ha trascendido en Brasil, parece haber dos formatos de tortura, que se aplican de acuerdo a si el detenido es un estudiante o una persona que podría colaborar con grupos “subversivos”, o si es un miembro activo de éstos. En el primer caso, se los detiene a punta de pistola, se los traslada escondidos en la parte de atrás del automóvil, se los deja desnudos en una habitación, que podía ser pequeña o refrigerada, con parlantes por los que se emiten gritos, sirenas o silbidos. Si esto no lograba que el detenido brindara información, se lo trasladaba a otra habitación, donde, por el piso de metal, se transmitía electricidad. “El individuo siente el shock, si bien es liviano en intensidad, al ser constante eventualmente se vuelve imposible de soportar”. Ésos eran algunos de los cuartos de “efectos especiales”, según los denomina 
Boonstra. El encargado de negocios considera que estos métodos, que no dejaban marcas, eran utilizados cada vez más en todo Brasil para evitar que las torturas fueran tan evidentes y empeoraran la imagen del gobierno dictatorial.

Estos sistemas no eran tan válidos a la hora de torturar a los “terroristas duros”, y en sus interrogatorios se utilizaban “los métodos viejos de violencia física”, que se intentaban disimular asesinándolos con disparos y haciendo pasar sus muertes como “enfrentamientos armados”.

En un cable anterior, de febrero de 1971, se cuenta que el canciller estadounidense William Rogers le manifestó a su homólogo brasileño Mário Gibson Barbosa su preocupación por la “represión y los duros métodos policiales”, con la aclaración de que consideraba que era una cuestión interna de Brasil. El estadounidense le recomendó a Gibson que hiciera algo para mejorar su imagen, porque la mala reputación estaba llegando a algunos círculos en Estados Unidos y podía dificultar la colaboración entre ambos países.