Un día antes de que se inaugurara la exposición, el jueves 9 de julio, la diaria concurrió al Museo de la Memoria, donde las artistas que llegaban desde Buenos Aires armaban la muestra Dibujos urgentes: dibujos y reflexiones en los juicios de crímenes de lesa humanidad 2012-2014. La exposición, compuesta por unos 80 de los 150 dibujos, nunca se había exhibido antes como tal. Sus autoras consideran esencial que este trabajo se muestre en “espacios de memoria”, y tienen previsto que después se traslade al Parque de la Memoria, en Buenos Aires.

Perfiles

María Paula Doberti es docente del Instituto Universitario Nacional del Arte, que lanzó la iniciativa junto a HIJOS. Empezó a ir a los juicios acompañando a sus alumnos que iban a practicar. Ella iba a “contenerlos”, no a dibujar. Después el proyecto siguió y se invitó a artistas, marco en el que se sumó Eugenia Bekeris, a pedido de HIJOS.

“Desde siempre”, Doberti ha preferido trabajar en colectivo en relación con la identidad y la memoria, aunque nunca integró ninguna organización militante específica. Para ella, esto se debe a que “atravesó” la dictadura, que la “marcó”. Su familia era “militante”, siempre supo “de qué se trataba” y aprendió a “callarse la boca” mientras veía a sus padres quemar libros en la cocina y proteger a personas requeridas.

Bekeris considera que el arte no puede dejar de estar “comprometido”. Ella viene “de otra historia, la del genocidio nazi”, y la dictadura también la golpeó personalmente. Por entonces era estudiante universitaria, estuvo detenida y tiene “un montón de compañeros desaparecidos”.

Considera que gracias al arte recuperó la palabra y la identidad. Mediante una instalación llamada El secreto rompió el tabú familiar respecto del exterminio de sus antepasados en Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial (www.eugeniabekeris.com.ar).

En una mesa del sótano, Bekeris y Doberti mostraron una serie de dibujos, hechos en hojas de cuadernos A4 -todavía se veían las marcas de las espirales- más o menos amarillas. Algunos estaban enmarcados, con un sencillo borde negro, muy sobrio, y otros todavía no, porque el trabajo de exponerlos estaba en proceso.

En varias de esas hojas, aparecían testigos uruguayos, la mayoría retratados durante la causa del Plan Cóndor, que continúa. Las imágenes y los apuntes que los acompañan fueron hechos con lápiz gris de grafito. Sobre la presencia de texto junto a las imágenes, Doberti explicó que hay una parte que es información práctica -el nombre de las personas, el juicio, la fecha-. A ésta se suman los apuntes que “cuentan”. Por ejemplo, Doberti mostró el retrato de un testigo uruguayo al lado del cual se lee, entre comillas, “me hacen el submarino en un balde”. Acerca de esa frase, Doberti se preguntó: “¿Cómo voy a dibujar eso?”. Se podría dibujar la escena, pero “no tenés tiempo, es un instante”, explicó.

De todas maneras, Bekeris remarcó que el objetivo no era “hacer metáforas”, sino “tomar documentación”; no disparar su imaginación, ni interpretar. “Son esos lugares en que el límite entre el arte y el documento de memoria son híbridos”, dijo Doberti. A su vez, Bekeris explicó que pusieron su arte al servicio de la memoria.

Dibujos vividos

Por sus lápices pasaron personas desconocidas y también víctimas y represores famosos, como el ex dictador Jorge Rafael Videla. El dibujo de este último que seleccionaron para exponer es de su última declaración, días antes de su muerte. Bekeris remarcó que el represor, condenado a cárcel perpetua en varios juicios por crímenes contra la humanidad, murió sentado en un water, cuando padecía una “gran diarrea”, en una cárcel común.

Sobre cada uno de los dibujos, las dos mujeres tienen una anécdota que contar. Las citas, y en algunos casos los sellos que luego les agregaron, sirven de apoyo para los cuentos.

La idea de dibujar sobre los juicios surgió de la decisión de un Tribunal Oral y Federal que prohibió que las cámaras los registraran para proteger tanto a los testigos como a las víctimas y a los victimarios. Debido a esa prohibición, la agrupación HIJOS y el Instituto Universitario Nacional del Arte de Buenos Aires invitaron a hacer dibujos de los militares acusados en los juicios y llamaron a esas sesiones “clases con modelos vivos en Comodoro Py”, por el nombre del Palacio de Justicia de la ciudad. Hoy la prohibición se aplica en algunos casos y de distintas maneras, pero además ahora hay gente dibujando.

Bekeris dijo sentirse orgullosa de ir a los juicios y consideró que estar presentes se convirtió para ellas en una “necesidad”. Destacó que optaron por hacer dibujos “rudimentarios, sencillos, básicos” para dar cuenta de algo muy importante, que tiene hasta una relevancia internacional, y que eso era “casi una mofa, una situación muy irónica”. Reflexionó, recordando el caso de Videla: “Estás frente al ideólogo de la desaparición de personas y de niños y lo estás dibujando cuando se está por morir”.

Incluso en los casos en que las cámaras tienen acceso, como en el juicio del Plan Cóndor, los fotógrafos y camarógrafos pueden entrar a la sala durante apenas cinco minutos, antes de que empiece la audiencia. En cambio, los dibujantes transmiten y dejan rastros de las emociones y parte del contenido a lo largo de los testimonios.

Doberti mostró el dibujo de un hombre que declaró por videoconferencia y que se iba encorvando, por lo que salía del marco de la cámara. Ella lo dibujó así, cortado, junto a la frase “ahora lo cuento y me sigo asustando”. Recordó que ese hombre declaraba ese día por primera vez en 30 años. “Hay una cosa en el aire que vos la sentís, terrible”, dijo.

Las dos artistas señalaron también que las personas van cambiando de actitud a lo largo de las exposiciones, que a veces duran varias horas. Como ejemplo, Bekeris habló del caso de un piloto de los vuelos de la muerte, Julio Poch, de 52 años, que al principio de su testimonio las sedujo. Doberti le comentó: “Me da miedo” y ella le respondió: “Te da miedo porque te está seduciendo”.

Escrache con lápiz

“Para nosotros, que tuvimos 30.000 desaparecidos, que esta gente sea juzgada [...] es un hito histórico que marca un antes y un después, y que pone en peligro los intereses de mucha gente que quiere largarlos a la calle”, dijo Doberti. La artista aclaró que se refería a líderes opositores como el ex kirchnerista Sergio Massa, Elisa Carrió, del Frente Amplio UNEN, y el ex presidente Eduardo Duhalde, peronista disidente, que en su opinión se presentan a las elecciones generales de 2015 “con consignas de reconciliación”.

Para ella, ilustrar los juicios es “una estrategia de lucha”, como los escraches. “Cuando no había juicios, la agrupación HIJOS dijo: “Si no hay juicios hay escraches’, y salieron a escrachar a todos los genocidas. En 2010 se abrieron los juicios. Entonces los escraches ya no tenían sentido y buscaron otra estrategia, relacionando el arte con la militancia”, dijo. De ahí surge esta iniciativa.

Doberti remarcó que en su país “el arte y la memoria siempre estuvieron relacionados”. Para ilustrarlo recordó el “siluetazo” del 21 de setiembre 1983, al final de la dictadura, en el que ella participó cuando tenía 14 años, y en el que se hicieron las siluetas que se dibujan alrededor de una persona acostada en el piso, y que representan a los desaparecidos. Fue una iniciativa de tres artistas (Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel) junto con la organización Madres de la Plaza de Mayo (ver recuadro). Esa unión entre arte y movimiento social también ocurre en los escraches y en el movimiento de los Baldoseros por la Memoria y la Justicia, que marcan veredas con el nombre de personas que fueron asesinadas o secuestradas por la dictadura. Doberti, que hace arte callejero, agregó que si bien los baldoseros ponen esas marcas de memoria en distintos lugares del mundo, “las baldosas que hay en Buenos Aires son particulares”. Señaló que quienes las hacen “vienen del palo del arte”, aunque además trabajan con familiares, que les aportan datos acerca de los lugares en los que vivieron o fueron asesinadas esas personas.

Solas y acompañadas

Debido a su presencia habitual en las sedes judiciales, se establece un vínculo entre artistas y protagonistas de los juicios. Para Bekeris, su presencia era “intimidante” para los procesados, porque “ellos no saben bien quiénes somos”. Los tribunales habilitaron y acreditaron a los dibujantes.

En el caso, por ejemplo, del juicio por la apropiación de niños, la organización Abuelas de Plaza de Mayo, que era querellante, les facilitó una mesa para dibujar y luego ilustrar notas de la revista mensual de esa agrupación.

Doberti recordó que durante ese proceso judicial la sala era muy chica y había poca distancia entre ellas y los represores. “Una vez yo estaba dibujando a un apropiador [en base a lo que transmitía una pantalla], a una distancia así [señala el espacio que la separa del fotoperiodista Sandro Pereyra, que estaba a su lado presenciando la entrevista] y el tipo se dio vuelta, me miró y me echó una mirada que no me permitió seguir dibujando, como diciendo ‘¿qué estás haciendo?’”.

Bekeris tuvo una experiencia similar con el abogado de un “genocida”. La esperó en la puerta del tribunal y le clavó una mirada que ella interpretó como una amenaza. En esos casos las dos mujeres se sintieron un poco “a la intemperie”, a falta de una infraestructura que las amparara.

“A los apropiadores nunca nos acercamos”, aclaró Doberti. “Era evidente de qué lado estábamos nosotras ahí”, agregó. Las dos entraron al proyecto por separado, y con el paso del tiempo se acostumbraron a sentarse juntas para dibujar, compartir comentarios y aliviar la presión en los momentos más tensos de los juicios, muchas veces gracias al humor negro. Lo más importante era salir juntas del tribunal, para acompañarse. Sin embargo, su relato muestra que también se creó un vínculo con testigos y víctimas, y que su presencia y trabajo fue un apoyo para ellos.