Si hace unos meses les hubieran preguntado a los canadienses: “¿Ven a Justin Trudeau como su próximo primer ministro?”, probablemente habrían dicho que no. Bajo la sombra de la poderosa figura de su padre, conocido como el líder que “modeló el Canadá moderno” y que hizo del federalismo, el bilingüismo y el multiculturalismo un sello propio, el nombre de Justin Trudeau surgió con debilidad en el ámbito político del país. Incluso durante la campaña, este dirigente -de 43 años- fue despedazado por los candidatos de la oposición, que lo describían como un intelectual mediocre, que aportaba más en estilo que en contenido y que aún no estaba listo para ocupar el puesto. Un spot publicitario del Partido Conservador, de hecho, atacaba su propuesta política y concluía con un “Buen pelo, de todas formas”.

Sin embargo, el nombre de Justin, quien dedicaba sus días a enseñar francés y a dar clases de snowboard, alejado del ambiente en el que se crio, poco a poco fue escalando con seriedad en el Partido Liberal. Fue elegido por primera vez como diputado en 2008 y luego en 2011 y, casi de manera natural, lideró el renacimiento de un partido que muchos daban por muerto, después de perder tres elecciones consecutivas desde 2006 y que en 2011, ante el conservador Stephen Harper, quedó arruinado, con sólo 34 diputados.

El domingo, el Partido Liberal obtuvo 39,7% de los votos emitidos y 183 de los 338 escaños de la cámara baja del Parlamento canadiense, con lo que logró la mayoría absoluta. En segundo lugar quedó el Partido Conservador de Harper, con 32,1% de los votos y 102 bancas; y en el tercero se situó el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático, con 19,2% y 42 diputados.

En un discurso que brindó minutos antes de la medianoche del domingo desde la ciudad de Calgary, Stephen Harper reconoció: “El resultado no era lo que esperábamos”. Pero dijo que “el pueblo nunca se equivoca”, y ofreció a Trudeau su “total cooperación” para tramitar la transferencia de poder, que normalmente dura entre diez y 14 días en Canadá. Casi en simultáneo, el presidente del Partido Conservador, John Walsh, anunciaba en un comunicado la dimisión de Harper como líder del partido.

Unos minutos más tarde, y a varios kilómetros de distancia, Trudeau se dirigía a una multitud desde el balcón de un hotel de Montreal y afirmaba que los ciudadanos decidieron que “es el momento para el cambio, el cambio real”. También afirmó que “Quebec está volviendo al gobierno de Canadá”, haciendo referencia a los 47 lugares del Parlamento que ganaron los liberales en Quebec, la provincia francófona en la que nació su padre y que es su propio feudo electoral, y a la importancia que esto tuvo en la victoria de su partido.

En el mismo discurso, Trudeau se comprometió a gobernar para “todos los canadienses”, marcando una diferencia tajante con las ampliamente criticadas políticas de división que llevó adelante Harper durante su mandato. Siguiendo esta línea, dijo que el “liderazgo es unir personas de todas las visiones”, y recalcó que Canadá es una construcción de emigrantes procedentes “de todos los rincones del mundo”, dueños de distintas creencias religiosas y una multitud de lenguas.