En los últimos meses, Guatemala se convirtió en tierra de sorpresas anunciadas. Por un lado, Otto Pérez Molina -el primer presidente desaforado en la historia del país- renunció a la presidencia y fue encarcelado, acusado de integrar una red de corrupción aduanera conocida como La Línea. A partir de entonces, quedó en la presidencia Fernando Maldonado, el vicepresidente que había reemplazado en el cargo a Roxana Baldetti, que también dejó su puesto, salpicada por el mismo caso de corrupción que involucró a Pérez Molina.

En este contexto, el pueblo guatemalteco festejó la renuncia de Pérez Molina y reflejó su necesidad de un cambio real el 6 de setiembre, cuando la mayoría de los votantes eligió a Jimmy Morales. Este candidato, con su eslogan “ni corrupto ni ladrón”, rápidamente se perfiló como un outsider de esa política cuestionada después de que estallara el escándalo de corrupción.

Morales nació hace 46 años en la capital de Guatemala y desde 2013 es el secretario general del partido Frente de Convergencia Nacional (FCN), formado por ex militares de derecha luego de finalizado el conflicto armado en el país, que enfrentó durante 36 años al Ejército de Guatemala con grupos guerrilleros y que dejó, según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico nombrada por Naciones Unidas, un saldo de 200.000 muertos, 45.000 desaparecidos y cerca de 100.000 desplazados.

En una entrevista con el diario madrileño El País, realizada a un par de días de la primera vuelta electoral, le preguntaron a Morales sobre su conexión con “los sectores más duros y sanguinarios del Ejército”. Respondió: “No es cierto. Es una campaña negra”. Agregó que si bien “el partido fue fundado por militares retirados”, actualmente “es una formación de personas de clase media, aunque hay ex militares, como en todos los partidos”.

Dos años antes de escalar en el FCN, iniciando su todavía corta vida política, Morales había sido propuesto como candidato a alcalde en el municipio capitalino de Mixco por el partido Acción de Desarrollo Nacional, pero obtuvo el tercer puesto. Si bien es licenciado en Administración de Empresas, empresario, productor, director de cine y televisión y profesor de teología, muchos guatemaltecos lo reconocen por su faceta de cómico, papel que desempeña desde hace 15 años.

Morales se planta como el simpático rostro de la antipolítica, como la bocanada de aire fresco en un país que pide a gritos una transformación, mientras los expedientes políticos de sus contrincantes en primera vuelta ya tenían algunas manchas: Torres fue criticada cuando era primera dama por las actitudes poco ortodoxas que tomó para llegar a la presidencia; el candidato que quedó tercero, Manuel Baldizón, se recibió de médico plagiando su tesis y tuvo que lidiar con acusaciones de corrupción en el seno de su partido. Pero detrás del personaje de Morales se esconden intereses definidos y respaldos poco claros -o peligrosos-, como el apoyo de los militares de línea dura.

En la misma entrevista con El País, Morales dijo que “un alto porcentaje” de su triunfo en la primera vuelta “es voto de castigo contra los otros partidos”, y dejó entrever los puntos que delinearán su gobierno, en caso de ser electo presidente. En este sentido, expresó su “rechazo” al matrimonio homosexual porque no cree “en eso y porque en Guatemala 97% de la población tiene un pensamiento ético cristiano”. Por lo tanto, aprobar una ley que lo permita “generaría desorden social”, explicó. Acerca de la despenalización del aborto dijo que “no es propicio para el pensamiento guatemalteco”, y cuando le preguntaron si legalizaría el cultivo de marihuana, replicó que “Guatemala no tiene nada que ver con Uruguay”. Sobre esto, indicó además que su país “es zona de tránsito y debería darse un consenso regional para hablar de estas cuestiones”, y que el sistema de salud ya “está colapsado por la enfermedad” de las drogas.

Por otra parte, señaló que, de ser presidente, su primera medida será “replantear el Presupuesto nacional para orientarlo a la salud, educación y desarrollo económico”. Para concluir, dijo que aunque “en Guatemala hacer política es arriesgarse a que lo maten a uno o a un familiar”, él no es “cobarde”.

La dama de nadie

Del otro lado del tablero, unos puntos más abajo pero con una pasarela política más extensa, está Sandra Torres, que si gana las elecciones del 25 de octubre se convertirá en la primera presidenta de Guatemala. Además de dirigente política, es licenciada en Ciencias de la Comunicación y empresaria textil.

Torres alcanzó el segundo lugar en las elecciones del 6 de setiembre en Guatemala y desplazó así al millonario Manuel Baldizón, que se perfilaba como favorito en las encuestas. Ella no nació en la capital sino en Melchor de Mencos, un municipio marginado de Petén, la provincia más grande de Guatemala y en la que casi la mitad de la población vive en la pobreza o en la extrema pobreza. Según su propio testimonio, crecer en esa situación despertó su conciencia social. En la década del 70, durante el conflicto armado en Guatemala, Torres se involucró en la guerrilla, aunque nunca tomó las armas, según contó. En 1999, junto a su entonces esposo Álvaro Colom, fundó el partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), de tendencia socialdemócrata. En 2008, Colom fue elegido presidente y ella asumió su rol de primera dama de manera muy activa. Hasta 2011, Torres fue más vicepresidenta que primera dama. De acuerdo con el ex ministro de Economía Alberto Fuentes Knight, ella asumió un papel equivalente al de un primer ministro y, además, presidía el Consejo de Ministros, acción que corresponde al vicepresidente.

Finalizado el mandato de Colom, trató de presentarse como candidata a la presidencia, pero debía superar las trabas constitucionales que impiden la postulación de parientes cercanos al presidente, por lo que tramitó rápidamente un divorcio. La estrategia fue calificada por los tribunales como “fraude de ley” y le impidieron presentar su candidatura. Ese año, su partido participó en las elecciones sin candidatos y Torres tuvo que esperar cuatro años más. Sin embargo, se desempeñó como coordinadora del Consejo de Cohesión Social, desde el que impulsó programas sociales y alimentó a miles de pobladores rurales -acciones que algunos etiquetaron como clientelismo político-, y desde 2012 ocupa el cargo de secretaria general de la UNE.

Sobre sus tareas como presidenta, si llegara a triunfar en el balotaje, Torres manifestó que su “prioridad absoluta” es la de “limpiar la casa”. “Sabemos que los focos de corrupción están en las plazas fantasmas, en la ejecución de recursos mediante los estados de excepción, las aduanas, la Superintendencia de Administración Aduanera… Si sabemos dónde está, sabemos cómo atacar el problema y cómo acabarlo”, dijo la ex primera dama, también a El País de Madrid. Además, contó que entre sus primeras medidas se propone “encontrar los recursos para financiar el presupuesto”, que “sólo llegarán si combatimos la corrupción y la evasión fiscal”, además del “contrabando”.

En términos de políticas sociales, Torres dijo que implementará “con urgencia, programas de prevención” para erradicar la violencia entre las “maras”, las pandillas juveniles, “porque no tienen ninguna oportunidad de educación o trabajo”. Dijo que “no legalizaría ni la marihuana ni ningún tipo de drogas”, y agregó que la solución está en tomar medidas preventivas contra el consumo. Consultada acerca del matrimonio homosexual, se limitó a decir que su partido es “incluyente”.

La dirigente llegó a las elecciones de setiembre con una estructura partidaria más sólida que la de Morales, con más experiencia política, y con un montón de políticas sociales ya implementadas bajo su manga. Sin embargo, no puede competir con el carisma de Morales ni con la sensación de “renovación” que éste transmite. Tampoco puede ganarse la confianza de los sectores más poderosos y de aquellos que no olvidan cómo desafió a la Constitución durante el mandato de Colom. Morales, por su parte, tiene que demostrar la solidez de su plan de gobierno y ganarse la confianza de la gente que habita en las zonas rurales.

Frente a frente

En un debate entre los candidatos -con mucha ofensiva y poca propuesta- que tuvo lugar el miércoles 14, tanto Morales como Torres marcaron sus diferencias y lanzaron sus ataques. Uno de los más fuertes tuvo lugar cuando Torres acusó a Morales de obtener financiación para su campaña de ex militares “amigos” de los implicados en la red de La Línea y del ex presidente Pérez Molina. “Lo que él no ha aclarado es que detrás suyo hay militares cuestionados, declarados como financistas de él y que ya están siendo investigados por el Tribunal Supremo Electoral”.

En respuesta, Morales dijo -una vez más- que “dentro de todos los partidos políticos hay ex militares” y que esto “no es un pecado”. Agregó: “Aunque haya una estructura militar atrás y ellos estén financiando a nuestro partido, yo creo que ésta es una acusación no solamente mentirosa, sino cobarde”.

En un claro golpe a la poca experiencia política de su contrincante, Torres pidió que la ciudadanía vote por una propuesta “pragmática” y no por una “improvisación”. En varias ocasiones reiteró: “Es una irresponsabilidad” estar en una campaña electoral “sin una planificación estratégica”. Morales, por su parte, argumentó que su plan de gobierno “está consensuado, es obra del país” y que, incluso, participó en su elaboración el ex esposo de Torres, Álvaro Colom.

En otro debate que mantuvieron el lunes, los candidatos hablaron sobre medidas para la educación. En una intervención polémica, Morales propuso el monitoreo a los maestros mediante la instalación de dispositivos GPS. “El GPS nos puede garantizar la estadía del maestro en el lugar donde se está dando la clase”, dijo. Torres, por su parte, prometió aumentar los días de clases de 180 a 200, y calificó como “básico” ubicar a los maestros en escuelas cercanas a sus hogares para facilitar su trabajo y evitar grandes desplazamientos.