Será la figura central del Concierto por la Memoria, que abre el sábado la temporada 2015 de la Orquesta Sinfónica del SODRE. Se crió como Ignacio Hurban pero el año pasado se enteró de que es hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya, dos jóvenes militantes asesinados por la dictadura argentina en la década de 1970. Se convirtió en un símbolo porque es nieto de una figura central en la búsqueda de desaparecidos y nietos apropiados en su país, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto. Aunque agradece lo que le brindó su identidad recuperada, este pianista de jazz no piensa dejarse aplastar por el peso del símbolo.
-¿Preferís que te digan Ignacio [como le pusieron sus padres adoptivos] o Guido [como lo llamaron sus padres biológicos]?
-Ignacio. Mi nombre es Ignacio, no Guido. Le di toda la oportunidad que pude al nombre, pero la verdad es que no me representa para nada, y por eso pido que todos los que me llamen me digan Ignacio. Entiendo que el poder de los medios de comunicación y toda la historia hacen que me conozcan como Guido y que muchos que me paran en la calle me digan Guido, y no me molesta. Pero entiendo que quien me dice Guido es alguien que no me conoce.
-Adoptaste los apellidos de tus padres biológicos. ¿Por qué?
-Sí, Montoya y Carlotto. Primero lo pensé como una decisión, era lo correcto, desde mí. Y después, si no lo hacía yo, la Justicia iba a hacer de oficio el cambio de apellido. El apellido es de dominio público en Argentina y se impone. Después lo podés cambiar, si querés, pero al menos en la rectificación de la partida de nacimiento, yo iba a aparecer como hijo de Walmir Montoya y Laura Carlotto.
-¿Cómo manejás haberte convertido en un símbolo?
-Mucho tiene que ver con el nombre, en el Guido está todo eso. Quien quiere entender, va entendiendo que el símbolo es una cosa y la persona es otra. Porque yo además paso a ser un símbolo con mucha vida por delante. Entonces tengo todo el tiempo para destruir ese símbolo, si no hago lo que cada uno espera de mí. Y lo que cada uno espera de mí es algo de cada uno, no es mío. Yo trato de actuar con la responsabilidad del caso, porque siento muchas miradas sobre mí y trato de hacer lo mejor posible, pero lo que escapa a mis posibilidades escapa a mis posibilidades.
-¿En qué está la causa por tu apropiación?
-La causa sigue en manos de la jueza [María] Servini de Cubría y no tengo muchas más novedades.
-¿No la estás siguiendo de cerca?
-La estoy siguiendo, pero es algo que tengo que mantener en un carril más privado, porque todo lo que yo diga puede ser usado de alguna manera. Así que la causa está y yo confío en la Justicia.
-¿Cómo está el vínculo con tus padres adoptivos?
-Bien. Reconstruyéndose. Porque este cimbronazo no lo ha roto, pero lo ha puesto en otro lugar, y la relación tenía ciertas características que ahora estamos tratando de recuperar. Yo siento que esto no viene a revolver, sino que viene a resolver. No me puedo dar el lujo, en esta situación tan endeble en lo emocional y psicológico, de ponerme a restar. Aparte, no quiero, no tengo nada de lo que echarle la culpa a nadie.
-¿Cómo ves la repercusión que está teniendo tu historia en Olavarría [la ciudad en la que se crió, en el centro de la provincia de Buenos Aires]?
-Olavarría, históricamente, se ha mantenido muy al margen, y ahora están saltando un montón de situaciones. Hace poco hubo un juicio, el juicio de Monte Peloni, un centro clandestino de detención, en el cual fueron juzgados un montón de represores. La verdad es que la historia hizo tambalear los cimientos de familias sobre las cuales no se hablaba. Se empezaron a decir cosas que era necesario que se dijeran y que era necesario que se supieran.
-Decís que no tenés militancia política y que preferís aportar por el lado de la música.
-Claro. Mi militancia política está en la música. Yo estoy convencido de que hay muchas maneras de cambiar el mundo, que no siempre tienen que ver con la gestión política. Hago mías las palabras de Daniel Barenboim, el director de orquesta argentino que vive en Europa y que tiene esa orquesta que es mitad palestina y mitad israelí. Una vez, cuando lo fui a conocer, dijo una cosa que me pareció muy interesante: “Todo lo demás ya se ha probado. Cuando hacemos esto (se refería al arte como una manera de unir al mundo), a veces nos tildan de ingenuos, pero ¿por qué no nos vamos a dar la oportunidad de intentar otra cosa?”. Creo que el arte es una herramienta de transformación fuertísima, y la cultura en general es la única herramienta de transformación. Lo que pasa es que los tiempos políticos son más urgentes, y se han vuelto más urgentes aun, mientras que las transformaciones culturales pueden tardar décadas.
-Hay quienes dicen que en Argentina, la defensa de los derechos humanos fue cooptada por el kirchnerismo. ¿Cómo ves estas afirmaciones?
-Son posiciones, y también hay que ver quién lo dice. Hay una cosa que es muy cierta y que no puede negar nadie -ni propios, ni opositores-, que es que este gobierno ha apoyado mucho la causa. Que después, desde el imaginario, se la haya apropiado, no sé, no lo puedo ver ahora. Pero ha hecho muchísimo, y ha hecho de los derechos humanos una política de Estado. No podemos olvidar que en Argentina los juicios a las juntas se hicieron durante el gobierno de [Raúl] Alfonsín [1983-1989], en un contexto muchísimo más complejo, porque recién se salía de la dictadura. Eso tiene un valor que ahora no vemos pero que sin duda vamos a tener que ver. Pero este gobierno puso en su punto máximo este proceso, y esperamos, todos los que siempre hemos creído en esta causa, que continúe, y yo creo que va a continuar, con cualquier gobierno.
-¿Estás militando formalmente en Abuelas de Plaza de Mayo?
-No. Yo hago mi aporte desde acá. Esta notoriedad me da la posibilidad de difundir la noticia, pero mi capacidad de trabajo ha disminuido, por situaciones naturales de mi vida psicológica. Entonces me he centrado en mi familia, en conocer a la familia, en seguir desarrollando mi actividad artística y trabajar de lo mío para poder vivir y nada más.
-¿Estás pudiendo vivir de la música?
-Sí. Ahora sí.
-Sos músico, pero te hiciste conocido por ser nieto recuperado. ¿Cómo influye eso en tu forma de trabajar?
-Potenció algo que ya estaba. La idea que yo tenía de mi vida era, en unos años (pensaba que muchos), lograr que mi música circulara y circulara más, que eso me generara ingresos, viajes, poder vivir de tocar. Ya viví una parte de mi vida en la que buena parte de mis ingresos los generaba como músico de escenario, y la otra mitad estaba relacionada con la docencia [en agosto dejó la dirección de una escuela de música en Olavarría, pero mantiene horas de docencia en un conservatorio]. Yo venía trabajando fuertemente en difundir mi música. Muchas veces me topé con la no difusión, con las salas medio vacías. En un momento pensé que quizás el problema estaba en la música, que la música no estaba buena, que no le llegaba a nadie o estaba destinada a recontra poca gente. Cuando sucedió todo esto [la recuperación de su identidad], la música empezó a fluir en más lugares y fue lo que yo esperaba que pasara. Eso me hizo pensar que quizá lo que fallan, a veces, son los mecanismos de difusión. Hay que tener la suerte de que te miren un poco y te escuchen. Me ha hecho pensar también en todos esos artistas que no son el nieto de nadie famoso y que no logran que su música sea escuchada y tenga circulación. Esto lo veo como un regalo y lo disfruto. Mi música no se vio modificada, soy el mismo músico que era antes. Siempre fui un tipo que se exigió muchísimo, ahora me exijo igual. Yo era un obsesivo del estudio de la música, de tratar de que las cosas estén perfectas y no lograrlo, o a veces lograrlo un poco más o un poco menos. La única diferencia es que las posibilidades se han acrecentado un poco y la llegada de esa propuesta estética, de mi suerte de militancia para cambiar el mundo, es un poco más masiva.